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—¿Qué le dijiste?

Reymont intentó un sonrisa.

—Le dije quién creía que debía tenerlas incondicionalmente, y quién podría sobrevivir sin ellas.

—Comprendes que el problema no son simplemente los efectos psicológicos —dijo Chi-Yuen—. Es la fatiga. El puro cansancio físico, al intentar hacer demasiadas cosas en un ambiente sin gravedad.

—Por supuesto. —Reymont metió una pierna bajo la barra para mantenerse mientras empezaba a quitarse el mono—. Es innecesario. Los hombres del espacio normales saben cómo manejarse, y tú, yo y unos pocos más. No nos cansamos al intentar coordinar los músculos. Son esos científicos terrestres los que lo hacen.

—¿Cuánto tiempo más, Charles?

—¿De esta forma? ¿Quién sabe? Planean reactivar mañana los campos de fuerza, a la potencia mínima de las plantas de energía. Una precaución, en caso de que choquemos con materia más densa antes de lo esperado. La última estimación que he oído sobre cuando alcanzaremos otro clan es de una semana.

Ella se relajó aliviada.

—Eso lo podemos soportar. Y entonces… buscaremos nuestro nuevo hogar.

—Eso espero —gruñó Reymont. Guardó las ropas, tembló un poco aunque el aire estaba caliente y sacó el pijama.

Chi-Yuen se acercó. Su agarre la detuvo.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿No lo sabes?

—Mira, Ai-Ling —dijo cansado—, se te ha informado como a todos los demás sobre los problemas de instrumentación. Por el maldito infierno, ¿cómo esperas que pueda contestar a algo así?

—Lo siento…

—¿Hay que acusar a los oficiales si los pasajeros no escuchan sus informes o no los entienden? —La voz de Reymont se elevó con furia—. Algunos de vosotros os estáis desmoronando de nuevo. Algunos os habéis refugiado tras las barricadas de la apatía, la religión, el sexo, o cualquier otra cosa, hasta que nada se queda en vuestra memoria. La mayor parte de vosotros… bien, fue saludable el trabajo en esos proyectos de investigación y desarrollo, pero se ha convertido en un mecanismo de defensa por sí mismo. Otra forma de limitar vuestra atención para excluir ese enorme universo malvado. Y ahora, cuando la caída libre os impide seguir trabajando, volvéis a meteros en vuestros pequeños agujeros. —En tono cruel—: Adelante. Haz lo que quieras. Todos vosotros podéis hacer lo que queráis. ¡Pero no vuelvas a chincharme! ¿Me oyes?

Se puso el pijama, se dirigió a la cama y se ajustó el cordón de seguridad alrededor de la cintura. Chi-Yuen se acercó para abrazarle.

—¡Oh, amor! —le susurró—. Lo siento. Estás cansado, ¿no?

—Ha sido duro para todos nosotros —dijo él.

—Lo peor para ti. —Repasó con los dedos sus mejillas, las líneas profundas, y los ojos enrojecidos y hundidos—. ¿Por qué no descansas?

—Me gustaría.

Ella lo hizo tenderse y se acercó aún más. Su pelo flotaba sobre la cara de él, y olía a rayos de sol de la Tierra.

—Hazlo —dijo—. Puedes. ¿No es agradable no sentirse tan pesado?

—M-m… sí, en cierta forma… Ai-Ling, conoces bien a Iwasaki. ¿Crees que puede aguantar sin tranquilizantes? Ni el doctor ni yo estábamos seguros.

—Calla. —Le tapó la boca con la mano—. No te preocupes por eso.

—Pero…

—No, no te lo permitiré. La nave no va a estrellarse sólo porque pases una noche decente de sueño.

—Vale… vale… puede que no.

—Cierra los ojos. Déjame darte un masaje en la frente… así. ¿No te sientes algo mejor? Ahora piensa en cosas bonitas.

—Como qué.

—¿Las has olvidado? Piensa en el hogar. No. Supongo que mejor no. Piensa en el hogar que vamos a encontrar. Cielos azules. Cálida luz brillante, la luz atravesando las hojas, moteando las sombras, parpadeando en un río; y el río fluye, fluye, fluye, cantándote para que duermas.

—Mm-m-m.

Ella le dio un beso suave.

—Nuestra propia casa. Un jardín. Extrañas flores llenas de color. Oh, pero también plantaremos semillas de la Tierra: rosas, madreselvas, manzanos, romero para el recuerdo. Nuestros hijos…

Él se agitó. Le volvió la preocupación.

—Espera un momento, no podemos hacer planes personales. Todavía no. Podrías no querer, ¡uh!, a un hombre determinado. Me gustas, por supuesto, pero…

Ella le volvió a cerrar los ojos antes de que él viese el dolor en los de ella.

—Estamos soñando despiertos, Charles. —Rió en voz baja—. Deja de ser tan solemne y literal. Simplemente piensa en niños, los niños de todos, jugando en un jardín. Piensa en el río. En los bosques. En las montañas. En las canciones de los pájaros. En la paz.

Él la agarró por la cintura.

—Eres una buena persona.

—Tú eres tú mismo. Una buena persona que necesita ser abrazada. ¿Te gustaría que te cantase para que te duermas?

—Sí. —Sus palabras apenas eran claras—. Por favor. Me gusta la música china.

Ella siguió acariciándole la frente mientras recuperaba el aliento.

El intercomunicador se activó.

—Condestable —dijo la voz de Telander—, ¿está usted ahí?

Reymont despertó de pronto.

—No —le pidió Chi-Yuen.

—Sí —dijo Reymont—, aquí estoy.

—¿Podría venir al puente? Es confidencial.

—Sí, sí. —Reymont soltó el cordón de seguridad y se sacó la parte de arriba del pijama por la cabeza.

—No podían darte ni cinco minutos, ¿eh? —dijo Chi-Yuen.

—Debe ser importante —contestó él—. No lo comentes antes de que yo te diga algo. —En unos momentos se volvió a meter en el mono y en los zapatos, y se puso en camino.

Le esperaban Telander y, sorprendentemente, Nilsson. El capitán tenía aspecto de haber recibido un golpe en el estómago. El astrónomo estaba excitado pero no había perdido su autocontrol de los últimos meses. Sostenía una hoja de papel escrita.

—Dificultades de navegación, ¿eh? —dedujo Charles Reymont—. ¿Dónde está Boudreau?

—No le implica inmediatamente —dijo Nilsson—. He estado calculando el significado de las observaciones realizadas con los nuevos instrumentos. He llegado a, eh, una conclusión frustrante.

Reymont agarró con los dedos una barra de sujeción y se quedó quieto mirándolos, leyéndolos. Las luces fluorescentes creaban sombras en su cara. Las líneas grises que habían aparecido recientemente en su pelo destacaban en contraste.

—A pesar de todo no podemos llegar al clan frente a nosotros —adelantó.

—Exacto —dijo Telander.

—No, no es estrictamente exacto —declaró Nilsson nervioso—. Lo atravesaremos. De hecho, pasaremos no sólo por la región general, sino, si queremos, por un gran número de galaxias dentro de algunas familias que forman el clan.

—¿Ya puede distinguir tantos detalles? —le preguntó Reymont—. Boudreau no podía.

—Ya le he dicho que tengo equipo nuevo, con capacidad mejorada —dijo Nilsson—. Recordará que después de que Ingrid me diese lecciones especiales, fui capaz de trabajar en caída libre con algo de eficacia. La precisión de los datos parece mayor de la que esperábamos cuando, ¡ah!, empezamos el proyecto. Sí, tengo un mapa razonablemente preciso de la zona del clan que podríamos atravesar. Con esa base, he calculado las opciones que tenemos.

—¡Vaya a lo importante, maldita sea! —le gritó Reymont. Al instante se controló, respiró profundamente y dijo—: Disculpen. Estoy algo cansado. Por favor, continúe. Una vez que lleguemos a la zona donde los propulsores tengan una cantidad de materia razonable para funcionar, ¿por qué no podemos frenar?

—Podemos —respondió Nilsson con rapidez—. Por supuesto que podemos. Pero nuestra tau inversa es inmensa. Recuerde que la obtuvimos al pasar por las zonas más densas posibles de varias galaxias, en nuestro camino al espacio interclan. Era necesario. No discuto la validez de la decisión. Aun así, el resultado es que estamos limitados en las rutas que podemos tomar que intercepten el espacio ocupado por ese clan. Esas rutas forman un volumen cónico bastante estrecho, como ya habrá supuesto.