—Hay algo de verdad en eso —le concedió Lindgren. Nilsson se movió en la silla y adoptó un aire resentido. —Intentaba evitar que se sintiesen decepcionados al final del viaje —murmuró.
—¿Está completamente seguro de que no estaba dando rienda suelta a su ego? —Lindgren suspiró—. No importa. Su punto de vista es legítimo.
—No, no lo es —la contradijo Reymont—. Obtienes un uno por ciento contando todas la estrellas. Pero es evidente que no nos molestaremos en explorar las enanas rojas, la mayoría, o las gigantes azules, o cualquier cosa que quede fuera de un rango espectral muy limitado. Lo que reduce enormemente el campo de búsqueda.
—Que sea un factor de diez —le dijo Nilsson—. No lo creo de verdad, pero postulemos una probabilidad del diez por ciento de encontrar Nueva Tierra en una estrella de tipo Sol. Aun así eso requiere que busquemos entre cinco estrellas para tener una oportunidad razonable. ¿Diez años? Más bien veinte, teniéndolo todo en cuenta. El más joven de nosotros ya habrá dejado muy atrás su juventud. La pérdida de tantas oportunidades reproductivas significa la pérdida correspondiente de herencia genética; para empezar, nuestro pool genético es mínimo. Si esperamos varias décadas para tener hijos, no podremos tener los suficientes. Pocos habrán crecido hasta ser autosuficientes para cuando sus padres estén indefensos por la avanzada edad. En cualquier caso, el conjunto humano morirá por completo en tres o cuatro generaciones. Como puede ver, sé algo sobre deriva genética.
Adoptó una expresión autocomplaciente.
—No quería herir los sentimientos de nadie —añadió—. Sólo tenía el deseo de ayudar, demostrando que la idea de una comunidad de valientes pioneros plantando la semilla de la humanidad en una nueva galaxia… desenmascarándola como la fantasía infantil que es.
—¿Tiene un alternativa? —le preguntó Lindgren.
Apareció un tic en el rostro de Nilsson.
—Sólo el realismo —dijo—. Aceptar el hecho de que jamás dejaremos esta nave. Ajustar nuestro comportamiento a ese hecho.
—¿Ésa es la razón por la que ha estado haciendo el vago en el trabajo? —le exigió Reymont.
—No me gusta la forma en que lo dice, pero es verdad que no tiene sentido construir equipo para la navegación a largo plazo. No vamos a ningún sitio que importe. Ni siquiera puedo entusiasmarme por las propuestas de Fedoroff y Pereira para mejorar los sistemas de soporte vital.
—Supongo que entiende —dijo Reymont— que para quizá la mitad de la gente de a bordo, lo lógico, una vez que hayan decidido que tiene razón, será suicidarse.
—Posiblemente. —Nilsson se encogió de hombros.
—¿Tanto se odia a sí mismo? —preguntó Lindgren.
Nilsson se levantó a medias y se desplomó de nuevo. Gemía ligeramente. Reymont sorprendió a sus dos interlocutores adoptando una actitud amable.
—No te traje aquí sólo para detener tus sermones sobre la destrucción. Me gustaría más saber por qué no has estado trabajando para mejorar nuestras posibilidades.
—¿Cómo?
—Eso es lo que me gustaría que me dijeses. Eres el experto en observación. Si no recuerdo mal, en casa estabas a cargo de un programa que localizó unos cincuenta sistemas planetarios. Identificaste planetas y sus características a través de años luz. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo por nosotros?
Nilsson dio un golpe.
—¡Ridículo! Veo que debo explicar la cuestión en términos de jardín de infancia. ¿Lo sufrirá conmigo, primer oficial? Escuche, condestable.
»Le concedo que un instrumento espacial extremadamente grande puede detectar objetos del tamaño de Júpiter a distancia de varios parsecs. Eso si el objeto está bien iluminado sin perderse en el brillo de su sol. Le concedo que por análisis matemático de los datos de perturbación recogidos en un período de años, se pueden extraer algunas ideas sobre planetas vecinos demasiado pequeños para ser fotografiados. Las ambigüedades en las ecuaciones pueden, hasta cierto grado, ser resueltas por un profundo estudio interferométrico de los fenómenos de llamarada en las estrellas; los planetas ejercen una pequeña influencia en esos ciclos.
»Pero —golpeó con el dedo el pecho de Reymont— no comprende lo inciertos que son esos resultados. A los periodistas les encantaba poner en grandes titulares que se había descubierto otro planeta terrestre. Sin embargo, la realidad era siempre que ésa era una posible interpretación de los datos. Sólo una entre numerosas distribuciones posibles de tamaños y órbitas. Y con un gran error. Y eso, entérese, con los mejores instrumentos que podían construirse. Instrumentos que no tenemos ahora, y para los que no tenemos espacio si pudiésemos fabricarlos de alguna forma.
»No, incluso en casa la única forma de obtener información detallada sobre planetas extrasolares era enviar una sonda y luego una expedición tripulada. En nuestro caso, la única forma es desacelerar para un estudio profundo. Y luego, estoy convencido, seguir adelante. Porque debe entender que un planeta que por otra parte parezca ideal puede ser estéril o puede tener una bioquímica nativa que nos sea inútil o venenosa.
»Le ruego, condestable, que aprenda algo de ciencia, un poco de lógica y algo de realismo, ¿eh? —Nilsson acabó con un grito de triunfo.
—Profesor… —intentó Lindgren.
Reymont sonrió con malicia.
—No se preocupe, señora —dijo—. No nos pelearemos por esto. Sus palabras no me afectan.
Observó al otro hombre.
—Lo crea o no —siguió—, ya sabía lo que nos ha contado. También sabía que es, o era, un hombre de recursos. Ideó nuevos métodos y diseñó aparatos que sirvieron para realizar muchos descubrimientos. Realizaba un buen trabajo para nosotros hasta que lo abandonó. ¿Por qué no dedica su cerebro a trabajar en el problema que nos preocupa?
—¿Sería tan amable de sugerir un procedimiento? —dio Nilsson con desprecio.
—No soy un científico, ni un técnico —dijo Reymont—. Aun así, hay un par de cosas que me parecen evidentes. Supongamos que hemos entrado en la galaxia de destino. Nos hemos deshecho de la tau que necesitábamos para llegar allí, pero tenemos todavía… oh, lo que sea conveniente. ¿Diez a la menos tres, quizá? Bien, eso nos da una base muy larga y mucho tiempo cósmico para realizar observaciones. Durante semanas o meses, en tiempo de la nave, puedes reunir más datos sobre una estrella determinada de los que teníamos sobre cualquier vecina del Sol. Estoy seguro de que podrás encontrar formas de emplear los efectos relativistas para obtener información que no estaba disponible en casa. Y, naturalmente, podemos observar muchas estrellas del tipo del Sol simultáneamente. Por tanto podremos encontrar una que pueda probar, con cifras exactas que no dejen ninguna duda, que tienen planetas con masas y órbitas como las de la Tierra.
—Contando con eso, quedarán las cuestiones sobre atmósfera y biosfera. Precisaremos de observaciones a corta distancia.
—Sí, sí. Pero ¿debemos detenernos para realizarlas? Supongamos que establecemos una ruta que nos lleve cerca de los soles más prometedores, en orden, mientras continuamos viajando cerca de la velocidad de la luz. En tiempo cósmico, tendremos horas y días para examinar los planetas que nos interesen. Espectroscopia, termoscopía, fotografía, magnetismo, escribe tu propia lista de técnicas. Podemos tener una idea razonable de las condiciones en la superficie. También de las condiciones biológicas. Podríamos buscar cosas como desequilibrio termodinámico, espectro de reflexión de clorofila, polarización por la población microbiana basada en L-aminoácidos… sí, supongo que podemos obtener una idea excelente de qué planetas son adecuados. A tau baja, podemos examinar un gran número en poco de nuestro tiempo. En realidad, tendremos que usar sistemas automáticos y electrónicos; nosotros no podríamos trabajar con tanta rapidez. Entonces, cuando hayamos identificado el mundo adecuado, podemos volver a él. Eso llevará un par de años, por supuesto. Pero serán años soportables. Sabremos, con gran probabilidad, que tenemos un hogar esperándonos.