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Le obligó a decirlo.

—Cada día es más difícil vivir con él —pasó a la ofensiva—. Así que Reymont te nombró entrenador.

—Informalmente —dijo Freiwald—. Me animó a tomar el liderazgo, a desarrollar deportes nuevos y atractivos… bien, soy uno de sus ayudantes no oficiales.

—¡Uh! Y él mismo no podría hacerlo. Sus motivos estarían claros, lo verían como un instructor, ya no sería divertido, y abandonarían por docenas. —Sadler sonrió—. Bien, Johann. Cuenta conmigo en la conspiración.

Ella le ofreció la mano. El la tomó. No se soltaron.

—Quitémonos estas ropas mojadas y metámonos en una piscina mojada —propuso ella.

Él respondió con voz áspera:

—No, gracias. Esta noche no. Estaríamos solos. Ya no me atrevo a eso, Jane.

La Leonora Christine encontró otra región de mayor densidad de materia. Era más tenue que la nebulosa que había provocado sus problemas, y la atravesó sin dificultad. Pero se extendía por muchos parsecs. Tau se redujo a un ritmo que para su propia cronología era sorprendente.

Cuando la nave salió de ella, viajaba tan rápido que la situación normal de un átomo por centímetro cúbico tenía el mismo efecto que la nube. No sólo mantuvo la velocidad que había ganado, sino que seguía acelerando.

Sin embargo, la tripulación siguió rigiéndose por el calendario terrestre, incluso en el seguimiento de las distintas religiones por parte de las pequeñas congregaciones. Cada séptima mañana, el capitán Telander guiaba al puñado de protestantes en los servicios religiosos.

Un domingo en particular le pidió a Ingrid Lindgren que se encontrase con él en su camarote después del servicio. Ella le esperaba cuando entró. Su pelo rubio y su vestido rojo destacaban frente a los libros, la mesa y los papeles. Aunque ocupaba una sección doble para él solo, la austeridad se veía rota sólo por unas pocas fotos familiares y un modelo de un clíper a medio construir.

—Buenos días —dijo él con la solemnidad habitual. Dejó la Biblia y se aflojó el cuello del traje—. ¿No se sienta? —Como la cama estaba guardada había sitio para un par de sillas plegables—. Pediré café.

—¿Cómo fue? —le preguntó, mientras se sentaba frente a él, intentando nerviosamente establecer una conversación—. ¿Asistió Malcolm?

—Hoy no. Sospecho que nuestro amigo Foxe-Jameson todavía no está seguro si quiere regresar a la fe de sus padres o permanecer como un leal agnóstico. —Telander sonrió un poco—. Volverá, sin embargo, volverá. Sólo necesita convencerse que es posible ser cristiano y astrofísico al mismo tiempo. ¿Cuándo vamos a atraerla a usted, Ingrid?

—Probablemente nunca. Si hay una inteligencia directora tras la realidad, y no hay pruebas científicas de eso, ¿por qué habría de preocuparse de un accidente químico como el hombre?

—Cita a Charles Reymont casi con exactitud, ¿lo sabe? —dijo Telander. Los rasgos de Ingrid se tensaron. Él se apresuró a hablar—: Un ser que se preocupa de todo desde los cuantos hasta los cuásares puede ocupar parte de su atención en nosotros. Prueba racional… pero no quiero repetir viejos argumentos. Tenemos algo más de que ocuparnos. —Conectó el intercomunicador para hablar con la cocina—. Café, crema y azúcar, dos tazas, al camarote del capitán, por favor.

—¡Crema! —murmuró Lindgren.

—No creo que los técnicos en alimentos la imiten muy mal —dijo Telander—. Por cierto, Carducci está muy concentrado en la propuesta de Reymont.

—¿Cuál es?

—Trabajar con el equipo de alimentos para inventar nuevos platos. No un bistec hecho de algas y tejidos cultivados, sino cosas que nunca hayamos probado antes. Me alegra que haya encontrado algo que le interese.

—Sí, como jefe de cocina se había dejado ir. —La máscara de normalidad de Lindgren se desmoronó. Golpeó el brazo de la silla—. ¿Por qué? —soltó—. ¿Qué sucede? No ha pasado ni la mitad del tiempo que habíamos previsto. La moral no debería deteriorarse tan pronto.

—Hemos perdido toda garantía…

—Lo sé, lo sé. ¿No debería el peligro estimular a la gente? Y sobre la posibilidad de que nunca terminemos nuestro viaje, bien, también me afectó mucho, al principio. Pero creo que lo he superado.

—Usted y yo tenemos responsabilidades —dijo Telander—. Nosotros, la tripulación regular, somos responsables de vidas. Eso ayuda. E incluso para nosotros… —Hizo un pausa—. De eso quería hablar con usted, Ingrid. Estamos en una fecha crítica. Los cien años en la Tierra desde que partimos.

—No tiene sentido —dijo ella—. No se puede hablar de simultaneidad en estas condiciones.

—Está lejos de no tener sentido en términos psicológicos —respondió él—. En Beta Virginis hubiésemos tenido algo de contacto con el hogar. Hubiésemos pensado que los jóvenes que dejamos atrás, dado los tratamiento de longevidad, todavía estarían vivos. Si debíamos volver, hubiese habido la suficiente continuidad para que no nos hubiésemos convertido en extraños totales. Ahora, sin embargo, el hecho de que en algún sentido, matemático o no, en el mejor de los casos los niños que vimos en las cunas se estén acercando al final de la vida nos recuerda que jamás podremos recuperar nada de aquellos que una vez amamos.

—M-m-m… Supongo. Como ver a alguien a quien quieres mientras muere de una enfermedad lenta. No te sorprende cuando llega el final; pero aun así se trata del final. —Lindgren parpadeó—. Maldita sea.

—Debe hacer lo que pueda para ayudarles a superar este período —dijo Telander—. Sabe cómo hacerlo mejor que yo.

—Usted también podría hacer mucho.

La cabeza demacrada negó.

—Mejor que no. Al contrario, voy a retirarme.

—¿Qué quiere decir? —preguntó ella alarmada.

—Nada dramático —dijo—. Mi trabajo con los departamentos de ingeniería y navegación, en estas circunstancias impredecibles, me ocupa la mayor parte del día. Será una excusa para que gradualmente deje de mezclarme con la sociedad de la nave.

—¿Por qué razón?

—He hablado en varias ocasiones con Charles Reymont. Ha hecho una observación excelente, crucial, creo yo. Cuando nos rodea la incertidumbre, cuando la desesperanza aguarda para atacarnos… la persona media a bordo debe sentir que su vida está en manos competentes. Por supuesto, nadie va a suponer conscientemente que el capitán es infalible. Pero hay una necesidad inconsciente de esa aura. Y yo… yo tengo mi parte de debilidad y estupidez. Mis juicios humanos no podrían soportar pruebas diarias bajo esta presión.

Lindgren se hundió en su asiento.

—¿Qué quiere el condestable de usted?

—Que deje de actuar de forma informal e íntima. La excusa será que no debo distraerme por preocupaciones ordinarias, cuando toda mi atención debe dedicarse a llevarnos con seguridad por las nubes y cúmulos de galaxias. Es una excusa razonable, será aceptada. Al final, acabaré comiendo por separado, aquí, exceptuando las ceremonias. Me ejercitaré y pasaré el tiempo aquí también, solo. Las visitas personales serán sólo de los oficiales más importantes, como usted. Me rodearé de la etiqueta oficial. Por medio de sus ayudantes, Reymont extenderá la idea de que se espera un trato formal hacia mí por parte de todos.

»En suma, el viejo amigo Lars Telander será sustituido por el Viejo Maestro.

—Suena a plan típico de Reymont —le dijo ella con amargura.

—Me ha convencido de que es deseable —contestó el capitán.

—¡Sin pensar en lo que pueda hacerle a usted!

—Lo soportaré. Nunca he sido de gran vida social. Tenemos muchos libros en microcintas que me gustaría leer. —Telander la miró con confianza. Aunque el aire se acercaba a la parte más cálida de su ciclo y tenía un olor a heno recién cortado, ella tenía el vello de los brazos completamente erizado—. Usted también tiene un papel, Ingrid. Más que nunca, tendrá que resolver problemas humanos. Organización, mediación, alivio… no será fácil.