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—Serán bienvenidos en la Granja de los Robles —dijo Tenar—. Aunque no tanto como seríais vos.

—Vendré cuando pueda —dijo él, con un dejo severo; y con un dejo de melancolía—: si puedo.

11. En casa

La mayoría de los habitantes de Valmouth bajaron a los malecones a ver el barco de Havnor cuando se enteraron de que el rey estaba a bordo, el nuevo rey, el joven rey del que hablaban las nuevas canciones. Aún no conocían las nuevas canciones, pero conocían las antiguas, y el viejo Relli llegó con su arpa y cantó un fragmento de la Gesta de Morred, porque sin duda un rey de Terramar sería el heredero de Morred. Poco después el mismo rey subió a la cubierta, incomparablemente joven y alto y apuesto, y con él un mago de Roke, y una mujer y una niña pequeña cubiertas con viejas capas y que casi parecían mendigos, pero él las trataba como si fuesen una reina y una princesa, de modo que quizá lo fueran. —Tal vez sea su madre —dijo Shinny, tratando de ver algo por sobre las cabezas de los hombres que estaban delante de ella, y entonces su amiga Manzana le apretó el brazo y dijo con una especie de chillido susurrante—. ¡Es…, es madre!

—¿La madre de quién? —dijo Shinny, y Manzana le respondió—: Mi madre. Y ésa es Therru. —Pero no se abrió paso entre la multitud, ni siquiera cuando un oficial del barco bajó a tierra para invitar al viejo Relli a subir a bordo a tocar para el rey. Se quedó esperando con los demás. Vio al rey recibir a los notables de Valmouth y escuchó a Relli cantar para él. Lo vio despedirse de sus huéspedes, porque el barco se haría nuevamente a la mar, decía la gente, antes de que cayera la noche, y regresaría a Havnor. Tenar y Therru fueron las últimas en cruzar la pasarela. El rey las abrazó con formalidad, apoyando la mejilla en las mejillas de ellas, arrodillándose para abrazar a Therru. —¡ Ah! —dijo el gentío en el malecón. Cuando las dos bajaron por la pasarela flanqueada por barandillas, el sol se iba ocultando en medio de una bruma dorada, dejando un largo rastro dorado en la bahía. Tenar cargaba un pesado morral y un bolso; Therru llevaba la cara inclinada y cubierta por los cabellos. Levantaron la pasarela y los marineros saltaron al cordaje y los oficiales gritaron y Delfín enfiló hacia su puerto. Entonces Manzana se abrió paso entre la multitud finalmente.

—¿Cómo estás, madre? —le dijo y Tenar respondió—: ¿Cómo estás, hija? —Se besaron, y Manzana tomó a Therru en brazos y le dijo:— ¡Cómo has crecido! Estás mucho más grande que antes. Ven, ven a casa conmigo.

Pero Manzana se mostró algo reservada con su madre esa noche, en la hermosa casa de su joven esposo, el mercader. La miró varias veces con una expresión reflexiva, casi cautelosa. —Nunca le di ninguna importancia, madre, tú sabes —le dijo en la puerta del cuarto de Tenar—, a todo eso…, a la Runa de la Paz…, a que tú hubieses llevado el Anillo a Havnor. No era más que una de esas canciones. ¡Hace mil años! Pero de veras fuiste tú, ¿verdad?

—Fue una muchacha de Atuan —dijo Tenar—. Hace mil años. Creo que podría dormir por mil años ahora.

—Ve a dormir, entonces. —Manzana se volvió, luego se dio vuelta nuevamente, con la lámpara en la mano.— ¡Besarreyes! —le dijo.

—Vete, vete —dijo Tenar.

Manzana y su joven esposo consiguieron que Tenar se quedara con ellos por un par de días, pero después de eso se mostró decidida a marcharse a la granja. De modo que Manzana subió con ella y Therru a lo largo del plácido y plateado Kaheda. El verano iba dando paso al otoño. El sol aún era cálido, pero el viento era frío. Las hojas de los árboles estaban ajadas, polvorientas, y los campos estaban segados o en plena cosecha.

Manzana comentó que Therru se veía mucho más fuerte y que caminaba con aplomo.

—Ojalá la hubieses visto en Re Albi —dijo Tenar—, antes… —y se detuvo. Había decidido no inquietar a su hija con todo eso.

—¿Qué sucedió? —preguntó Manzana, tan claramente resuelta a saber lo que había sucedido que Tenar se rindió y respondió en voz baja—: Uno de ellos.

Therru caminaba unas pocas yardas más adelante, con las largas piernas asomándole por debajo del vestido que ya le quedaba corto, buscando moras entre los arbustos, sin detenerse.

—¿Su padre? —preguntó Manzana, asqueada ante la idea.

—Alondra dice que el que parecía ser su padre se hacía llamar Merluza. Éste es más joven. Es el que fue a ver a Alondra para decirle. Se llama Diestro. Estaba… merodeando por Re Albi. Y luego, por desgracia, nos cruzamos con él en el Puerto de Gont. Pero el rey lo obligó a marcharse. Y ahora estoy aquí y él está allá, y todo eso se acabó.

—Pero Therru se asustó —dijo Manzana, con un tono algo sombrío.

Tenar asintió.

—¿Pero por qué fuiste al Puerto de Gont?

—Y bien, ese hombre, Diestro, trabajaba para un hombre…, un hechicero de la casa del Señor de Re Albi, que me tomó antipatía… —Trató de acordarse del nombre común del hechicero, pero no lo consiguió; lo único que se le ocurría era Tuaho, el nombre que le daban en kargo a cierto árbol, no podía recordar cuál.

—¿Entonces?

—Y bien…, me pareció que lo mejor era simplemente regresar a casa.

—Pero ¿por qué te tomó antipatía el hechicero?

—Por ser mujer más que nada.

—Corteza de queso rancio.

—Corteza de queso fresco en este caso.

—Peor aún. Y bien, que yo sepa por aquí nadie ha visto a los padres, si se los puede llamar así. Pero si todavía andan merodeando por aquí, no me gusta que te quedes sola en casa.

Es agradable que una hija os cuide como una madre y comportarse como una hija con la propia hija. Tenar dijo con impaciencia: —¡Estaré perfectamente bien!

—Al menos podrías conseguir un perro.

—He pensado en eso. Quizás alguien de la aldea tenga un cachorro. Le preguntaremos a Alondra cuando nos detengamos a verla.

—No un cachorro, madre. Un perro.

—Pero no un perro viejo… Un perro con el que Therru pueda jugar —suplicó.

—Un cachorro amable que se acerque a los ladrones y los bese —dijo Manzana sin dejar de caminar, rolliza y de ojos grises, riéndose de su madre.

Llegaron a la aldea cerca de mediodía.

Alondra las recibió con una fiesta de abrazos, besos, preguntas y cosas para comer. El silencioso esposo de Alondra y otros aldeanos llegaron a saludar a Tenar. Sentía la alegría del regreso al hogar. Alondra y los dos menores de sus siete hijos, un niño y una niña, las acompañaron hasta la granja. Los niños conocían a Therru desde la primera vez que la había llevado a casa, por supuesto, y estaban acostumbrados a ella, aunque la separación de dos meses los hizo mostrarse tímidos al comienzo. Delante de ellos, incluso delante de Alondra, Therru se mantuvo retraída, pasiva, como en los malos tiempos.

—Está fatigada, desconcertada por todos estos ires y venires. Ya se sentirá mejor. Se ha comportado admirablemente —le dijo Tenar a Alondra, pero Manzana no le iba a permitir que dejara de lado el tema tan fácilmente.

—Uno de ellos se apareció, y aterrorizó a Therru y a madre —dijo Manzana. Y poco a poco, entre las dos, la hija y la amiga, hicieron que Tenar les contara la historia esa tarde, mientras abrían la casa fría, mal ventilada, polvorienta, la arreglaban, aireaban la ropa de cama, sacudían la cabeza al encontrar cebollas con brotes, guardaban un poco de comida en la despensa y ponían al fuego una gran marmita con sopa para la cena. Lo que llegaron a saber fue saliendo palabra a palabra. Tenar parecía no poder decirles lo que había hecho el hechicero; un maleficio, dijo vagamente, o tal vez fuera que había mandado a Diestro tras ella. Pero cuando empezó a hablar del rey, las palabras se le atrepellaron en la boca.