Tenar empezó a sentirse desdichada dentro de la casa. Sólo al aire libre, cuando trabajaba en la granja, sentía disminuir su cólera, la humillación que le provocaba la presencia de Chispa.
—Ahora me ha tocado a mí —le dijo a Ged con amargura, en la habitación oscura iluminada por las estrellas—. Me ha tocado a mí perder lo que más me enorgullecía.
—¿Qué has perdido?
—A mi hijo. Al hijo que no crié para que pudiera convertirse en un hombre. Fallé. Le fallé. —Se mordió los labios, clavando la mirada en la oscuridad, sin una lágrima en los ojos. Ged no intentó discutir con ella ni aliviar su dolor. Le preguntó: —¿Crees que se quedará?
—Sí. Tiene miedo de intentar volver al mar. No me dijo la verdad o no toda la verdad sobre su barco. Era segundo maestre. Supongo que transportaban objetos robados. Piratería de segunda mano. No me importa. Todos los marinos gonteses son medio piratas. Pero miente cuando habla de eso. Miente. Tiene celos de ti. Es un hombre deshonesto, envidioso.
—Temeroso, pienso —dijo Ged—. No es malvado. Y ésta es su granja.
—¡Entonces puede quedarse con ella! Y que sea tan generosa con él como…
—No, mi amor —dijo Ged, interrumpiéndola con la voz y las manos—, no digas nada…, ¡no maldigas! —Su franqueza era tan apremiante, tan apasionada, que la cólera de Tenar se transformó de inmediato en el amor que la provocaba y gritó:— ¡No podría maldecirlo ni maldecir este lugar! ¡No pensaba hacerlo! ¡Pero me da tanta lástima, tanta vergüenza! ¡Me duele tanto, Ged!
—No, no, no. Querida, no me importa lo que el muchacho piense de mí. Pero es muy duro contigo…
—Y con Therru. La trata como… Dijo, me dijo: «¿Qué hizo para haber quedado así?». ¡Qué hizo!
Ged le acarició los cabellos, como solía hacer, con caricias suaves, lentas y repetidas que los adormecían a ambos con su apacible ternura.
—Podría irme a pastorear cabras nuevamente —dijo él al cabo de un rato—. Eso te facilitaría la vida aquí. Salvo por el trabajo…
—Preferiría ir contigo…
Él le acarició los cabellos, parecía reflexionar. —Supongo que podríamos hacerlo —dijo—. Hay un par de familias que pastorean cabras allá arriba, más arriba de Lissu. Pero luego vendrá el invierno…
—Quizás algún granjero nos dé trabajo. Sé hacer el trabajo… y sé cuidar ovejas…, y tú sabes cuidar cabras… y eres rápido en todo…
—Sé manejar muy bien una horquilla —musitó Ged, y logró hacerla reír apenas con una risa entrecortada por el llanto.
A la mañana siguiente Chispa se despertó temprano para desayunar con ellos, porque iba a salir a pescar con el viejo Tiff. Se levantó de la mesa y dijo más amablemente que de costumbre: —Traeré pescado para la cena.
Durante la noche, Tenar había tomado una resolución. Le dijo:
—Espera; puedes quitar la mesa, Chispa. Pon los platos en el fregadero y échales agua. Los lavaremos con las cosas de la cena.
Él la miró fijamente por un instante y dijo: —Eso lo hacen las mujeres —y se puso la gorra.
—Lo hace cualquiera que coma en esta cocina.
—Yo no —dijo categóricamente, y salió de la casa.
Tenar lo siguió. Se quedó de pie en el peldaño de la entrada. —¿Halcón lo puede hacer pero tú no? —le preguntó.
Él se limitó a inclinar la cabeza mientras atravesaba el corral.
—Es demasiado tarde —dijo Tenar regresando a la cocina—: Fracasé, fracasé. —Alcanzaba a sentir las líneas de la cara, tensas, a los lados de la boca, entre los ojos.— Se puede regar una piedra —dijo—, pero no crecerá.
—Tienes que empezar cuando son jóvenes y tiernos —dijo Ged—. Como yo.
Esta vez Tenar no pudo reír.
Cuando regresaron a la casa después de hacer el trabajo del día, vieron que un hombre estaba charlando con Chispa en el portón de la granja.
—Es el hombre de Re Albi, ¿verdad? —dijo Ged, que tenía muy buena vista.
—Ven, Therru —dijo Tenar, porque la niña se había detenido bruscamente—. ¿Qué hombre? —No veía bien de lejos y miró por sobre el corral entrecerrando los ojos.— ¡Oh!, es ése, el mercader de ovejas. Townsend. ¿A qué habrá regresado ese cuervo negro?
Se había sentido furiosa todo el día, y Ged y Therru, prudentemente, no dijeron nada.
Tenar se acercó a los hombres que estaban ante el portón.
—¿Has venido por las ovejas, Townsend? Deberías haber venido hace un año; pero todavía hay algunas de este año en el corral.
—Eso mismo me estaba diciendo el señor—dijo Townsend.
—¿Sí? —preguntó Tenar.
El rostro de Chispa se ensombreció más que nunca ante el tono de su voz.
—No os interrumpiré a ti y al señor, entonces —dijo Tenar e iba a volverse cuando Townsend dijo—: Tengo un mensaje para ti, Goha.
—A la tercera va la vencida.
—La vieja bruja, tú sabes de quién hablo, la vieja Musgo, está mal. Me dijo que, como venía al Valle Central, me dijo: «Dile a la señora Goha que me gustaría verla antes de morir, si es que puede venir…».
Cuervo, cuervo negro, pensó Tenar, mirando con odio al portador de malas noticias.
—¿Está enferma?
—Muy enferma —dijo Townsend, con una especie de sonrisa afectada que bien podría haber sido un gesto de lástima—. Cayó enferma en el invierno y está cada vez más débil, así que me dijo que te dijera que tiene muchos deseos de verte, antes de morir.
—Gracias por darme el mensaje —dijo Tenar serenamente, y se dio media vuelta para dirigirse a la casa. Townsend acompañó a Chispa al corral de las ovejas.
Mientras preparaban la cena, Tenar le dijo a Ged y a Therru: —Debo ir.
—Por supuesto —dijo Ged—. Iremos los tres si lo deseas.
—¿ Lo haríais ? —Por primera vez en todo el día su rostro se iluminó, las nubes de tormenta se habían disipado.— ¡Oh! —dijo—, ¡qué bueno!… No quería pedíroslo, pensé que tal vez… Therru, ¿te gustaría regresar a la cabana, a la casa de Ogion, por un tiempo?
Therru se quedó quieta mientras pensaba. —Podría ver mi melocotonero —dijo.
—Sí, y a Brezo… y a Sippy… y a Musgo… ¡Pobre Musgo! ¡Oh!, tenía tantos deseos, tantos deseos de regresar allí, pero no me parecía bien. Había que ocuparse de la granja… y todo…
Le parecía que había otro motivo por el que no había regresado, no se había permitido pensar en el regreso, no había reconocido hasta ahora que estaba ansiosa por regresar; pero cualquiera que hubiera sido el motivo se desvaneció como una sombra, como una palabra olvidada. —Me pregunto si alguien habrá cuidado a Musgo, si alguien habrá mandado llamar a un curandero. Es la única curandera ue hay en el Acantilado, pero sin duda en el Puerto e Gont hay gente que podría ayudarla. ¡ Ay, pobre Musgo! Quiero ir… Es muy tarde, pero mañana, mañana temprano… ¡Y el señor se puede preparar solo el desayuno!
—Aprenderá —dijo Ged.
—No, no lo hará. Encontrará alguna tonta que se lo prepare. ¡Ah! —Recorrió toda la cocina con la mirada, con el rostro encendido y furioso.— ¡Odio dejarle a esa mujer los veinte años que he pasado limpiando esa mesa! ¡Espero que lo agradezca!
Chispa invitó a Townsend a cenar, pero el mercader no quiso quedarse a pasar la noche, aunque desde luego le ofrecieron una cama en un gesto de natural hospitalidad. Tendría que haber dormido en una de sus camas y a Tenar le desagradaba la idea. Se alegró al verlo marcharse a casa de sus huéspedes en la aldea en la penumbra azul del atardecer de primavera.