»Por eso Ogion, que es un gran mago, se quedó ante la puerta de la cabana, allí, junto al rompeolas, y la vieja abrió la puerta. Entonces Ogion retrocedió y levantó su vara de roble, y levantó la mano también, así, como si tratara de protegerse del calor de una hoguera, y en su asombro y temor dijo el verdadero nombre de la mujer en voz alta: “¡Dragón!”.
»En ese primer momento, me dijo, no fue una mujer lo que vio en la puerta, sino una gloriosa llamarada, y un brillo de escamas y garras doradas, y los enormes ojos de un dragón. Dicen que no hay que mirar a un dragón a los ojos.
«Entonces todo desapareció y dejó de ver al dragón, y sólo vio a una anciana de pie allí, en la puerta, algo encorvada, una vieja pescadora alta y de manos grandes. Ella le devolvió la mirada. Y le dijo: “Entrad, Señor Ogion”.
»De modo que él entró. Ella le sirvió sopa de pescado, y los dos comieron y después se quedaron charlando junto al fuego. Él suponía que ella debía de ser un ser que cambiaba de forma, pero no sabía, ¿me entiendes?, si era una mujer que podía convertirse en dragón o un dragón que podía convertirse en mujer. Así que al cabo de un rato le preguntó: “¿Eres una mujer o un dragón?”. Y ella no Te respondió, sino que le dijo: “Te cantaré una historia que conozco”.
Therru tenía un pedrusco en el zapato. Se detuvieron para sacarlo y siguieron caminando, muy lentamente, porque el camino se elevaba en una pendiente empinada entre terraplenes de piedras aguzadas cubiertos de arbustos donde cantaban las cigarras en el calor estival.
—Ésta es la historia que le cantó a Ogion.
«Cuando Segoy sacó del mar las islas del mundo al comienzo de los tiempos, los dragones fueron los primeros seres nacidos de la tierra y del viento que soplaba sobre la tierra. Eso dice la Canción de la Creación. Pero su canto también decía que en ese entonces, en un comienzo, los dragones y los hombres eran una sola cosa. Eran un solo pueblo, una raza, seres alados que hablaban la Lengua Verdadera.
»Eran hermosos, y fuertes, y sabios, y libres.
»Pero con el tiempo nada puede ser sin devenir. Entonces algunos de los del pueblo de dragones se aficionaron más y más al vuelo y a lo primitivo, y empezaron a relacionarse cada vez menos con el quehacer, o con el estudio y el aprendizaje, o con las casas y las ciudades. Sólo querían volar cada vez más lejos, cazando y comiéndose sus presas, ignorantes y despreocupados, ansiosos de más y más libertad.
»Otros seres del pueblo de dragones empezaron a interesarse menos por el vuelo y en cambio comenzaron a acumular tesoros, riquezas, objetos, conocimientos. Construyeron casas, fortalezas para guardar sus tesoros, para así poder legarles a sus hijos todo lo que habían adquirido, tratando sin cesar de poseer más y más. Y llegaron a temer a los seres salvajes, que podían llegar volando y destruir todos sus preciados tesoros, consumirlos en un estadillo de llamas por simple desdén y crueldad.
»Los salvajes no se atemorizaban ante nada. No aprendían nada. Como eran ignorantes e intrépidos, no podían ponerse a resguardo cuando los que no volaban los atrapaban como animales y les daban muerte. Pero otros seres salvajes llegaban volando y prendían fuego a las hermosas casas, y destruían y asesinaban. Los más fuertes, salvajes o sabios, eran ios que daban muerte antes a los otros.
»Los más temerosos se ocultaban para no participar en la lucha y cuando ya no había donde ocultarse, escapaban. Recurrían a su destreza para fabricar cosas y construían barcas y se marchaban hacia el este, alejándose de las islas occidentales donde los enormes seres alados embestían entre las torres destruidas.
«Entonces, los que habían sido dragones y seres humanos a la vez se transformaron, convirtiéndose en dos pueblos: los dragones, siempre menos numerosos y más primitivos, dispersos por su codicia y su cólera infinitas e insensatas, en las lejanas islas del Confín del Poniente; y los seres humanos, multiplicándose sin cesar en sus opulentos pueblos y ciudades, ocupando las Islas Interiores, y todo el sur y el este. Pero algunos de ellos conservaron el saber de los dragones —la Lengua Verdadera de la Creación— y ésos son ahora los hechiceros.
»Pero, como dice la canción, entre nosotros también hay algunos que saben que antaño fueron dragones, y entre los dragones hay algunos que saben de su parentesco con nosotros. Y éstos dicen que cuando el pueblo único se convirtió en dos pueblos, algunos de ellos, que aún eran seres humanos y dragones, que aún tenían alas, no se marcharon hacia el este sino hacia el oeste, por sobre el Mar Abierto, hasta llegar al otro lado del mundo. Allí viven en paz, como enormes seres alados a la vez salvajes y sabios, con mente humana y corazón de dragón. Y entonces la mujer cantó:
»Esa fue la historia que relató en su canción la Mujer de Kemay, y terminaba con esas palabras.
»Entonces Ogion le dijo: —Cuando te vi por primera vez, vi tu ser verdadero. Esta mujer que está sentada frente a mí, al otro lado del hogar, no es más que la vestimenta que lleva.
»Pero ella sacudió la cabeza y se echó a reír, y lo único que dijo fue: “¡Si fuera así de simple…!”.
«Entonces, después de un tiempo Ogion regresó a Re Albi. Y cuando me contó la historia, me dijo: “Desde ese día no he dejado de preguntarme si alguien, hombre o dragón, ha llegado jamás más al oeste que el oeste; y quiénes somos, y en qué reside nuestra plenitud…”. ¿Te está dando hambre, Therru? Parece que hay un buen sitio para sentarse allá arriba, en ese recodo del camino. Tal vez desde ese lugar alcancemos a divisar el Puerto de Gont, a lo lejos, al pie de la montaña. Es una gran ciudad, más grande que Valmouth. Nos sentaremos cuando lleguemos a la curva, y descansaremos un rato.
Desde ese alto recodo del camino vieron las vastas laderas de bosques y praderas rocosas que se extendían a sus pies hacia el pueblo que rodeaba la bahía, y los riscos que custodiaban la entrada a la bahía, y las barcas como astillas de madera o dítiscos en las aguas oscuras. Mucho más adelante en el camino y un poco más arriba, un promontorio sobresalía de la ladera de la montaña: el Acantilado, donde se encontraba el pueblo de Re Albi, el Nido del Halcón.
Therru no se quejaba, pero cuando poco después Goha dijo: —Y bien, ¿seguimos caminando? —la niña, sentada entre el camino y los abismos de cielo y de mar, sacudió la cabeza. El sol calentaba, y habían caminado un largo trecho desde su desayuno en el claro.
Goha sacó el cántaro y bebieron nuevamente; entonces sacó una bolsa con pasas y nueces, y se la dio a la niña.
—De aquí se divisa el lugar al que vamos —le dijo— y me gustaría llegar allá antes de que oscurezca, si podemos. Estoy ansiosa por ver a Ogion. Debes de estar muy cansada, pero no caminaremos rápido. Y allá estaremos seguras y abrigadas esta noche. Guarda la bolsa, métela bajo el cinturón. Las pasas les dan fuerza a tus piernas. ¿Querrías una vara…, como un mago…, para apoyarte al caminar? Therru masticó golosamente y asintió. Goha sacó su cuchillo y cortó una gruesa rama de avellano para la niña y entonces, viendo que había un aliso caído sobre el camino, desprendió una de sus ramas y la recortó para hacerse una vara resistente y liviana.