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—Mira la situación actual. Nunca adivinarías cómo tuve que hacerlo aquellos primeros meses después de chocar contra la nebulosa. No digo que sea responsable de todo el asunto. Gran parte fue natural, casi inevitable. La lógica de nuestro problema lo impuso, con algo de ayuda por mi parte. El resultado final es que el capitán Telander ha quedado aislado. Su infalibilidad no tiene que lidiar con problemas humanos como el de hoy, que son esencialmente imposibles de arreglar.

—Pobre hombre. —Chi-Yuen examinó de cerca a Reymont—. ¿Lindgren es la que trata esos temas?

Él asintió.

—Yo soy el sargento tradicionaclass="underline" duro, cruel, exigente, pesado, sin consideración y brutal. No tan malo como para pedir que lo destituyan. Pero lo suficiente para irritar, ser odiado, aunque respetado. Eso es bueno para las tropas, es más sano odiar a alguien como yo que hundirse en males personales… como tú, mi amor, has estado haciendo.

»Lindgren arregla las cosas. Como primer oficial, ella mantiene mi poder. Pero me contradice de vez en cuándo. Utiliza su rango para forzar las reglas en favor de la misericordia. Por tanto añade la bondad a los atributos de la Autoridad Definitiva.

Reymont frunció el ceño.

—El sistema nos ha llevado hasta aquí —acabó—. Comienza a fallar. Tendremos que añadir algún factor nuevo.

Chi-Yuen lo miró hasta que él se movió incómodo en el colchón. Al final preguntó.

—¿Planeaste todo esto con Ingrid?

—¿Eh? Oh, no. Su papel exige que no sea una figura maquiavélica que ejecuta un guión deliberado.

—¿La entiendes tan bien…? ¿por alguna relación anterior?

—Sí. —Se puso rojo—. ¿Qué pasa? Hoy en día nuestra relación es puramente formal. Por razones evidentes.

—Creo que encuentras formas de seguir desairándola, Charles.

—¡Eh! Cállate, déjame en paz. Lo que intento es que recuperes algún deseo real de vivir.

—¿Para que yo a su vez pueda ayudarte a ti a aguantar?

—Bien, ¡uh!, sí. No soy un superhombre. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien me dejó un hombro para llorar.

—¿Lo dices porque lo sientes o porque sirve a tus propósitos? —Chi-Yuen se echó el pelo hacia atrás—. No importa. No contestes. Haremos lo que podamos el uno por el otro. Después, si sobrevivimos… Lo arreglaremos cuando hayamos sobrevivido.

Los rasgos oscuros y marcados de Reymont se ablandaron.

—Estás recuperando tu equilibrio —dijo—. Excelente.

Ella rió. Puso los brazos alrededor de su cuello.

—Tú, ven aquí.

13

Uno puede aproximarse a la velocidad de la luz, pero ningún cuerpo que tenga masa en reposo puede alcanzarla. Los incrementos de velocidad por los que la Leonora Christine se acercaba a esa meta imposible se hacían más y más pequeños. Podría parecer por tanto que el universo que observaba la tripulación no podía distorsionarse más. La aberración podría como máximo desplazar las estrellas cuarenta y cinco grados; el efecto Doppler podría desplazar infinitamente hacia el rojo los fotones que venían de popa, pero sólo duplicar las frecuencias de los que venían de proa.

Sin embargo, no había límite para la inversa de tau, y ésa era la medida de los cambios en el espacio percibido y el tiempo experimentado. Por tanto, tampoco había límite para los cambios ópticos; y la parte delantera y trasera del cosmos podían contraerse hasta un espesor cero en el que estuviesen contenidas todas las galaxias.

Por tanto, a medida que la nave realizaba un medio arco alrededor de la Vía Láctea y viraba para hundirse en su corazón, el periscopio de la nave mostraba un extraño paisaje. Las estrellas más cercanas corrían aún más rápido, hasta que al final el ojo las veía moviéndose por el campo de visión: porque para entonces, pasaban años fuera mientras dentro sólo transcurrían minutos. El cielo ya no era negro; era de un púrpura resplandeciente, que se hacía más profundo y brillante a medida que pasaban los meses en el interior: porque la interacción de los campos de fuerza y el medio interestelar —con el tiempo, magnetismo interestelar— liberaba cuantos. Las estrellas más alejadas se aglomeraban en dos globos, de un azul feroz al frente, carmesí profundo a popa. Pero gradualmente esos globos se hicieron puntos y se oscurecieron: porque casi toda su radiación había sido desplazada fuera del espectro visible, hacia los rayos gamma y las ondas de radio.

El visor había sido reparado, pero cada vez era menos capaz de realizar la compensación. Los circuitos simplemente no podían distinguir soles individuales a más de unos pocos parsecs. Los técnicos desmontaron el aparato y lo reconstruyeron para que tuviese mayor capacidad, para que los hombres no volasen a ciegas.

Ese proyecto, y otras remodelaciones diversas, eran probablemente más útiles para quienes eran capaces de realizar el trabajo, que por sí mismos. Esas personas no se refugiaban en sus propias conchas como hacían muchos de sus compañeros.

Boris Fedoroff encontró a Luis Pereira en la cubierta hidropónica. Estaban cosechando un tanque de algas. El jefe de biosistemas trabajaba con sus hombres, desnudo como ellos, metiéndose en las mismas aguas y limo verde, llenando los cacharros de un carrito.

—¡Uf! —dijo el ingeniero.

Los dientes brillaron bajo el bigote de Pereira.

—No desprecies mi cosecha tan alegremente —contestó—. Te la estarás comiendo en su momento.

—Me preguntaba cómo podía ser tan realista la imitación de queso Limburger —dijo Fedoroff—. ¿Puedo discutir algo contigo?

—¿Podría ser más tarde? No podemos parar hasta que hayamos terminado. Si se estropea, te tendrás que apretar el cinturón por un tiempo.

—Yo tampoco puedo malgastar el tiempo —dijo Fedoroff, poniéndose duro—. Creo que preferirías pasar hambre a chocar.

—Entonces, seguid —le dijo Pereira a su equipo. Salió del tanque y se fue a la ducha donde se limpió con rapidez. Sin molestarse en secarse o en vestirse, aquél era el nivel más cálido de la nave, guió a Fedoroff hasta su oficina—. En confianza —admitió—, me encanta tener una excusa para dejar ese trabajo.

—Estarás menos encantado cuando oigas la razón. Significa trabajo duro.

—Mejor aún. Me preguntaba cómo evitar que mi equipo se derrumbase. Éste no es el tipo de actividad que provoca esprit de corps espontáneamente. Los chicos se quejarán, pero les hará felices tener algo más que la rutina.

Atravesaron una sección de plantas verdes. Las hojas cubrían todo el pasillo llenando el aire de un olor penetrante, agitándose cuando se las rozaba.

Las frutas colgaban entre ellas como linternas. Se podía entender por qué los que trabajan allí conservaban todavía algo de serenidad.

—Foxe-Jameson me avisó —le explicó Fedoroff—. Estamos lo bastante cerca del centro galáctico como para que se puedan emplear los nuevos instrumentos desarrollados para obtener valores fiables de la densidad de masa allí.

—¿Él? Creí que Nilsson era el encargado de las observaciones.

—Se suponía que sí. —La boca de Fedoroff se convirtió en una línea—. Se está saliendo de madre, últimamente no ha hecho ninguna contribución, sólo disputas y objeciones. El resto de su grupo, incluso un par de hombres del taller que fabrica el material, como Lenkei… tienen que hacer lo que debería hacer él, lo mejor que saben.

—Malo —dijo Pereira habiendo perdido la alegría—. Dependíamos de Nilsson para diseñar instrumentos para la navegación intergaláctica a tau ultrabaja, ¿no?

Fedoroff asintió.

—Será mejor que salga pronto de su estado. Pero ése no es nuestro problema hoy. Vamos a encontrarnos con la zona más densa de todas cuando choquemos con esas nubes, por la relatividad y porque son realmente gruesas. Tengo una confianza razonable en que las atravesaremos sin problemas. Incluso así, me gustaría reforzar partes del casco para asegurarme. —Rió como un lobo—. ¡«Asegurarme», en un vuelo como éste! De cualquier forma, organizaré un equipo de construcción aquí. Tendrás que mover las instalaciones para dejar sitio. Me gustaría discutir los requerimientos generales contigo y hacerte pensar, para que puedas decidir cómo minimizar los problemas para tus operaciones.