—¡Oh!, sí. —Glassgold respiró aliviada. Cogió la mano de Williams.
Reymont abrió la boca.
—Está usted bajo mi autoridad, condestable —le interrumpió Lindgren—. Puede, por supuesto, apelar al capitán.
—No, señora —contestó Reymont.
—Bien entonces. —Lindgren se echó atrás. Su rostro se aflojó—. Ordeno que todas las acusaciones de cada lado sean desestimadas… o mejor, que nunca se presenten. Esto no irá a ningún archivo. Hablémoslo como seres humanos que están todos, podemos decir, en el mismo barco.
—¿Él también? —Williams lanzó un pulgar hacia Charles Reymont.
—Debemos tener ley y disciplina, ya lo sabe —dijo Lindgren con calma—. Sin ellas, moriremos. Quizás el condestable Reymont sufra de exceso de celo. O quizá no. En cualquier caso, es el único especialista policial y militar que tenemos. Si no están de acuerdo con él… para eso estoy yo. Relájense. Pediré café.
—Si la primer oficial está de acuerdo —dijo Reymont—, me iré.
—No, tenemos cosas que decirle —fue la respuesta inmediata de Glassgold.
Reymont mantuvo los ojos fijos en Lindgren. Era como si saltasen chispas entre ellos.
—Como ya ha dicho, señora —dijo—, mi trabajo es mantener el orden en la nave. Ni más ni menos. Esto es algo más: una sesión de consejos personales. Estoy seguro de que la dama y el caballero hablarían con mayor libertad sin mí.
—Creo que tiene razón, condestable —asintió ella—. Puede retirarse.
Se levantó, saludó y se fue. En el camino hacia arriba se encontró con Freiwald que le saludó. Se mantenía algo cercano a la cordialidad con su media docena de ayudantes.
Entró en el camarote. Las camas estaban bajadas, y unidas para formar una. Chi-Yuen estaba sobre ella. Vestía una bata ligera con volantes que le daba aspecto de niñita triste.
—Hola —dijo sin emoción—. Tienes truenos en el rostro. ¿Qué pasó?
Reymont se sentó a su lado y se lo contó.
—Bien —dijo ella—, ¿puedes echárselo en cara?
—No. Supongo que no. Aun así… no sé. Este grupo se suponía que era lo mejor que la Tierra podía ofrecer. Inteligencia, educación, personalidad estable, salud y dedicación. Y sabían que era probable que nunca volviesen a casa. Como mínimo, volverían a países casi un siglo más viejos que los que dejaron. —Reymont se pasó los dedos por entre el pelo muy corto—. Así que las cosas han cambiado. —Suspiró—. Vamos hacia un destino desconocido, quizás hacia la muerte, con seguridad hacia el aislamiento absoluto. ¿Pero es tan diferente de nuestro destino original? ¿Debe hacer que nos desmoronemos?
—Lo hace —dijo Chi-Yuen.
—Tú también. Tenía intención de hablarlo contigo. —Ella le lanzó una mirada feroz—. Al principio estabas ocupada, con tus distracciones, tu trabajo teórico, la programación de las investigaciones que querías realizar en el sistema de Beta V. Y cuando los problemas nos alcanzaron, respondiste bien.
Una sonrisa fantasmal se instaló en el rostro de ella. Le acarició las mejillas.
—Tú me inspiraste.
—Sin embargo, desde entonces… más y más, te sientas sin hacer nada. Tú y yo teníamos el principio de algo real; pero últimamente no realizas ningún contacto significativo conmigo. Rara vez te interesas por hablar o por el sexo o por nada, incluyendo otras personas. No más trabajo. No más grandes sueños. Ya ni siquiera lloras sobre la almohada cuando se apaga la luz… Sí, me he quedado despierto escuchándote. ¿Por qué, Ai-Ling? ¿Qué te sucede? ¿Qué les sucede a ellos?
—Supongo que no tenemos tu voluntad instintiva de sobrevivir a cualquier precio —dijo, casi inaudible.
—Yo considero que algunos precios a pagar por la vida son demasiado altos. Sin embargo, aquí… tenemos lo que necesitamos. Incluso cierta cantidad de comodidades. Una aventura como ninguna antes. ¿Qué sucede?
—¿Sabes qué año es en la Tierra? —contraatacó ella.
—No. Yo fui el que convenció al capitán Telander para que ordenase la retirada de ese reloj. A su alrededor se estaba desarrollando una actitud demasiado morbosa.
—De cualquier forma, la mayoría de nosotros puede realizar sus propias estimaciones. —Ella habló con voz monótona e indiferente—. En este momento, creo que, en casa, es aproximadamente el año del señor 10.000. Más o menos varios siglos. Y sí, aprendí en la escuela que la simultaneidad deja de tener sentido en condiciones relativistas. Y recuerdo que se esperaba que la gran barrera psicológica sería la marca de un siglo. A pesar de eso, esas fechas tienen sentido. Nos convierten en exiliados absolutos. Ya. De forma irrevocable. No sólo nuestros parientes deben estar muertos. Nuestra civilización también debe estarlo. ¿Qué ha sucedido en la Tierra? ¿En la galaxia? ¿Qué ha hecho el hombre? ¿En qué se ha convertido? Nunca lo compartiremos. No podemos.
El intentó romper su apatía con rigor.
—¿Y qué importa? En Beta 3, el máser nos hubiese traído palabras una generación más viejas. Nada más. Y nuestras muertes individuales nos cierran el universo. El destino común del hombre. ¿Por qué debemos gimotear si nuestro destino adquiere un rumbo inesperado?
Ella lo miró con gravedad antes de contestar.
—Realmente no quieres una respuesta para ti. Quieres sacarme una a mí.
Sorprendido, él dijo:
—Bien… sí.
—Entiendes a la gente mejor de lo que dejas ver. Tu trabajo, sin duda. Dime tú cuál es el problema.
—Pérdida de control sobre la vida —contestó él inmediatamente—. La tripulación no está en tan malas condiciones aún. Tienen sus trabajos. Pero los científicos, como tú, os habíais comprometido con Beta Virginis. Teníais un trabajo heroico y emocionante como meta y, mientras tanto, muchos preparativos que hacer. Ahora no tenéis ni idea de lo que va a suceder. Sólo sabéis que será algo por completo impredecible. Que podría ser la muerte, porque estamos aceptando riesgos terribles, y no podéis hacer nada por ayudar, sólo sentaros pasivos y esperar a que os lleven. Por supuesto, la moral se resiente.
—¿Qué crees que deberíamos hacer, Charles?
—Bien, en tu caso, por ejemplo, ¿por qué no continuar con tu trabajo? Con el tiempo buscaremos un mundo donde asentarnos. La planetología será vital para nosotros.
—Sabes que las posibilidades están en contra. Vamos a seguir en esta escapada hasta que muramos.
—Maldita sea, ¡podemos mejorar las posibilidades!
—¿Cómo?
—Ésa es una de las cosas en las que deberías estar trabajando.
Ella sonrió de nuevo, un poco más viva.
—Charles, haces que quiera. Aunque sólo sea para que dejes de darme la vara. ¿Es ésa la razón por la que eres tan duro con los demás?
Él la miró un momento.
—Hasta ahora lo has soportado mejor que la mayoría —dijo—. Podría ayudarte a recuperar tu propósito si te digo lo que estoy haciendo. ¿Puedes guardar un secreto profesional?
Su mirada le bailaba en la cara.
—A estas alturas deberías conocerme lo suficientemente bien para saberlo. —Acarició con un pie desnudo el muslo de él.
Reymont la acarició y rió.
—Es un viejo principio —dijo—. Se usa en las organizaciones militares y paramilitares. Lo he estado aplicando aquí. El animal humano quiere una figura paterno-materna pero, al mismo tiempo, odia la disciplina. Puede llegarse a la estabilidad de esta forma: la figura última de autoridad se mantiene remota, divina, casi fuera del alcance. Tu superior inmediato es un hijo de puta odioso que te hace seguir las reglas y al que, por tanto, detestas. Pero a su vez, su superior es tan simpático y amable como lo permita el rango. ¿Me entiendes?
Ella se puso un dedo en la cabeza.
—En realidad no.