Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 5 de junio de 1815.
– Baile conmigo -dijo Sophie impulsivamente.
Él sonrió, divertido, pero entrelazó firmemente los dedos con los de ella.
– Creí que no sabía bailar.
– Pero usted dijo que me enseñaría.
Él la miró fijamente durante un largo rato, perforándole los ojos con los suyos. Después le tironeó la mano.
– Venga conmigo.
Llevándola él cogida de la mano, avanzaron por el corredor, subieron un tramo de escalera, continuaron por otro corredor, doblaron una esquina y llegaron a un par de puertas ventanas. Benedict giró las manillas de hierro forjado y abrió las puertas, que daban a una pequeña terraza adornada con plantas en macetas y dos divanes.
– ¿Dónde estamos? -preguntó ella, mirando alrededor.
– Justo encima de la terraza del salón -contestó él, cerrando las puertas-. ¿Oye la música?
Lo que oía ella principalmente era el murmullo de conversaciones, pero aguzando los oídos logró oír débilmente la melodía que estaba tocando la orquesta.
– Haendel -exclamó, sonriendo encantada-. Mi institutriz tenía una caja de música con esa melodía.
– Amaba mucho a su institutriz -dijo él en voz baja.
Ella había cerrado los ojos siguiendo la música, pero al oír esas palabras, los abrió sorprendida.
– ¿Cómo lo sabe?
– Tal como supe que era más feliz en el campo. -Le tocó la mejilla y deslizó lentamente un dedo enguantado por su piel hasta llegar al contorno de la mandíbula-. Lo veo en su cara.
Ella guardó silencio un momento y luego se apartó.
– Sí, bueno, pasaba más tiempo con ella que con cualquier otra persona de la casa.
– Da la impresión de que se crió muy solitaria -comentó él, dulcemente.
– A veces me lo parecía. -Caminó hasta la orilla del balcón, apoyó las manos en la baranda y contempló la negra noche-. A veces no.
Repentinamente se giró hacia él con una alegre sonrisa, y él comprendió que no le revelaría nada más acerca de su infancia.
– Su educación debió de ser todo lo contrario de solitaria -comentó ella-, con tantos hermanos y hermanas.
– Sabe quién soy.
Ella asintió.
– No desde el principio.
Él caminó hasta la baranda, apoyó una cadera en ella y se cruzó de brazos.
– ¿Qué me delató?
– Su hermano. Se parecen tanto que…
– ¿Incluso con nuestros antifaces?
– Incluso con los antifaces -repuso ella, sonriendo complacida-. Lady Whistledown escribe con mucha frecuencia acerca de ustedes, y jamás deja pasar la oportunidad de comentar lo mucho que se parecen todos.
– ¿Y sabe qué hermano soy?
– Benedict. Eso si lady Whistledown no se equivoca al decir que usted es el más alto entre sus hermanos.
– Toda una detective, ¿eh?
Ella pareció ligeramente azorada.
– Simplemente leo una hoja de cotilleos. Eso no me hace diferente del resto de las personas que están aquí.
Benedict la observó un momento, pensando si ella se habría dado cuenta de que acababa de revelarle otro dato para resolver el rompecabezas de su identidad. Si sólo lo había reconocido por lo que había leído en Whistledown, quería decir que no hacía mucho que la habían presentado en sociedad, o tal vez ni siquiera la habían presentado. En todo caso, no era una de las muchas damitas que le había presentado su madre.
– ¿Qué más sabe de mí por Whistledown? -le preguntó, con su media sonrisa perezosa.
– ¿Busca algún cumplido? -preguntó ella, correspondiéndole la media sonrisa con un ligerísimo sesgo en sus labios-. Porque tiene que saber que los Bridgerton casi siempre se libran de las estocadas de su pluma. Lady Whistledown casi siempre es elogiosa cuando escribe sobre su familia.
– Eso lleva a muchas elucubraciones respecto a su identidad -reconoció él-. Hay quienes piensan que tiene que ser una Bridgerton.
– ¿Lo es?
– No, que yo sepa -repuso él, encogiéndose de hombros-. Y no ha contestado mi pregunta.
– ¿Qué pregunta era?
– Qué sabe de mí por Whistledown.
– ¿De veras le interesa? -preguntó ella, sorprendida.
– Si no puedo saber nada de usted, al menos podría saber qué sabe de mí.
Ella sonrió y se tocó el labio inferior con el índice, en un encantador gesto de distracción.
– Bueno, veamos. El mes pasado usted ganó una tonta carrera de caballos en Hyde Park.
– No fue nada una carrera tonta -dijo él sonriendo-, y soy cien libras más rico gracias a ella.
Ella le dirigió una mirada traviesa.
– Casi siempre son tontas las carreras de caballos.
– Dicho como lo diría cualquier mujer -masculló él.
– Bueno…
– No explique lo obvio -interrumpió él.
Eso la hizo sonreír.
– ¿Qué más sabe?
– ¿Por Whistledown? -Se dio unos golpecitos en la mejilla con el dedo-. Una vez le cortó la cabeza a la muñeca de su hermana.
– Y todavía estoy tratando de descubrir cómo supo eso -masculló Benedict.
– Quizá lady Whistledown es una Bridgerton, después de todo.
– Imposible. Y no que no seamos lo bastante inteligentes para serlo -añadió con cierta energía-. Lo que pasa es que el resto de la familia es demasiado inteligente para no descubrirlo.
Ella se echó a reír y él la observó atentamente, pensando si se daría cuenta de que acababa de darle otra pista respecto a su identidad. Ya hacía dos años que lady Whistledown escribiera sobre ese desafortunado encuentro de la muñeca con una guillotina; fue en una de sus primerísimas columnas. En la actualidad muchas personas de todo el país recibían la hoja de cotilleos, pero al comienzo, Whistledown era exclusivamente para londinenses.
Eso significaba que la misteriosa dama vivía en Londres hacía dos años. Y sin embargo sólo supo quién era él cuando conoció a Colín.
Había estado en Londres, pero no había sido presentada en sociedad. Tal vez era la menor de la familia y leía Whistledown mientras sus hermanas mayores disfrutaban de las temporadas.
Eso no era dato suficiente para descubrir quién era, pero era un comienzo.
– ¿Qué más sabe? -le preguntó, impaciente por ver si ella le revelaba algo más sin darse cuenta.
Ella se echó a reír; lo estaba pasando en grande, eso estaba claro.
– Su nombre no ha estado ligado a ninguna damita, y su madre desespera por verlo casado.
– La presión ha disminuido un poco ahora que mi hermano consiguió esposa.
– ¿El vizconde?
Benedict asintió.
– Lady Whistledown también escribió sobre eso.
– Con gran detalle. Aunque -se le acercó más y bajó la voz-, no tenía todos los hechos.
– ¿No? -preguntó ella, muy interesada-. ¿Qué se le escapó?
Él emitió un tss-tss y negó con la cabeza.
– No le voy a revelar los secretos del cortejo de mi hermano si usted no me quiere revelar ni siquiera su nombre.
Ella emitió un bufido.
– Cortejo podría ser una palabra muy fuerte. Vamos, lady Whistledown escribió…
– Lady Whistledown -interrumpió él, con una sonrisa vagamente burlona-, no está enterada de todo lo que ocurre en Londres.
– Ciertamente parece estar enterada de la mayoría de las cosas.
– ¿Usted cree? Yo tiendo a disentir. Por ejemplo, sospecho que si lady Whistledown estuviera aquí en la terraza, no sabría su identidad.
Por el agujero del antifaz vio que ella agrandaba los ojos, y eso le produjo cierta satisfacción. Se cruzó de brazos.