Выбрать главу

Después de un breve gesto de asentimiento, lady Bridgerton echó a andar por el corredor.

Cuando la perdió de vista, Sophie hizo una larga y temblorosa inspiración, se agachó a recoger su bolsa y lentamente caminó hasta la escalera y bajó al vestíbulo. Después de estar un rato esperando allí, decidió que igual podía esperar fuera. Era un hermoso día de primavera y tal vez sentir un poquitín de sol en la nariz era justo lo que necesitaba para sentirse mejor. Bueno, al menos un poco mejor. Además, allí había menos probabilidades de encontrarse de repente con una de las niñas Bridgerton, y por mucho que las fuera a echar de menos, no quería verse obligada a despedirse.

Con la bolsa firmemente cogida en una mano, abrió la pesada puerta y bajó la escalinata.

El coche no tardaría mucho en dar la vuelta. Cinco minutos, tal vez diez, tal vez…

– ¡Sophie Beckett!

El estómago le cayó a los tobillos. Era Araminta. ¿Cómo podía haberlo olvidado?

No pudo moverse, paralizada. Miró alrededor y luego los peldaños, tratando de decidir hacia dónde huir. Si volvía a entrar en la casa, Araminta sabría dónde encontrarla, y si echaba a correr por la calle…

– ¡Policía! -chilló Araminta-. ¡Necesito un policía!

Sophie soltó la bolsa y echó a correr.

– ¡Que alguien la detenga! -gritó Araminta-. ¡Detengan a la ladrona! ¡Detengan a la ladrona!

Sophie continuó corriendo, aún sabiendo que eso la haría parecer culpable. Corrió con todas las fibras de sus músculos, con cada bocanada de aire que conseguía hacer entrar en los pulmones; corrió, corrió y corrió…

Hasta que alguien le cerró el paso y de un empujón la arrojó de espaldas en la acera.

– ¡La tengo! -gritó el hombre-, ¡La tengo!

Sophie cerró y abrió los ojos, ahogando una exclamación de dolor. La cabeza le había chocado con la acera en un golpe aturdidor, y el hombre que la cogió estaba prácticamente sentado en su abdomen.

– ¡Ahí estás! -graznó Araminta, corriendo hacia ella-. Sophie Beckett ¡qué descaro!

Sophie la miró furibunda. No existían palabras para expresar el aborrecimiento que sentía en su corazón. Por no decir que no podía hablar por el dolor.

– Te he andado buscando -le dijo Araminta con una diabólica sonrisa-. Posy me dijo que te había visto.

Sophie cerró los ojos y los mantuvo así un rato más largo que un pestañeo normal. Ay, Posy. Dudaba de que la muchacha hubiera querido delatarla, pero su lengua tenía una manera ineludible de adelantarse a su mente.

Araminta afirmó el pie muy cerca de su mano, la que le tenía inmovilizada por la muñeca el hombre que la cogió, y sonriendo trasladó el pie hasta plantarlo sobre la mano.

– No deberías haberme robado -dijo Araminta, con sus ojos azules brillantes.

Sophie se limitó a gruñir. Fue lo único que consiguió hacer.

– ¿Lo ves? -continuó Araminta alegremente-. Ahora puedo hacerte encarcelar. Supongo que podría haber hecho eso antes, pero ahora tengo la verdad de mi parte.

En ese momento llegó un hombre corriendo y se detuvo con un patinazo ante Araminta.

– Las autoridades vienen en camino, milady. Dentro de nada tendremos a esta ladrona en prisión.

Sophie se cogió el labio inferior entre los dientes, una parte de ella rogando que las autoridades se retrasaran hasta que saliera lady Bridgerton, y otra parte rogando que llegaran inmediatamente para que las Bridgerton no vieran su vergüenza.

Y al final logró su deseo, es decir el segundo. No habían pasado dos minutos cuando llegaron las autoridades, la metieron en un carretón y la llevaron a la cárcel.

Y lo único que podía pensar Sophie mientras la llevaban era que los Bridgerton no sabrían nunca lo que le había ocurrido, y que tal vez eso era lo mejor.

Capítulo 21

¡ Vaya si no hubo emoción ayer en la escalinata de la puerta principal de la residencia de lady Bridgerton en Bruton Street!

La primera fue que se vio a Penelope Featherington en la compañía, no de uno ni de dos, sino de tres hermanos Bridgerton, ciertamente una proeza hasta el momento imposible para la pobre muchacha, que tiene la no muy buena fama de ser la fea del baile. Por desgracia (aunque tal vez previsiblemente) para la señorita Featherington, cuando finalmente se marchó, lo hizo del brazo del vizconde, el único hombre casado del grupo.

Si la señorita Featherington llegara a arreglárselas para llevar al altar a un hermano Bridgerton querría decir que habría llegado el fin del mundo tal como lo conocemos, y que esta cronista, que no vacila en reconocer que ese mundo no tendría ni pies ni cabeza para ella, se vería obligada a renunciar a esta columna en el acto.

Y como si la señorita Featherington no hubiera sido suficiente noticia, aún no habían transcurrido tres horas cuando lady Penwood, que vive tres puertas más allá, abordó violentamente a una mujer delante de la casa de la familia Bridgerton. Parece ser que dicha mujer, la que, según sospecha esta cronista, trabajaba para la familia Bridgerton, había trabajado para lady Penwood anteriormente. Lady Penwood alega que esta mujer no identificada le robó, e inmediatamente hizo encarcelara la pobre criatura.

Esta cronista no sabe bien cómo se castiga el robo en esta época, pero es de suponer que si alguien tiene la audacia de robarle a la condesa, el castigo es muy estricto. Es posible que cuelguen a esa pobre muchacha o, como muy mínimo, la deporten.

Ahora parece insignificante la guerra por las criadas (de la que se informó en esta columna el mes pasado).

Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 13 de junio de 1817.

La primera inclinación de Benedict a la mañana siguiente fue servirse una buena copa de licor fuerte. O tal vez tres. Podía ser escandalosamente temprano para beber licor, pero se le antojaba bastante atractivo el aturdimiento alcohólico después de la estocada que recibiera la tarde anterior de manos de Sophie Beckett.

Entonces recordó que había quedado con su hermano Colin esa mañana para una competición de esgrima. De pronto encontró bastante atractiva la idea de darle unas buenas estocadas a su hermano, aun cuando éste no tuviera nada que ver con su pésimo humor.

Para eso estaban los hermanos, pensó, sonriendo tristemente, mientras se ponía la indumentaria.

– Sólo tengo una hora -dijo Colin, insertando el botón redondeado en la punta de su florete-. Tengo una cita más tarde.

– No importa -contestó Benedict, haciendo unas cuantas fintas para aflojar los músculos de las piernas; hacía tiempo que no practicaba; sentía cómodo el florete en la mano. Retrocedió y tocó el suelo con la punta, doblando ligeramente la hoja-. No me llevará más de una hora derrotarte.

Colin miró al cielo poniendo los ojos en blanco antes de bajarse, la careta.

Benedict avanzó hasta el centro de la sala.

– ¿Estás preparado?

– No del todo -repuso Colin siguiéndolo.

Benedict le hizo otra finta.

– ¡He dicho que aún no estoy preparado! -rugió Colin saltando hacia un lado.

– Eres muy lento -ladró Benedict.

Colin soltó una maldición en voz baja y añadió otra en voy, alta:

– ¡Condenación! ¿Qué mosca te ha picado?

– Ninguna -casi gruñó Benedict-. ¿Por qué lo dices?

Colin retrocedió hasta ponerse a una distancia adecuada para comenzar el combate.

– Ah, no sé -canturreó, sarcástico-. Supongo que será porque casi me hiciste volar la cabeza.

– Tengo el botón en la punta.

– Y moviste el florete como si fuera un sable -replicó Colin.

– Así es más divertido -rebatió Benedict, sonriendo con dureza.

– No para mi cuello. -Cambió de mano el florete para flexionar y estirar los dedos. Detuvo el movimiento y frunció el ceño-.¿Estás seguro de que es un florete lo que tienes?