Benedict cerró y abrió los ojos varias veces y miró alrededor.
– No creo que logres volver a esa…
Pero ella ya había visto el reloj de la repisa del hogar y estaba agitando la cabeza, sofocada.
– ¿Te sientes mal? -le preguntó él.
– ¡Son las tres de la mañana!
– Bien podrías pasar la noche aquí, entonces -dijo él sonriendo.
– ¡Benedict!
– No querrás incomodar a alguno de los criados, ¿verdad? Están todos bien dormidos, seguro.
– Pero es que…
– Ten piedad, mujer. Nos casaremos la próxima semana -declaró él finalmente.
Eso captó la atención de ella.
– ¿La próxima semana? -preguntó con una vocecita aguda. Él trató de poner una expresión seria:
– Es mejor ocuparse de estas cosas rápido.
– ¿Por qué?
– ¿Porqué? -repitió él.
– Sí, ¿por qué?
– Eh, eh…, para poner fin a los cotilleos y todo eso.
Ella entreabrió los labios y agrandó los ojos.
– ¿Crees que lady Whistledown escribirá sobre mí?
– Dios, espero que no.
A ella se le alargó la cara.
– Bueno, supongo que podría. ¿Por qué demonios quieres que escriba sobre ti?
– Llevo años leyendo su columna. Siempre soñé con ver mi nombre en ella.
– Tienes unos sueños muy raros -comentó él, moviendo la cabeza.
– ¡Benedict!
– Muy bien, sí, me imagino que lady Whistledown informará de nuestra boda, si no antes de la ceremonia, ciertamente muy pronto después. Es diabólica en eso.
– Me encantaría saber quién es.
– A ti y a medio Londres.
– A mí y a todo Londres, diría yo. -Sophie suspiró y añadió, no muy convencida-. Debería irme, de verdad. Tu madre debe de estar preocupada por mí.
– Sabe dónde estás -dijo él, encogiéndose de hombros.
– Pero pensará mal de mí.
– Lo dudo. Te dará más libertad, seguro, tomando en cuenta que nos casaremos dentro de tres días.
– ¿Tres días? -exclamó ella-. Creí oírte decir la próxima semana.
– Dentro de tres días es la próxima semana.
Sophie frunció el ceño.
– Ah, tienes razón. ¿El lunes, entonces?
Él asintió, con expresión muy satisfecha.
– Imagínate, apareceré en Whistledown.
Él se incorporó apoyado en un codo y la miró con desconfianza:
– ¿Te hace ilusión casarte conmigo, o es simplemente la mención en Whistledown lo que te entusiasma tanto?
Ella le dio una traviesa palmada en el hombro.
– En realidad -musitó él, pensativo-, ya has aparecido en Whistledown.
– ¿Sí? ¿Cuándo?
– Después del baile de máscaras. Lady Whistledown comentó que yo parecía muy conquistado por una misteriosa dama de vestido plateado. Y que pese a todos sus intentos no había logrado deducir tu identidad. -Sonrió-. Muy bien podría ser el único secreto de Londres que no ha descubierto.
Al instante Sophie puso la cara seria y se apartó algo más de un palmo de él.
– Ay, Benedict. Tengo que… deseo… es decir… -Desvió la cara un momento y volvió a mirarlo-. Perdona.
Él consideró la posibilidad de atraerla de un tirón a sus brazos, pero ella estaba tan condenadamente seria que no tuvo más remedio que tomarla en serio.
– El no haberte dicho quién era. Fue incorrecto de mi parte. -Se mordió el labio-. Bueno, no incorrecto exactamente.
Él se apartó un poco.
– Si no fue incorrecto, ¿qué fue, entonces?
– No lo sé. No sé explicar exactamente por qué hice lo que hice, pero es que…
Se mordió más el labio. Él ya empezaba a pensar que se haría un daño irremediable en el labio, cuando ella suspiró:
– No te lo dije inmediatamente porque me pareció que no tenía ningún sentido hacerlo. Estaba muy segura de que nos separaríamos tan pronto como nos alejáramos de la propiedad Cavender. Pero entonces tú caíste enfermo, yo tuve que cuidarte y tu no me reconociste y…
Él le puso un dedo sobre los labios.
– No importa.
Ella arqueó las cejas.
– Me parece que la otra noche te importaba muchísimo.
Él no sabía por qué, pero no quería entrar en una conversación seria en ese momento.
– Han cambiado muchas cosas desde entonces.
– ¿No quieres saber por qué no te dije quién era?
– Sé quién eres -repuso él, acariciándole la mejilla.
Ella se mordió el labio.
– ¿Y quieres oír la parte más divertida? -continuó él-. ¿Sabes uno de los motivos de que yo vacilara tanto en entregarte totalmente el corazón? Había estado reservando una parte de él para la dama del baile de máscaras, siempre con la esperanza de que algún día la encontraría.
– Oh, Benedict -suspiró ella, emocionada por sus palabras, y al mismo tiempo triste por haberlo hecho sufrir tanto.
– Decidir casarme contigo significaba abandonar mi sueño de casarme con ella -musitó él-. Irónico, ¿verdad?
– Lamento haberte hecho sufrir al no reverlarte mi identidad -dijo ella, sin mirarlo a los ojos-, pero no sé si lamento haberlo hecho. ¿Tiene algún sentido eso?
Él no dijo nada.
– Creo que lo volvería a hacer.
Él continuó sin decir nada. Ella comenzó a sentir una inmensa inquietud.
– Me pareció que eso era lo correcto en el momento -prosiguió-. Decirte que había estado en el baile de máscaras no habría servido a ninguna finalidad.
– Yo habría sabido la verdad -dijo él dulcemente.
– Sí, ¿y qué habrías hecho con esa verdad? -Se sentó y subió el edredón hasta tenerlo bien cogido bajo los brazos-. Habrías deseado que tu misteriosa mujer fuera tu querida, tal como deseaste que la criada fuera tu querida.
Él guardó silencio, sin dejar de mirarla a la cara.
– Supongo que lo que quiero decir -se apresuró a decir ella-, es que si entonces hubiera sabido lo que sé ahora, habría dicho algo. Pero no lo sabía, y pensé que sólo me pondría en posición para sufrir, y… -se atragantó con las últimas palabras y le miró angustiada la cara, en busca de algún signo que revelara sus sentimientos-. Por favor, di algo.
– Te amo -dijo él.
Eso era todo lo que ella necesitaba oír.
Epílogo
La fiesta del domingo en la casa Bridgerton será sin duda el acontecimiento de la temporada. Se reunirá toda la familia con unos cien de sus mejores amigos para celebrar el cumpleaños de la vizcondeza viuda.
Se considera grosería mencionar la edad de una dama, por lo tanto esta cronista no revelará qué cumpleaños celebra lady Bridgerton.
Pero no temáis, ¡esta Cronista lo sabe!
Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 30 de abril de 1824.
Para! ¡Para!
Desternillándose de risa, Sophie bajó corriendo la escalinata de piedra que llevaba al jardín de atrás de la casa Bridgerton. Después de tres hijos y siete años de matrimonio, Benedict todavía la hacía sonreír, todavía la hacía reír, y seguía persiguiéndola por toda la casa siempre que se le presentaba la oportunidad.
– ¿Dónde están los niños? -preguntó resollante cuando él le dio alcance en el último peldaño.
– Francesca los está vigilando.
– ¿Y tu madre?
Él sonrió de oreja a oreja.
– Yo diría que Francesca la está vigilando también.
– Cualquiera podría sorprendernos aquí -dijo ella, mirando a uno y otro lado.
La sonrisa de él se tornó pícara.
– Tal vez -dijo, cogiéndole la falda de terciopelo verde y enrollándola en ella- deberíamos retirarnos a la terraza privada.
Esas palabras tan conocidas no tardaron más de un segundo en transportarla al baile de máscaras, nueve años atrás.
– ¿La terraza privada, dice? -preguntó, sus ojos bailando traviesos- ¿Y cómo sabe, por favor, de la existencia de una terraza privada?