—Olvídalo —le aconsejó Chidambaran—. Él tiene razón. No somos un planeta. Lo que perdemos lo perdemos para siempre. Es mejor no correr riesgos; y tenemos muchos tiempo para los asuntos burocráticos. —Apareció la entrada a las áreas comunes—. Ya hemos llegado.
Se dirigieron a la habitación hipnoterapéutica.
—Confío en que tu experiencia sea placentera, Matyas —dijo Chidambaran.
—Yo también. —Lenkei guiñó un ojo—. He tenido muchas pesadillas terribles ahí dentro. —Luego más alegre—: ¡Y mucha diversión!
Las estrellas se espaciaron más. La Leonora Christine no iba de un brazo espiral de la galaxia a otro… todavía no; simplemente se encontraba en una zona de relativo vacío. A falta de masa entrante, la aceleración se redujo. Tau era tan reducida que la situación fue sólo temporal; unos pocos cientos de años cósmicos. Pero durante algún tiempo a bordo, las pantallas a proa mostraban una noche oscura.
La mayor parte de la tripulación opinaba que era mejor que las sobrenaturales formas y colores que resplandecían a popa.
Llegó otro Día de la Alianza. Las ceremonias y las fiestas posteriores fueron menos melancólicas de lo que podía esperarse. El shock y la pena habían sido erosionados por la rutina. En ese momento, el ánimo dominante era de desafío.
No asistieron todos. Elof Nilsson, uno de ellos, permaneció en el camarote que compartía con Jane Sadler. Pasó mucho tiempo realizando bocetos y estimaciones para el telescopio exterior. Cuando se le cansó el cerebro, consultó el índice de la biblioteca en el apartado de ficción. La novela que eligió, al azar entre miles, resultó ser absorbente. No la había terminado cuando Jane volvió.
Él levantó los ojos que estaban inyectados en sangre por el cansancio. Exceptuando la pantalla del lector, la habitación estaba a oscuras. Ella estaba de pie, grande, llamativa, no del todo en equilibrio, en penumbra.
—¡Buen Dios! ¡Son las cinco de la mañana!
—¿Por fin te has dado cuenta? —Ella sonrió. La nube de whisky que la rodeaba alcanzó su nariz, junto con un olor a almizcle. Él inhaló un poco de rapé, un lujo que ocupaba gran parte de su equipaje permitido.
—No tengo que entrar a trabajar hasta dentro de tres horas —dijo.
—Yo tampoco. Le dije a mi jefe que quería una semana libre. Estuvo de acuerdo. Más le vale. ¿A quién más tiene?
—¿Qué actitud es ésa? Supón que otros de los que depende la nave se comportasen igual.
—Tetsuo Iwamoto… Iwamoto Tetsuo, realmente; los japoneses ponen el apellido primero, como los chinos… como los húngaros, ¿lo sabías? Excepto cuando quieren ser amables con nosotros, los ignorantes occidentales. —Sadler recuperó el sentido—. Es un buen hombre para trabajar. Se las puede arreglar sin mí. Así que, ¿por qué no?
—Aun así…
Ella levantó un dedo.
—No me regañes, Elof. ¿Me oyes? He aguantado ese complejo de inferioridad sobrecompensado tuyo más de lo que debiera. Mucho más. Creyendo quizá que el resto de ti crecería para igualar ese Cl tuyo. Demasiado es demasiado. Recoge las rosas mientras puedas.
—Estás borracha.
—Más o menos. —Luego añadió, pensativa—: Tenías que haber venido.
—¿Para qué? ¿Por qué no confesar lo cansado que estoy de las mismas caras, los mismos actos, las mismas conversaciones tontas? No soy el único a ese respecto.
Ella habló en voz más baja.
—¿Estás cansado de mí?
—¿Por qué…? —Su cuerpo de muñeco se puso de pronto rígido—. ¿Qué pasa, cariño?
—No me has colmado precisamente de atenciones en estos últimos meses.
—¿No? No, quizá no. —Tamborileó con los dedos sobre una mesa—. He estado preocupado.
Ella respiró profundamente.
—Seré directa. Estuve con Johann esta noche.
—¿Freiwald? ¿E! mecánico? —Nilsson se quedó sin habla durante un minuto. Ella esperó, de pronto sobria. Finalmente él habló, con dificultad, mirando el tatuaje de sus dedos—: Bien, tienes el derecho legal y sin duda el moral. No soy un joven animal hermoso. Yo estoy… estaba… más orgulloso y feliz de lo que supe expresar cuando aceptaste ser mi compañera. Te dejé enseñarme cosas que antes no entendía. Posiblemente no fui el alumno más atento que alguien haya tenido jamás.
—¡Oh, Elof!
—Vas a dejarme, ¿no?
—Estamos enamorados, él y yo. —Los ojos se le nublaron—. Pensé que iba a ser más fácil decírtelo. No creí que te importase tanto.
—No considerarías la posibilidad de una salida más discreta… No, la discreción no es posible. Además, tú no podrías fingirlo. Y yo tengo mi orgullo. —Nilsson volvió a sentarse y cogió la caja de rapé—. Es mejor que te vayas. Puedes recoger tus cosas más tarde.
—¿Así de rápido?
—¡Vete! —gritó.
Ella se fue, sollozando pero con los pies ligeros.
La Leonora Christine volvió a entrar en la zona poblada. Al pasar a menos de cincuenta años luz de un nuevo sol gigante, atravesó la cubierta de gas que lo rodeaba. Al estar ionizados los átomos podía atraparlos con mayor eficacia. Tau se desplomó cerca del cero asintótico, y con ella, el paso del tiempo.
12
Reymont se detuvo en la entrada de las áreas comunes. El nivel aparecía desierto y en calma. Después de un impulso inicial de interés, las actividades atléticas y otros hobbies se habían hecho poco a poco menos populares. Aparte de las comidas, la tendencia era que los científicos y la tripulación formasen pequeñas camarillas, se refugiasen por completo en la lectura, viesen programas grabados, o durmiesen todo lo posible. Les podía obligar a hacer algo de ejercicio. Pero no había encontrado forma de restaurar lo que los meses iban robándole al espíritu. En ese aspecto, él era el más indefenso porque su aplicación inflexible de las reglas básicas le había creado enemigos.
Hablando de reglas… Corrió por el corredor hasta la habitación de sueños y abrió la puerta. Una luz encima de cada una de las tres cajas indicaba que estaban ocupadas. Sacó una llave maestra del bolsillo y abrió una a una las tapas que dejaban pasar el aire pero no la luz. Volvió a cerrar dos de ellas. En la tercera, lanzó un juramento. El cuerpo tendido y la cara bajo el casco de sueño pertenecían a Emma Glassgold.
Durante un rato miró a la pequeña mujer. Había paz en su sonrisa. Sin duda, ella, como la mayoría a bordo, debía su cordura a aquel aparato. A pesar de los esfuerzos por decorarla, por crear construcciones interiores con cierto propósito, la nave era un ambiente demasiado estéril. La privación sensorial total hacía rápidamente que la mente humana perdiese el contacto con la realidad. Privado del flujo de datos con el que se supone que tiene que tratar, el cerebro crea alucinaciones, se vuelve irracional y finalmente pasa a la locura. Los efectos de la disminución sensorial prolongada son lentos, sutiles, pero en muchos aspectos más destructivos. Se hace necesaria la estimulación electrónica directa de los centros encefálicos correspondientes. Eso es hablando en términos neurológicos. En términos de emociones inmediatas, los largos y extraordinariamente intensos sueños generados por los estímulos —ya sean placenteros o no— se vuelven un sustituto para las experiencias reales.
Aun así…
La piel de Glassgold estaba fláccida y tenía un color poco saludable. La pantalla de EEG tras el casco indicaba que se encontraba en una condición de calma. Eso quería decir que se la podía despertar, con rapidez, sin peligro. Reymont pulsó el interruptor de emergencia en el temporizador. La línea osciloscópica del pulso inductor que había estado atravesando su cerebro se aplanó y ennegreció.