– Dios santo -murmuró.
La autopsia sería difícil. Le echó un vistazo al reloj de la radio. No llegaría a Grant hasta las ocho, según el tráfico. Las dos autopsias le llevarían al menos tres horas cada una. Sara le agradeció en silencio a Hare haberse ofrecido para sustituirla mañana. Tal como se presentaban las cosas, necesitaría dormir todo el día.
– ¿Sara? -preguntó Jeffrey.
– Lo siento -dijo ésta cogiéndole la carpeta.
La abrió, pero las palabras se le hicieron borrosas. Se concentró en las fotos, pasando por alto la de la flecha dibujada en el suelo para mirar las de la escena del crimen.
– Puede que alguien se colara por la ventana -prosiguió Jeffrey-. O a lo mejor ya estaba ahí, escondido en el armario o en otra parte. La chica se va al cuarto de baño que hay al final del pasillo, vuelve a su cuarto y… pam. Ahí está él, esperando.
– ¿Alguna huella?
– Quizás el tipo llevaba guantes -dijo Jeffrey, sin responder a su pregunta.
– Las mujeres no suelen dispararse a la cara -concedió Sara, observando un primer plano del escritorio de Schaffer-. Es algo más propio de un hombre.
Sara siempre había considerado que las estadísticas resultaban sexistas, pero las cifras así lo demostraban.
– Hay algo que no me cuadra. Jeffrey señaló la foto-. Y no es sólo por la flecha. Olvidémonos de eso, olvidémonos de Tessa. Hay algo extraño.
– ¿El qué?
– Ojalá pudiera decírtelo. Igual que lo de Rosen. No hay nada concreto que pueda señalar.
Sara se acordó de Tessa, aún en la cama del hospital. Todavía podía oír las palabras de su hermana, ordenándole que encontrara a la persona que les había hecho eso. La foto de la habitación de Schaffer le trajo algo a la memoria. Cuando Tessa se fue a estudiar a Vassar, la acompañó en coche para ayudarla a instalarse. La habitación de Tessa en el colegio mayor estaba decorada con el mismo estilo que la de Schaffer. Pósteres de la Federación de la Flora y Fauna Mundial y de Greenpeace clavados en las paredes junto con fotos de hombres arrancadas de algunas revistas. Sobre uno de los escritorios, un calendario con las fechas importantes señaladas en rojo. Lo único que no había en el escritorio de Tessa eran los utensilios de limpiar escopetas.
Sara volvió al informe. Sabía que leer sin las gafas le daría dolor de cabeza, pero quería tener la sensación de estar haciendo algo. Cuando acabó de repasar toda la información que Jeffrey había recogido sobre la muerte de Ellen Schaffer, tenía la cabeza como un bombo y el estómago revuelto por haber leído yendo en coche.
– ¿Qué opinas? -le preguntó Jeffrey.
– Creo… -comenzó Sara, mirando la carpeta cerrada-. No lo sé. Las dos muertes podrían ser un montaje. Supongo que a Schaffer pudieron cogerla por sorpresa. Quizá primero la golpearon en la nuca. Tampoco es que ahora sepamos dónde está la nuca.
Sara sacó varias fotos y las ordenó a grosso modo.
– La chica estaba en el sofá. A lo mejor la pusieron allí. O puede que se echara ella sola. El brazo no le llegaba al gatillo, así que usó el pie. No es algo tan inusual. A veces la gente usa perchas. -Le echó otro vistazo al informe, releyendo las notas de Jeffrey acerca de la discrepancia de calibre entre la escopeta y la munición-. ¿No sabía lo peligroso que era utilizar munición de otro calibre?
– Hablé con su instructor. Según él, manejaba el arma con mucho cuidado. Jeffrey hizo una pausa-. Para empezar, ¿por qué Grant Tech tiene un equipo de tiro al blanco femenino?
– Título Noveno -le explicó Sara, refiriéndose a la legislación que obligaba a las universidades a ofrecer a las mujeres el acceso a los mismos deportes que los hombres.
Si esa política hubiera estado en vigor cuando Sara estaba en el instituto, el equipo de tenis femenino al menos habría podido practicar en la pista del colegio. Pero como no era así, se veían obligadas a jugar a frontón en el gimnasio… y sólo cuando el equipo masculino de baloncesto no se entrenaba.
– Me parece estupendo que tengan la oportunidad de aprender un deporte nuevo -dijo Sara.
Para su sorpresa, Jeffrey concedió:
– El equipo es bastante bueno. Han ganado todo tipo de competiciones.
– Por lo que la gente que sabía que estaba en el equipo también sabría que tenía una escopeta.
– Puede.
– ¿Y que la guardaba en el dormitorio?
– Las dos la guardaban -dijo Jeffrey-. Su compañera de cuarto también estaba en el equipo.
Sara se puso a pensar en la escopeta.
– ¿Habéis sacado las huellas?
– Las sacó Carlos -contestó Jeffrey, previendo su siguiente pregunta-. Las de Schaffer están en el cañón, la recámara y lo que queda del cartucho.
– ¿Sólo un cartucho? -preguntó Sara.
Por lo que sabía, una escopeta de carga inferior llevaba un cargador de tres cartuchos. Cuando cargabas el de delante, otro se colocaba en la recámara para que el arma fuera de repetición.
– Sí -le dijo Jeffrey-. Un cartucho, y de un calibre distinto al del arma; el reductor de tiro al plato estaba enroscado para que el cañón fuera más estrecho.
– ¿Coincide el dedo del pie con la huella del gatillo?
– Ni se me ocurrió comprobarlo -admitió Jeffrey.
– Lo comprobaremos antes de la autopsia -dijo Sara-. ¿Crees que alguien pudo obligarla a cargar la escopeta, quizás alguien que no sabía mucho de armas?
– Había muchas posibilidades de que el primer cartucho se quedara encasquillado en el cañón. De no haber tenido otro en el cargador, eso le habría concedido a Schaffer un poco de tiempo. Quizás incluso a darle la vuelta al arma y utilizarla para golpear al tipo.
– Y el cartucho, ¿no explotaría dentro del cañón?
– No necesariamente. De haber tenido lleno el cargador, el segundo cartucho habría golpeado al primero, y los dos habrían explotado cerca de la recámara.
– Quizá por eso sólo metió un cartucho -dijo Sara. -O era muy lista o muy estúpida.
Sara siguió mirando las fotos. Tenía muchos casos de suicidio, y ése no tenía nada de particular. Si Andy Rosen no hubiera muerto el día antes, y Tessa no hubiera sido herida, ahora no se estarían haciendo esas preguntas. Ni el arañazo que Andy tenía en la espalda habría sido suficiente para justificar que se abriera una investigación completa.
– ¿Qué los relaciona? -preguntó Sara.
– No lo sé -dijo Jeffrey-. Tessa es el comodín. Schaffer y Rosen tienen en común la clase de arte, pero eso es…
– ¿Ese apellido es judío? -le interrumpió Sara-. Schaffer, quiero decir.
– Rosen lo es -dijo Jeffrey-. De Schaffer ya no estoy tan seguro.
Sara sintió que la desazón se apoderaba de ella cuando intuyó una posible conexión.
– Andy Rosen es judío. Ellen Schaffer podría serlo. Tessa sale con un negro. No sólo sale, sino que espera un hijo de él.
– ¿Qué estás diciendo? -preguntó Jeffrey, aunque Sara sabía que estaba siguiendo su hipótesis.
– Andy o fue empujado o saltó de un puente en el que había una pintada racista hecha con aerosol.
Jeffrey se quedó con la mirada fija en la carretera, sin hablar durante al menos un minuto.
– ¿Crees que ésa es la relación?
– No lo sé -respondió Sara-. Había una esvástica en el puente.
– Y decía: «Die Nigger» -señaló Jeffrey-. No se refería a los judíos. -Tamborileó con los dedos sobre el volante-. Si quería decir algo en contra de Andy por ser judío, habría sido más específico. Habría dicho: «Die Jews».
– ¿Y qué me dices de la estrella de David que encontraste en el bosque?
– Tal vez Andy cruzó el bosque y se le cayó antes de saltar. No tenemos nada que relacione eso con el agresor de Tessa. -Hizo una pausa-. Sin embargo, sí es verdad que Rosen y Schaffer son nombres judíos. Ésa podría ser una relación.
– Hay muchos judíos en el campus.
– Cierto.
– ¿Crees que esa pintada significa que hay un grupo de supremacía blanca actuando en la universidad?