Él le rozó los labios con los de él.
– Digamos que tengo mis métodos -susurró.
– Y yo tengo mis secretos -repuso ella, sonriendo pícara. Él se apartó un poco.
– ¿Ah, sí? ¿Y me los vas a contar?
– Los cinco -dijo ella, asintiendo- vamos a ser seis.
Él le miró atentamente la cara y luego le miró el vientre.
– ¿Estás segura?
– Tan segura como estaba la última vez.
Él le cogió una mano y se la llevó a los labios.
– Éste será una niña.
– Eso fue lo que dijiste la última vez.
– Lo sé, pero…
– Y la vez anterior.
– Tanta más razón para que las probabilidades estén a mi favor esta vez.
– Me alegra que no seas un jugador -dijo ella moviendo la cabeza.
Él sonrió ante eso.
– No se lo digamos a nadie aún.
– Creo que unas cuantas personas ya lo sospechan -reconoció ella.
– Quiero ver cuánto tarda en descubrirlo esa mujer Whistledown -dijo Benedict.
– ¿Lo dices en serio?
– La maldita mujer descubrió lo de Charles, descubrió lo de Alexander y descubrió lo de William.
Sonriendo, Sophie se dejó llevar hacia las sombras del jardín.
– ¿Te das cuenta de que me han mencionado doscientas treinta y dos veces en Whistledown?
Él paró en seco.
– ¿Has llevado la cuenta?
– Doscientas treinta y tres si contamos la vez después del baile de máscaras.
– No me puedo creer que las hayas contado.
Ella hizo un despreocupado encogimiento de hombros.
– Es emocionante ser mencionada.
Benedict encontraba horriblemente molesto ser mencionado, pero no le iba a aguar el placer diciéndoselo, por lo que simplemente dijo:
– Por lo menos siempre escribe cosas simpáticas de ti. Si no, podría tener que darle caza y expulsarla del país.
Sophie no pudo evitar sonreír.
– Vamos, por favor. No creo que lograras descubrir su identidad; nadie de la alta sociedad lo ha logrado.
Él arqueó una arrogante ceja:
– Eso no parece reflejar el cariño y la fe de una esposa.
Ella hizo como si estuviera examinando atentamente uno de su guantes.
– No tienes para qué gastar energía en eso. Evidentemente es muy buena en lo que hace.
– Bueno, no se enterará de lo de Violet -juró Benedict-. Al menos no antes de que sea evidente al resto del mundo.
– ¿Violet? -preguntó Sophie dulcemente.
– Ya es hora de que mi madre tenga un descendiente que lleve su nombre, ¿no te parece?
Sophie se abrazó a él, apoyando la mejilla en su camisa de lino almidonada.
– Encuentro precioso el nombre Violet -musitó, acomodándose más en el refugio de sus brazos-. Es de esperar que sea una niña. Porque si es un niño, no nos lo perdonará jamás.
Esa noche, en una casa del mejor barrio de Londres, una mujer cogió su pluma y escribió:
Ecos de Sociedad de Lady Whistledown 3 de mayo de 1824.
Ah, amables Lectores, esta cronista se ha enterado de que el número de nietos Bridgerton muy pronto va a aumentar de diez a once.
Pero cuando intentó seguir escribiendo, lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y exhalar un suspiro. Llevaba mucho tiempo haciendo eso. ¿Podía ser posible que ya fueran once años?
Tal vez era hora de pasar a otra cosa. Estaba cansada de escribir acerca de todos los demás. Era hora de que comenzara a vivir su propia vida.
Así pues, dejando su pluma, lady Whistledown se dirigió a la ventana, abrió las cortinas verde salvia y contempló el negro cielo nocturno.
– Es hora de que haga algo distinto -susurró-. Es hora de que por fin sea yo misma.
Julia Quinn