– ¿Están en el mismo departamento?
– Como ya he dicho -le recordó Richard-, es un campus pequeño.
Jeffrey lo miró en silencio, y Richard no necesitó más para animarse.
– Se rumoreaba que hubo un problema tiempo atrás.
Parecía necesitar que Jeffrey dijera algo, así que preguntó:
– ¿Sí?
– Eh, no es más que un rumor. -Hizo una pausa de verdadero showman-. Se mencionó a un estudiante. -Otra pausa-. Una alumna, para ser más exactos.
– ¿Una aventura? -conjeturó Jeffrey, aunque no hacía falta ser un lince.
Seguramente eso sería algo que Keller no querría mencionar delante de su mujer, sobre todo si ella ya estaba al corriente. Jeffrey sabía por propia experiencia que el hecho de que Sara aludiera a las circunstancias que habían acabado con su matrimonio le hacía sentirse como si estuviera suspendido sobre el Gran Cañón.
– ¿Sabe cómo se llama la chica?
– Ni idea, pero si hay que hacer caso de los chismes, pidió el traslado cuando Jill se enteró.
Jeffrey tenía sus reservas, y estaba harto de la gente que se guardaba información.
– ¿Se acuerda de qué aspecto tenía? ¿Qué especialidad estudiaba?
– No me acabo de creer que existiera. Como ya he dicho, fue sólo un rumor. -Richard frunció el ceño-. Y ahora me siento fatal por revolver los caldos de la facultad.
Miró la cazuela y se rió de su chiste.
– Richard, si hay algo que no me ha contado…
– Le he dicho todo lo que sé. O lo que oí. Como ya he dicho…
– Fue sólo un rumor -remató Jeffrey.
– ¿Algo más? -preguntó Richard, dibujando con los labios un puchero.
Jeffrey decidió darle largas.
– Es muy amable por su parte traerles la comida.
Richard sonrió con tristeza.
– Cuando mi madre falleció hace un par de años, me gustaba que la gente me trajera cosas; era como un rayo de sol en el período más sombrío de mi vida.
Jeffrey repasó las palabras de Richard en su cabeza, y todas sus alarmas se dispararon.
– ¿Jefe? -preguntó Richard.
– Rayo de sol -dijo Jeffrey.
Ahora sabía qué le resultaba tan familiar del cuadro obsceno de Andy Rosen. La chica llevaba un rayo de sol tatuado alrededor del ombligo.
Un coche patrulla y el Taurus sin identificación de Frank Wallace estaban aparcados delante de la residencia universitaria de Ellen Schaffer cuando Jeffrey llegó, aunque éste no había pedido ayuda.
– Mierda -dijo Jeffrey, aparcando junto al vehículo de Frank. Supo que había ocurrido algo espantoso antes de ver salir de la residencia a dos chicas, abrazadas y sollozando.
Jeffrey corrió hacia el edificio y subió los peldaños de dos en dos. Keyes House se había incendiado hacía dos años, pero habían reemplazado la residencia con un duplicado exacto de la vieja mansión, construida antes de la guerra de Secesión, con salones clásicos en la parte de delante y un imponente comedor con cabida para treinta personas. Frank estaba en uno de los salones, esperándole.
– Jefe -dijo, haciéndole una seña para que entrara-, hemos intentado llamarle.
Jeffrey se sacó el teléfono del bolsillo. Tenía batería, pero había zonas de la ciudad que carecían de cobertura.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Jeffrey.
Frank cerró las puertas para que tuvieran un poco de intimidad antes de responder.
– Se ha volado la cabeza.
– Joder -maldijo Jeffrey. Sabía la respuesta, pero tenía que preguntarlo-: ¿Schaffer?
Frank asintió.
– ¿De manera deliberada?
Frank bajó la voz.
– Después de lo de ayer, ¿quién sabe?
Jeffrey se sentó en el borde del sofá, y volvió a sentir el miedo en la nuca. Dos suicidios en dos días seguidos tampoco era nada tan extraordinario, pero el apuñalamiento de Tessa Linton arrojaba una sombra de duda en todo lo que ocurría en el campus.
– Acabo de hablar con Brian Keller, el padre de Andy Rosen -explicó Jeffrey.
– ¿Es su hijastro?
– No, el chico eligió el apellido de la madre. -Cuando Jeffrey vio que Frank parecía perplejo, le aclaró-: No preguntes. Keller es el padre biológico.
– Muy bien -dijo Frank, aún desconcertado.
Durante una milésima de segundo, Jeffrey deseó tener a Lena de ayudante en lugar de Frank. No es que éste fuera un mal policía, pero ella era intuitiva, y ambos sabían complementarse a la perfección. Frank era lo que Jeffrey denominaba un sabueso, alguien que sabía gastarse las suelas siguiendo pistas pero que era incapaz de tener las típicas intuiciones que resolvían los casos.
Jeffrey se acercó a la puerta de vaivén que llevaba a la cocina, asegurándose de que nadie les escuchaba.
– Richard Carter me ha dicho que…
Frank soltó un bufido, Jeffrey no supo muy bien si debido a la orientación sexual de Richard o a su detestable personalidad. Sólo esta última razón le resultaba aceptable a Jeffrey, pero ya hacía mucho tiempo que sabía que Frank era hombre de ideas fijas.
– Carter está al corriente de todos los cotilleos del campus -dijo Jeffrey.
– ¿Qué te ha explicado? -transigió Frank.
– Que Keller tenía una aventura con una estudiante.
– Vale -dijo Frank, pero su tono indicaba lo contrario.
– Quiero que investigues a Keller. Escarba en su pasado. Comprobemos si ese rumor es cierto.
– ¿Crees que su hijo se enteró de que tenía una aventura y su padre le hizo callar para que no se lo contara a la madre?
– No -dijo Jeffrey-. Richard dijo que la mujer lo sabía.
– Yo no me fiaría de esa maricona -afirmó Frank.
– Basta, Frank -le ordenó Jeffrey-. Si Keller tenía una aventura, eso explicaría perfectamente el suicidio. Quizás el hijo no podía perdonar al padre, así que saltó desde el puente para castigarlo. Esta mañana los padres estaban discutiendo. Rosen dijo a Keller que nunca se preocupó de su hijo.
– A lo mejor lo dijo por venganza. Ya sabes que las mujeres a veces se ponen muy desagradables.
Jeffrey no tenía ganas de debatir ese punto.
– Rosen me pareció una persona bastante lúcida.
– ¿Crees que lo hizo ella?
– ¿Y qué iba a ganar con eso?
La respuesta de Frank fue la misma que Jeffrey tenía preparada.
– No lo sé.
Jeffrey se quedó mirando la chimenea, y de nuevo se dijo que ojalá pudiera comentar el caso con Lena o Sara.
– Me van a poner un pleito si empiezo a salpicar de mierda a los padres y resulta que el chaval se suicidó -aseguró a Frank.
– Cierto.
– Vete y averigua si Keller estaba de verdad en Washington D. C. cuando ocurrió todo eso -dijo Jeffrey-. Haz algunas preguntas discretas por el campus, veamos si ese rumor tiene fundamento.
– Los vuelos son fáciles de comprobar -afirmó Frank, sacando su cuaderno-. Puedo preguntar por ahí si alguien sabe algo de la aventura de Keller, pero la chica lo haría mucho mejor que yo.
– Lena ya no es policía, Frank.
– Pero puede ayudarnos. Vive en el campus. Probablemente conoce a algunos estudiantes.
– No es policía.
– Sí, pero…
– Pero nada -dijo Jeffrey, haciéndole callar.
La noche anterior, en la biblioteca, Lena demostró que no estaba interesada en ayudarles. Jeffrey le había concedido una magnífica oportunidad para hablar con Jill Rosen, pero mantuvo la boca cerrada, y ni siquiera consoló a la mujer.
– ¿Y qué me dices de Schaffer? ¿Cómo encaja en todo esto? -preguntó Frank.
– Hay un cuadro -le contó Jeffrey, y le pormenorizó los detalles del lienzo de la sala de los Keller-Rosen.
– ¿Y la madre tiene eso en la pared?
– Estaba orgullosa de él -supuso Jeffrey, y se dijo que, de haberlo hecho él, su madre le habría dado de bofetadas y quemado el cuadro con uno de sus cigarrillos-. Los dos dijeron que el hijo no mantenía relaciones con nadie.