Jeffrey le contó todo lo acontecido aquella mañana, desde su entrevista con los padres de Andy Rosen hasta el hallazgo de Ellen Schaffer. Sara le interrumpió mientras le explicaba que Matt había encontrado una flecha dibujada en el suelo, delante de la ventana de Schaffer.
– Eso es idéntico a lo que yo hice -dijo Sara-. Marcar el camino mientras buscaba a Tessa.
– Lo sé -contestó Jeffrey, pero no añadió nada más.
– ¿Por eso no querías contármelo? -preguntó Sara-. No me gusta que te guardes información. No es decisión tuya…
– Quiero que vayas con cuidado, Sara -dijo Jeffrey con repentina vehemencia-. No quiero que te pasees sola por el campus. No quiero verte por las escenas de los crímenes. ¿Me has entendido?
Sara no contestó, estaba demasiado atónita para hacerlo.
– Y no te vas a quedar en casa sola.
Sara no pudo reprimirse.
– Un momento…
– Dormiré en el sofá de tu casa si hace falta -la interrumpió Jeffrey-. No pretendo que te acuestes conmigo. Pero en este momento no quiero tener que preocuparme de otra persona.
– ¿Crees que debes preocuparte por mí?
– ¿Pensabas que debías preocuparte por Tessa?
– No es lo mismo.
– Esa flecha podría significar algo. Podría señalarte a ti.
– La gente acostumbra a dibujar marcas en el suelo con el zapato.
– ¿Crees que es una coincidencia? A Ellen Schaffer le han volado la cabeza…
– A menos que se lo hiciera ella misma.
– No me interrumpas -la advirtió, y Sara se habría reído si sus palabras no hubieran estado teñidas de interés por su seguridad-. Te digo que no pienso dejarte sola.
– Ni siquiera estamos seguros de que haya habido ningún asesinato, Jeffrey. Que haya unas cuantas cosas que no encajen (y que, de hecho, se podrían explicar fácilmente), no prueba que no se trate de un suicidio.
– ¿Así que crees que el suicidio de Andy, el apuñalamiento de Tessa y lo de la chica de esta mañana no guardan ninguna relación?
Sara sabía que eso era improbable, pero dijo:
– A lo mejor no.
– Sí, bueno -afirmó Jeffrey-, todo es posible, pero esta noche no te vas a quedar sola. ¿Entendido?
Sara sólo pudo dar la callada por respuesta.
– No sé qué otra cosa hacer, Sara -aseguró Jeffrey-. No puedo estar todo el día preocupado por ti. No soporto pensar que tu vida peligra. Si no estás a salvo no podré seguir haciendo mi trabajo.
– De acuerdo -dijo Sara por fin, queriendo dar a entender que lo comprendía.
Se dio cuenta de que lo que más deseaba era volver a su casa, dormir en su cama, sola.
– Si los tres incidentes no guardan relación entre sí, ya tendrás tiempo de llamarme capullo -dijo Jeffrey.
– No eres ningún capullo -contestó Sara, pues sabía que su preocupación era real-. Dime por qué has llegado tarde. ¿Averiguaste algo?
– Hice una parada en la tienda de tatuajes que hay saliendo de Grant y hablé con el propietario.
– ¿Hal?
Jeffrey le lanzó una mirada de soslayo cuando desembocaron en la interestatal.
– ¿De qué conoces a Hal?
– Fue paciente mío hace mucho tiempo -dijo Sara, ahogando un bostezo. A continuación, para demostrarle a Jeffrey que no lo sabía todo de ella, añadió-: Hace un par de años, Tessa y yo quisimos hacernos un tatuaje.
– ¿Un tatuaje? Jeffrey se mostró escéptico-. ¿Ibais a haceros un tatuaje?
Le lanzó, o eso pretendía, una maliciosa sonrisa.
– ¿Y por qué no os lo hicisteis?
Sara se volvió para poder mirar a Jeffrey.
– Has de estar unos días sin mojártelo, y al día siguiente nos íbamos a la playa.
– ¿Qué ibais a tatuaros?
– Oh, no me acuerdo -dijo Sara, aunque la verdad es que sí se acordaba.
– ¿Dónde os lo ibais a hacer?
Sara se encogió de hombros.
– De acuerdo -dijo Jeffrey, sin acabar de creérselo.
– ¿Y qué te ha dicho Hal? -preguntó Sara.
Jeffrey esperó unos momentos antes de responder.
– Que no les hace tatuajes a los menores de veintidós años si no habla primero con los padres.
– Una medida inteligente -contestó Sara.
Se dijo a sí misma que Hal debió de tomar esa precaución ante el alud de llamadas telefónicas de padres coléricos que habían enviado a sus hijos a estudiar una carrera, no a hacerse un tatuaje.
Sara reprimió otro bostezo. El movimiento del coche la estaba amodorrando.
– Podría haber alguna relación -aseguró Jeffrey, pero no se le veía convencido-. Andy llevaba piercings. Schaffer, un tatuaje. Podrían habérselo hecho juntos. Hay tres mil tatuadores entre aquí y Savannah.
– ¿Qué te han dicho sus padres?
– Fue duro preguntar directamente. Al parecer no sabían nada.
– Los chavales no suelen pedir permiso para tatuarse.
– Ya lo supongo -asintió Jeffrey-. Si Andy Rosen estuviera vivo, sería mi sospechoso número uno de la muerte de Schaffer. Es obvio que el chico estaba obsesionado con ella. -En su rostro se dibujó una expresión de amargura-. Espero que nunca tengas que ver ese cuadro.
– ¿Estás seguro que no se conocían?
– Eso dicen las amigas de ella -le explicó Jeffrey-. Según todas las residentes del colegio mayor, Schaffer estaba acostumbrada a que los chicos se colaran por ella. Era el pan nuestro de cada día, y ella ni se enteraba. Hablé con el profesor de arte. Incluso él se dio cuenta. Andy estaba en la luna pensando en Ellen, y ella no se daba cuenta.
– Era una chica atractiva.
Sara no recordaba gran cosa anterior al apuñalamiento de Sara, pero Ellen Schaffer era lo bastante guapa como para dejar huella.
– A lo mejor era un rival celoso -dijo Jeffrey, aunque con poca convicción-. Quizás algún chaval se quedó prendado de Schaffer y quitó a Andy de en medio. -Hizo una pausa para madurar su teoría-. Y luego, como Schaffer no le abrió los brazos al pretendiente, también la mató a ella.
– Es posible -dijo Sara, preguntándose dónde encajaba el apuñalamiento de Tessa.
– A lo mejor Schaffer vio algo -prosiguió Jeffrey-. Tal vez vio a alguien en el bosque, alguien que estaba allí.
– O a lo mejor quienquiera que estuviera en el bosque creyó que ella había visto algo.
– ¿Crees que Tessa llegará a recordar lo que pasó?
– La amnesia es muy corriente cuando hay lesiones craneales. Dudo que llegue a recordarlo todo y, aunque lo hiciera, no se sostendría en un contrainterrogatorio.
Sara no añadió que deseaba que su hermana no recordara nunca. El recuerdo de Tessa perdiendo a su bebé ya era bastante duro para Sara. No imaginaba lo que sería para Tessa vivir con esos hechos siempre presentes en su mente.
Sara pasó de nuevo a Ellen Schaffer.
– ¿Alguien vio algo?
– Todo el mundo estaba fuera.
– ¿No había nadie en el colegio mayor, nadie estaba enfermo? -preguntó Sara.
Pensaba que el hecho de que las cincuenta chicas de un colegio mayor estuvieran todas en clase era algo tan raro que lo hacía merecedor de un titular de periódico.
– Interrogamos a toda la residencia -dijo Jeffrey-. No nos dejamos a nadie.
– ¿Qué residencia era?
– Keyes.
– La de las listas -dijo Sara, sabiendo que eso explicaba por qué todas estaban en clase-. ¿Nadie en el campus oyó el disparo?
– Algunos afirmaron haber oído algo que sonó como el petardeo de un coche. -Tamborileó los dedos sobre el volante-. La chica tenía una calibre doce de corredera.
– Dios mío -dijo Sara, imaginando el aspecto que tendría la víctima.
Jeffrey extendió el brazo hacia el asiento de atrás y sacó una carpeta de su cartera.
– A quemarropa -continuó, sacando una foto en color de la carpeta-. Probablemente tenía la escopeta en la boca. La cabeza debió actuar de silenciador.
Sara encendió la luz del coche para mirar la foto. Era peor de lo que había imaginado.