– Es evidente que hay sentimiento entre vosotros -dijo dulce mente, contestando la pregunta que sin duda veía en sus ojos.
– ¿Por qué no me despidió? -preguntó en un susurro.
No creía que lady Bridgerton supiera que había tenido relaciones íntimas con Benedict, pero ninguna mujer de su posición querría que su hijo suspirara por una criada.
– No lo sé -contestó lady Bridgerton, con una expresión más afligida de lo que Sophie hubiera imaginado posible-. Probablemente debería haberlo hecho. -Se encogió de hombros, con una extraña expresión de impotencia en sus ojos-. Pero me gustas.
Las lágrimas que Sophie había estado tratando de contener, empezaron a rodarle por la cara, pero aparte de eso, consiguió mantener la calma; no sollozó estremecida, no emitió ningún sonido; simplemente continuó donde estaba, absolutamente inmóvil, mientras le brotaban lágrimas y más lágrimas.
Cuando lady Bridgerton volvió a hablar, lo hizo con palabras muy medidas, como si las hubiera elegido con sumo cuidado para obtener una respuesta concreta.
– Eres el tipo de mujer que me gustaría para mi hijo -dijo, sin dejar de mirarle la cara ni un solo instante-. No nos conocemos de mucho tiempo, pero conozco tu carácter y conozco tu corazón. Y ojalá…
A Sophie se le escapó un sollozo ahogado, pero se apresuró a reprimir los que pugnaban por salir.
Lady Bridgerton reaccionó al sollozo ladeando la cabeza, compasiva, y haciéndole un guiño de tristeza con los ojos.
– Ojalá tus antecedentes fueran diferentes -continuó-. Y no es que yo piense mal de ti ni te considere menos por eso, pero hace las cosas muy difíciles.
– Imposibles -susurró Sophie.
Lady Bridgerton no dijo nada, y Sophie comprendió que en su corazón estaba de acuerdo, si no del todo, en un noventa y nueve por ciento, con su afirmación.
– ¿Es posible que tus antecedentes no sean exactamente lo que parecen? -preguntó lady Bridgerton, pronunciando las palabras con más mesura y cuidado que antes.
Sophie guardó silencio.
– Hay cosas en ti que no cuadran, Sophie.
Sophie sabía que esperaba que le preguntara qué, pero tenía bastante buena idea de lo que quería decir.
– Tu dicción es impecable -continuó lady Bridgerton-. Me explicaste que asistías a las clases con la hijas de la casa donde trabajaha tu madre, pero para mí esa explicación no es suficiente. Esas clases comenzarían cuando ya tenías unos años, seis por lo menos, edad en que ya tendrías firmemente establecida tu forma de hablar.
Sophie agrandó los ojos. Nunca había visto ese determinado fallo en su historia inventada, y la sorprendió que nadie lo hubiera visto hasta ese momento. Pero claro, lady Bridgerton era muchísimo más inteligente que la mayoría de las personas a las que les había contado esa historia.
– Y sabes latín -continuó lady Bridgerton-. No intentes negarlo. Te oí mascullar en voz baja el otro día cuando Hyacinth te irritó.
Sophie mantuvo la vista fija en la ventana, a la izquierda de lady Bridgerton, sin lograr atreverse a mirarla a los ojos.
– Gracias por no negarlo -dijo lady Bridgerton, y se quedó esperando que ella dijera algo.
Esperó tanto que Sophie se vio obligada a poner fin a ese interminable silencio.
– No soy pareja adecuada para su hijo -dijo.
– Comprendo.
– De verdad tengo que marcharme -se apresuró a continuar, antes de tener tiempo para arrepentirse.
– Si ése es tu deseo -dijo lady Bridgerton, asintiendo-, no puedo hacer nada para impedírtelo. ¿Dónde piensas ir?
– Tengo parientes en el norte -mintió Sophie.
Fue evidente que lady Bridgerton no la creyó, pero contestó:
– Ciertamente usarás uno de nuestros coches.
– No, de ninguna manera.
– No creerás que te permitiría hacer otra cosa. Te considero mi responsabilidad, al menos durante los próximos días, y es demasiado peligroso que te marches sin compañía. Este mundo no es seguro para mujeres solas.
Sophie no pudo reprimir una pesarosa sonrisa. El tono de lady Bridgerton podía ser distinto, pero sus palabras eran casi las mismas que le dijera Benedict unas semanas antes. Y en qué la habían metido esas palabras. No podía decir que lady Bridgerton y ella fueran íntimas amigas, pero la conocía lo suficiente para saber que no haría concesiones.
Podía pedirle al cochero que la dejara en algún lugar, de preferencia no demasiado lejos de algún puerto, donde finalmente podría comprar un pasaje para Estados Unidos, y luego decidir qué haría a partir de eso.
– Muy bien -dijo-. Gracias.
Lady Bridgerton la obsequió con una leve y triste sonrisa.
– Supongo que ya tienes hechas tus maletas…
Sophie asintió. No había ninguna necesidad de decir que sólo tenía una bolsa, en singular.
– ¿Ya has hecho tus despedidas?
– Prefiero no hacerlas -repuso Sophie, negando con la cabeza.
Lady Bridgerton se puso de pie y asintió.
– A veces eso es lo mejor. ¿Por qué no me esperas en el vestíbulo de la entrada? Iré a ordenar que lleven un coche a la puerta.
Sophie se giró y echó a caminar, pero justo antes de salir se detuvo y se giró nuevamente.
– Lady Bridgerton…
Se le iluminaron los ojos a la señora, como si esperara oír una buena noticia, o si no buena, por lo menos diferente.
– ¿Sí?
Sophie tragó saliva.
– Quería darle las gracias.
Se apagó un tanto la luz en los ojos de lady Bridgerton.
– ¿De qué?
– Por tenerme aquí, por aceptarme y permitirme simular que formaba parte de su familia.
– No seas ton…
– No tenía por qué invitarme a tomar el té con usted y las niñas-interrumpió Sophie. Si no sacaba todo eso perdería el valor-. La mayoría de las señoras no lo habrían hecho. Fue hermoso… y nuevo… Y… -se atragantó-. Las echaré de menos a todas.
– No tienes por qué marcharte -dijo lady Bridgerton dulcemente.
Sophie intentó sonreír, pero la sonrisa le salió a medias, y le supo a lágrimas.
– Sí, tengo que irme -dijo, casi ahogada por las palabras.
Lady Bridgerton la contempló un largo rato, con sus ojos azul claro, llenos de compasión y tal vez un pelín de comprensión.
– Ya veo -dijo en voz baja.
Y Sophie tuvo la incómoda sensación de que sí veía.
– Espérame abajo -dijo.
Sophie asintió y se hizo a un lado para dejarla pasar. La vizcondesa viuda se detuvo en la puerta a mirar la raída bolsa que estaba en el suelo.
– ¿Eso es todo lo que posees?
– Todo en el mundo.
Lady Bridgerton tragó saliva, incómoda, y las mejillas se le tiñeron levemente de rosa, casi como si la avergonzaran sus riquezas, y la carencia de ella.
– Pero eso -dijo Sophie haciendo un gesto hacia la bolsa-, eso no es lo importante. Lo que usted tiene… -se interrumpió para tragarse el bulto que se le había formado en la garganta-. No quiero decir lo que posee…
– Sé lo que quieres decir, Sophie -dijo lady Bridgerton, limpiándose los ojos con los dedos-. Gracias.
– Es la verdad -contestó ella, elevando ligeramente los hombros.
– Permíteme que te dé algo de dinero antes que te marches, Sophie.
– No podría -negó ella con la cabeza-. Ya cogí dos de los vestidos que me regaló. No quería, pero…
– Has hecho bien -la tranquilizó lady Bridgerton-. ¿Qué otra cosa podías hacer? Los que trajiste contigo ya no están. -Se aclaró la garganta-. Pero, por favor, acéptame un poco de dinero. -Al verla abrir la boca para protestar, insistió-: Por favor. Me haría sentir mejor.
Lady Bridgerton tenía una manera de mirar que hacía desear hacer lo que pedía. Y además, pensó Sophie, necesitaba ese dinero. Lady Bridgerton era una señora generosa; tal vez podría darle lo suficiente para comprar un pasaje de tercera clase para atravesar el océano.
– Gracias -dijo, antes de que su conciencia tuviera la oportunidad de convencerla de rechazar el ofrecimiento.