Al pensar en ello, un sudor frío le recorrió el cuerpo. ¿Realmente Jeffrey la consideraba sospechosa? Lena le había visto trabajar muchas veces, pero nunca había sido la interrogada. Sabía la facilidad con que un interrogatorio podía llevarte al calabozo, aunque sólo fuera un par de noches, mientras Jeffrey elaboraba algún plan. Lena no podía pasar ni un solo segundo en una celda. Ser policía, incluso ex policía, y estar en la cárcel era peligroso. ¿En qué pensaba Jeffrey? ¿Qué pruebas tenía? Era imposible que sus huellas estuvieran en el apartamento de Rosen. Ni siquiera sabía dónde vivía el chico.
Ethan interrumpió sus pensamientos.
– Todo esto es por la chica que apuñalaron, ¿verdad?
Ella le miró y le preguntó:
– ¿Qué estamos haciendo aquí?
A Ethan pareció sorprenderle la pregunta.
– Sólo quería hablar contigo.
– ¿Por qué? -preguntó ella-. ¿Porque leíste un artículo en el periódico? ¿Te fascina el hecho de que me violaran?
Ethan miró nervioso a su alrededor, probablemente porque Lena había levantado la voz. Ella pensó en bajar un poco el volumen, pero todos los que estaban en el local sabían lo de su violación. No podía comprarse una Coca-Cola en el cine sin que el capullo que estaba tras el mostrador le mirara las cicatrices de las manos. Nadie quería hablar de ello con Lena, pero les encantaba comentarlo con cualquiera a sus espaldas.
– ¿Qué quieres saber? -le preguntó Lena, intentando mantener un tono de conversación-. ¿Estás haciendo algún trabajo para la facultad?
Ethan intentó tomárselo a broma.
– Eso es para los de sociología. Yo me dedico a la ciencia de los materiales. Polímeros. Metales. Amalgamas. Tribomateriales.
– A mí me clavaron al suelo con clavos. -Lena le enseñó las manos, dándoles la vuelta para que pudiera apreciar que los clavos las habían atravesado de parte a parte. De haber estado descalza, también le habría enseñado los pies-. Me drogó y me violó durante dos días. ¿Qué más quieres saber?
Ethan negó con la cabeza, como si eso fuera un malentendido.
– Sólo quería invitarte a un café.
– Bueno, pues ya puedes borrarlo de tu lista -le dijo, apurando su taza.
El líquido caliente le quemó el pecho cuando dejó la taza sobre la mesa de golpe y se levantó para marcharse.
– Nos vemos.
– No.
Como un rayo, Ethan extendió el brazo y le apretó los dedos en torno a la muñeca izquierda. El dolor fue insoportable. Los nervios de su brazo sufrieron unas bruscas sacudidas. Lena seguía de pie, manteniendo la expresión neutral aun cuando el dolor le revolvía el estómago.
– Por favor -dijo él, aprisionándole la muñeca-. Quédate un minuto más.
– ¿Por qué? -preguntó ella, intentando no levantar la voz. Si seguía apretándole la muñeca, le rompería los huesos.
– No quiero que pienses que soy de esa clase de hombres.
– ¿Qué clase de hombre eres? -preguntó Lena, mientras bajaba la vista hacia la mano de Ethan.
Él esperó un instante antes de soltarle la muñeca. Lena no pudo reprimir un leve grito ahogado de alivio. Dejó que la mano colgara junto a ella, sin verificar si los huesos o los tendones habían sido dañados. La muñeca le palpitaba a medida que la sangre volvía a circularle, pero no le dio a Ethan la satisfacción de bajar los ojos.
– ¿Qué clase de hombre eres? -repitió Lena.
La sonrisa de él no era ni mucho menos tranquilizadora.
– De los que les gusta hablar con una chica guapa.
Ella soltó una sonora carcajada y miró a su alrededor. En los últimos minutos, el café había empezado a vaciarse. El hombre que estaba detrás del mostrador los observaba con detenimiento, pero cuando Lena le miró a los ojos, volvió la mirada hacia la cafetera que estaba limpiando.
– Vamos -dijo Ethan-. Siéntate.
Lena se lo quedó mirando.
– Siento haberte hecho daño.
– ¿Qué te hace pensar que me has hecho daño? -preguntó ella, aunque aún le palpitaba la muñeca.
Dobló la mano, para comprobar si estaba bien, pero el dolor se lo impidió. Le haría pagar por eso. Ese tipo no iba a hacerle daño y salir indemne.
– No quiero que te enfades conmigo -dijo Ethan.
– No te conozco -afirmó Lena-. Y por si no te has dado cuenta, tengo problemas, así que gracias por el café, pero…
– Yo conocía a Andy.
Lena recordó que Jeffrey había dicho que ella estuvo en el apartamento de Andy. Intentó estudiar la expresión de Ethan para saber si mentía, pero le fue imposible. Recordó la amenaza de Jeffrey.
– ¿Qué sabes de Andy? -preguntó.
– Siéntate -dijo Ethan, y fue más una orden que una petición.
– Te oigo perfectamente desde aquí.
– No voy a seguir hablando contigo si te quedas de pie -dijo él. Se sentó y esperó.
Lena se quedó junto a la silla, evaluando sus opciones. Ethan era estudiante. Lo más seguro es que estuviera al corriente de más habladurías que ella. Si conseguía alguna información para Jeffrey acerca de Andy, a lo mejor reconsideraría sus absurdas acusaciones. Lena sonrió para sus adentros al imaginar que le daba a Jeffrey las claves para resolver el caso. Él le había dejado claro que ya no era policía. Haría que Jeffrey lamentara haberla dejado marchar.
– ¿Por qué sonríes? -preguntó Ethan.
– No es por ti -dijo Lena, dándole la vuelta a la silla.
Se sentó con las manos colgando sobre el respaldo, aun cuando a causa de la presión le parecía que la muñeca le quemaba por dentro. Había algo seductor en controlar la intensidad de su dolor. Para variar, la hacía sentirse fuerte.
Dejó la mano colgando, sin hacer caso del dolor.
– Cuéntame lo que sabes de Andy.
Ethan pareció pensar en algo que contarle, aunque al final tuvo que admitir:
– No gran cosa.
– Me estás haciendo perder el tiempo.
Lena hizo ademán de ponerse en pie, pero él volvió a extender la mano para detenerla. Esta vez no la tocó, pero el recuerdo del dolor fue suficiente para que se quedara sentada.
– ¿Qué sabes? -preguntó Lena.
– Conozco a alguien que era muy buen amigo suyo. Un amigo íntimo.
– ¿Quién?
– ¿Sueles ir de fiesta?
Lena identificó el eufemismo de la cultura de la droga.
– ¿Y tú? -preguntó ella-. ¿Tomas éxtasis o qué?
– No -dijo él, y pareció decepcionado-. ¿Y tú?
– ¿Tú qué crees? -le espetó ella-. ¿Y Andy?
Ethan la miró un instante, como si la estudiara.
– Sí.
– ¿Cómo lo sabes si tú no tomas?
– Su madre está en la clínica. Todo el mundo comentaba que su madre era incapaz de ayudarle.
Lena sintió la necesidad de tomar partido por Jill Rosen, aunque ella había pensado lo mismo de la doctora.
– A veces no se puede hacer más por los otros. A lo mejor Andy no quería dejarlo. A lo mejor no era lo bastante fuerte para dejarlo.
Ethan parecía sentir curiosidad.
– ¿Eso crees?
– No lo sé -respondió Lena, pero parte de ella comprendía la atracción de las drogas, algo que no había sucedido antes de la violación-. A veces la gente quiere evadirse. Dejar de pensar.
– Es algo temporal.
– Lo dices como si lo supieras.
Lena le miró los brazos, aún cubiertos por las mangas de la camiseta, a pesar del calor que hacía en el local. De pronto le recordó de la clase de la semana anterior. También llevaba una camiseta de manga larga. A lo mejor tenía marcas de pinchazos. El tío de Lena, Hank, tenía unas feas cicatrices de cuando se inyectaba droga, pero estaba orgulloso de ellas, como si haber conseguido dejar el speed le convirtiera en una especie de héroe, y las marcas fueran cicatrices de una noble guerra.