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– Es una larga historia -dijo, sin querer mencionar los temores de Jeffrey.

Devon bajó los ojos a la bolsa.

– Sara, yo…

– ¿Qué? -preguntó Sara, y el corazón le dio un vuelco al comprender que a lo mejor le había pasado algo a Tessa-. ¿Es que está…?

– No -la tranquilizó Devon, extendiendo los brazos para poder cogerla si se desmayaba-. No, lo siento. Debería habértelo dicho. Ella está bien. Acababa de volver a…

Sara se llevó la mano al corazón.

– Dios mío, me has dado un susto de muerte. -Le hizo una seña para que entrara-. ¿Quieres comer algo? Sólo tengo…

Sara se detuvo al ver que él no la seguía.

– Sara -dijo Devon y, a continuación, volvió a mirar la bolsa-. Te he traído algunas cosas de Tessa. Cosas que dijo que quería.

Sara se apoyó contra la puerta abierta, sintiendo un hormigueo en la nuca. Sabía por qué había venido, y para qué era la bolsa. Dejaba a Tessa.

– No puedes hacerle esto, Devon. Ahora no.

– Ella me dijo que me fuera.

Sara no dudaba que Tessa se lo hubiera dicho, al igual que también tenía la certeza de que si se lo había dicho era precisamente para que se quedara.

– Es lo único que me ha dicho en dos días. -Las lágrimas le resbalaron por las mejillas-. «Vete», sólo eso. «Vete.»

– Devon…

– No puedo quedarme allí, Sara. No soporto verla así.

– Al menos espera un par de semanas -dijo, consciente de que le estaba suplicando.

Tanto daba lo que Tessa le hubiera dicho, si Devon la abandonaba ahora la destrozaría.

– Debo irme -dijo Devon, levantando la bolsa y llevándola al vestíbulo.

– Espera -dijo Sara, intentando razonar con él-. Sólo te dijo que te fueras para asegurarse de que querías quedarte.

– Estoy tan cansado. -Dirigió los ojos hacia el interior de la casa, con la mirada perdida en el pasillo-. Ahora debería tener a mi bebé. Debería estar haciendo fotos y repartiendo puros.

– Todo el mundo está cansado -le dijo Sara, pensando que no le quedaban fuerzas para eso-. Deja que pase un poco de tiempo, Devon.

– Vosotros estáis muy unidos. Os juntáis y le hacéis compañía, y eso está muy bien, pero… -Se interrumpió y negó con la cabeza-. Ése no es mi sitio. Es como si todos fuerais un muro que la rodeara. Ese muro grueso e impenetrable que la protege, que la hace más fuerte. -Se interrumpió otra vez y miró a Sara-. Yo no formo parte de eso. Nunca lo haré.

– No es cierto -insistió Sara.

– ¿Eso crees?

– Claro que sí -le dijo Sara-. Devon, has venido a comer con la familia todos los domingos desde hace dos años. Tessa te adora. Mamá y papá te tratan como a un hijo.

– ¿Tessa te contó lo del aborto? -le preguntó Devon.

Sara no supo qué decir. Tessa se había planteado abortar desde que se enteró de que estaba embarazada, pero también decidió tener el niño y fundar una familia con Devon.

– Sí -adivinó Devon, leyendo su expresión-. Eso pensaba.

– Estaba confusa.

– Y tú acababas de volver de Atlanta -dijo-. Y ella ya había roto con ese tipo.

Sara no tenía ni idea de qué estaba hablando.

– Dios castiga a la gente -dijo Devon-. Castiga a la gente cuando no obran según Su voluntad.

– Devon, no digas eso -repuso Sara, pero su mente estaba rebobinando. Tessa nunca le había hablado de ningún aborto. Sara cogió la mano de Devon y le dijo-: Entra. Lo que dices no tiene sentido.

– Tessa podría haber dejado la universidad -dijo Devon, quedándose en el porche-. Diablos, Sara, no hace falta ningún título para ser fontanero. Podría haber vuelto aquí y criar a su hijo sola. Tus padres no la hubieran repudiado.

– Devon… por favor.

– No intentes excusarla. Todos hemos de vivir con las consecuencias de nuestros actos. -Le lanzó una mirada compungida-. Y a veces también los demás han de vivir con esas consecuencias.

Devon dio media vuelta justo en el momento en que Jeffrey aparcaba en el camino de la entrada. Devon había aparcado su furgoneta en la calle, como si quisiera marcharse cuanto antes.

– Ya nos veremos -dijo Devon, saludándola con la mano, como si eso no significara nada para él.

– Devon -le llamó Sara.

Lo siguió hasta el patio, pero se detuvo cuando él echó a correr. No quería perseguirlo. Sara le debía eso a Tessa.

Jeffrey se acercó a Sara y observó cómo Devon se marchaba.

– ¿Qué le pasa?

– No lo sé -dijo Sara, pero sí lo sabía.

¿Por qué Tessa nunca le había hablado del aborto? ¿Se había sentido culpable todos estos años, o es que en aquella época Sara estaba tan ocupada que no se enteró de lo que le pasaba a su hermana?

Jeffrey la acompañó hasta la casa y le preguntó:

– ¿Ya has cenado?

Sara asintió, apoyándose en él, deseando poder borrar los tres últimos días. Estaba agotada y afligida por Tessa, sabiendo que, en cuanto a lo del aborto, le había vuelto a fallar a su hermana.

– Me siento tan…

Sara buscó la palabra, pero no se le ocurrió ninguna que pudiera describir cómo se sentía. Era como si se hubiera agotado toda su fuerza vital.

Jeffrey la guió hacia la escalera de entrada y le dijo:

– Tienes que dormir.

– No. -Sara le detuvo-. Tengo que ir al depósito.

– Esta noche, no -le dijo Jeffrey, apartando de una patada la bolsa que había traído Devon.

– Tengo que…

– Tienes que dormir -le dijo Jeffrey-. Ni siquiera ves con claridad.

Sara sabía que tenía razón, y cedió.

– Primero necesito darme un baño -dijo, acordándose de todo lo que había hecho en el depósito-. Me siento tan…

– No pasa nada -le dijo él, besándole en la frente.

Jeffrey la llevó hasta el cuarto de baño, y Sara no hizo ningún movimiento mientras él la desvestía, y luego se desnudaba él mismo. Sara contempló en silencio cómo abría el grifo, comprobando la temperatura antes de meterla en la ducha. Cuando la tocó, Sara experimentó una reacción conocida, pero el sexo parecía ser lo último que Jeffrey tenía en mente cuando puso una manopla bajo el chorro de agua caliente.

Sara permaneció inmóvil en la ducha, dejando que él lo hiciera todo, regodeándose en el hecho de que otro tomara la iniciativa. Se sentía como si despertara de una horrible pesadilla, y hubo algo tan reconfortante en el tacto de Jeffrey que comenzó a llorar.

Él se dio cuenta del cambio.

– ¿Te encuentras bien?

A Sara la invadió tal urgencia que no pudo contestar a la pregunta. Se inclinó hacia atrás, apretándose contra él, deseando que Jeffrey comprendiera lo mucho que le necesitaba. Él vaciló, así que fue ella quien movió la mano de Jeffrey lentamente sobre su cuerpo, rodeándole los pechos, sintiendo cómo se flexionaban todos los músculos en su mano mientras sus dedos le provocaban esas sensaciones. Su otra mano se ahuecó bajo sus nalgas, y Sara soltó un grito ahogado ante lo agradable que era tener una parte de él en su interior. Sara se sentía ávida, lo quería todo de él, pero Jeffrey mantuvo un ritmo lento y sensual, demorándose, tocando cada parte de ella con deliberada intención. Cuando Jeffrey por fin apretó la espalda de Sara contra los frescos azulejos de la ducha, se sintió de nuevo viva, como si hubiera pasado días en un desierto y ahora acabara de encontrar su oasis.

11

– ¿Lo tienes? -preguntó Chuck por centésima vez.

– Lo tengo -le espetó Lena, haciendo girar la navaja en la mano derecha mientras con la izquierda sujetaba la reja de ventilación.

Se vio un rayo a través de las ventanas, y los hombros de Lena se encorvaron al oír el trueno. Todo el laboratorio se iluminó como si alguien hubiese disparado un flash.

– Puedo conseguir un destornillador -dijo Chuck cuando la rejilla se soltó.

Lena sacó su linterna del bolsillo y dirigió el haz hacia el conducto de ventilación.