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Ethan se dio cuenta de que le miraba los brazos. Se bajó las mangas hasta las muñecas.

– Digamos que tuve mis problemas. Dejémoslo así.

– Muy bien.

Estudió a Ethan, preguntándose si le contaría algo interesante. Se dijo que ojalá conociera la ficha policial de Ethan (pues ahora no le cabía duda de que estaba fichado) y utilizarlo para sonsacarle lo que necesitaba saber.

– ¿Cuánto llevas en Grant Tech? -le preguntó.

– Casi un año -dijo él-. Pedí el traslado, antes iba a la Universidad de Georgia.

– ¿Por qué?

– No me gustaba el ambiente.

Se encogió de hombros, y a Lena ese gesto le resultó más significativo que cualquier otra cosa. En ese gesto había una actitud defensiva, aun cuando lo que había dicho era perfectamente coherente. Quizá le habían expulsado.

– Quería ir a una universidad más pequeña -añadió-. Hoy en día la Universidad de Georgia es una selva. Crimen, violencia… violaciones. No es la clase de sitio donde quiero estar.

– ¿Y Grant sí?

– Prefiero los sitios más tranquilos -dijo, jugando de nuevo con la bolsa de té-. No me gustaba la persona que era cuando estaba en esa universidad. Me sobrepasaba.

Lena le entendió, pero no se lo dijo. Una de las razones por las que dejó la policía -aparte de porque Jeffrey le diera un ultimátum- fue que no quería tanto estrés en su vida. Jamás previó que trabajar con Chuck resultara, en muchos aspectos, aún más estresante. Podría haber encontrado una manera de engañar a Jeffrey sin perder el empleo. Él no le había pedido ninguna prueba de que iba al psiquiatra. Lena podría haberle mentido y decirle que todo iba bien en lugar de destrozarse la vida. Y joder, al final se la había destrozado de todos modos. Hacía menos de una hora, Jeffrey había estado a punto de ponerle las esposas.

Lena intentó dar con algo que la relacionara con Andy Rosen. Debía de tratarse de un error. Quizás había tocado algo en la consulta de Jill Rosen que había acabado en la habitación de Andy. Era la única explicación. En cuanto a la prenda íntima, pronto se demostraría si eso era cierto. De todos modos, ¿qué le hacía pensar a Jeffrey que era de Lena? Lena debería haber hablado con él en lugar de cabrearle. Debería haberle dicho a Ethan que se preocupara de sus asuntos. Él había tensado la cuerda con Jeffrey, no ella. Esperaba que Jeffrey se hubiera dado cuenta. Lena sabía cómo se comportaba cuando alguien se le metía entre ceja y ceja. La podía poner en un brete, y no sólo en la ciudad, sino en el campus. Podía hacerle perder su trabajo, con lo que se quedaría sin sitio donde vivir y sin dinero. Acabaría durmiendo en la calle.

– ¿Lena? -preguntó Ethan, como si a ella se le hubiera ido el santo al cielo.

– ¿Quién era ese amigo íntimo de Andy? -quiso saber ella.

Ethan tomó la desesperación de su voz por autoridad.

– Hablas como un poli.

– Soy poli -contestó ella automáticamente.

Ethan sonrió sin alegría, como si ella acabara de admitir algo que le entristecía.

– ¿Ethan? -insistió ella, procurando ocultar el pánico que sentía.

– Me gusta tu manera de decir mi nombre -le dijo, como si fuera una broma-. Cabreada.

Ella le lanzó una mirada cortante.

– ¿Con quién se veía Andy?

Él se lo pensó, y Lena se dio cuenta de que le gustaba mantener la información fuera de su alcance, como si la sujetara con algo para que no pudiera cogerla. Ethan tenía la misma expresión que cuando estuvo a punto de partirle la muñeca.

– Mira, no me jodas -le dijo Lena-. Mi vida está demasiado llena de mierda para que venga un memo y me oculte información. -Se controló, sabiendo que Ethan era su mejor opción para recabar datos sobre Andy Rosen-. ¿Tienes algo que contarme o no?

Ethan apretó la boca, pero no contestó.

– De acuerdo -dijo ella, haciendo ademán de marcharse, con la esperanza de que Ethan no viera que se trataba de un farol.

– Esta noche hay una fiesta -cedió Ethan-. Algunos de los amigos de Andy estarán presentes. También el chico en que estoy pensando. Era muy amigo de Andy.

– ¿Dónde está?

Ethan la miraba con aire de superioridad.

– ¿Crees que puedes aparecer así sin más y empezar a hacer preguntas?

– ¿Qué crees que vas a conseguir de mí? -preguntó Lena, porque siempre había algo. ¿Qué quieres?

Ethan se encogió de hombros, pero ella leyó la respuesta en sus labios. Era evidente que ella le atraía, pero también que le gustaba controlarlo todo. Lena podía entrar en el juego; tenía más experiencia que un mocoso de veintitrés años.

Se reclinó en la silla y dijo:

– Dime dónde se celebra la fiesta.

– No hemos empezado bien -replicó Ethan-. Siento lo de la muñeca.

Lena se miró la mano: se le estaba formando un moratón allí donde los dedos habían apretado el hueso.

– No es nada -repuso ella.

– Me tienes miedo.

Lena le miró incrédula.

– ¿Por qué iba a tenerte miedo?

– Porque te he hecho daño -dijo, señalando de nuevo la muñeca-. Vamos, no era mi intención. Lo siento.

– ¿Crees que después de lo que me pasó el año pasado me da miedo que un chaval me agarre la manita? -Soltó una risa desdeñosa-. No me das miedo, capullo.

La expresión de su rostro sacó otra vez a pasear a Jekyll y Hyde, y la mandíbula de Ethan se movió como la pala de un bulldozer.

– ¿Qué? -preguntó Lena, deseosa de saber hasta dónde podía provocarle.

Si intentaba agarrarle la muñeca otra vez, lo patearía y lo dejaría sangrando en el suelo.

– ¿He herido tus pobres sentimientos? -le provocó Lena-. ¿El pequeño Ethie va a echarse a llorar?

Su voz no se alteró.

– Vives en el colegio mayor.

– ¿Me estás amenazando? -Lena se echó a reír-. Sabes dónde vivo, ¿y qué?

– Estaré allí a las ocho y media.

– ¿Estás seguro? -preguntó ella, intentando averiguar adónde quería llegar.

– Te recogeré a las ocho -dijo Ethan, poniéndose en pie-. Iremos a ver una peli y luego a la fiesta.

– Vaya -comenzó a decir ella, como si eso fuera un chiste-. No lo creo.

– Creo que necesitas hablar con el amigo de Andy para quitarte a ese poli de encima.

– ¿Ah, sí? -dijo ella, aunque sabía que era cierto-. ¿Y por qué?

– Los polis son como los perros; tienes que andarte con ojo con ellos. Nunca sabes cuál está rabioso.

– Estupenda metáfora -dijo Lena-. Pero sé cuidar de mí misma.

– De hecho, es un símil. -Se echó la bolsa de gimnasia al hombro-. Péinate con el pelo hacia atrás.

Lena se negó.

– Ni hablar.

– Péinate hacia atrás -le repitió-. Te veré a las ocho.

7

Sara estaba sentada en el vestíbulo principal del Hospital Grady, contemplando el flujo ininterrumpido de gente que entraba y salía por la gran puerta principal. El hospital se había construido hacía cien años, y Atlanta lo había ampliado desde entonces. Lo que comenzó con unas pequeñas instalaciones pensadas para asistir a los indigentes de la ciudad, con un puñado de habitaciones, contenía ahora casi mil camas y preparaba al veinticinco por ciento de médicos de Georgia.

Desde que Sara trabajara allí, se añadieron al edificio principal varias secciones, pero no se había hecho gran cosa para mezclar lo viejo y lo nuevo. El vestíbulo nuevo era enorme, y parecía la entrada a un centro comercial. Había mármol y cristal por todas partes, pero casi todos los pasillos que de él partían estaban forrados de azulejo verde aguacate en las paredes y de un agrietado amarillo en el suelo, que se remontaban a los años cuarenta y cincuenta, de modo que pasar del vestíbulo a cualquier pasillo era como viajar en el tiempo. Sara imaginó que la dirección del hospital se había quedado sin dinero antes de completar la reforma.