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– ¿Has averiguado quién abrió las jaulas?

– No -dijo Lena-. ¿Por qué?

– He oído que un par de alumnos de segundo trabajaron hasta tarde en unos proyectos, de modo que… decidieron divertirse un poco.

Lena rió indignada.

– No me sorprendería.

– Oye, esta noche tengo que cenar con Nan -dijo-. ¿Por qué no nos acompañas? Será divertido.

– Tengo trabajo -le dijo Lena.

A continuación, para recalcarlo, abrió la navaja.

– Dios Todopoderoso -exclamó Richard, bajándose de la mesa para verla mejor-. ¿Para qué necesitas eso?

Lena estuvo a punto de decir que era una buena manera de librarse de los pesados que metían las narices en los asuntos de los demás cuando el móvil de Richard empezó a sonar. Richard buscó en los bolsillos de su bata de laboratorio. Cuando lo encontró, miró la pantallita, y su rostro dibujó una enorme sonrisa.

– Te veré luego -dijo a Lena-. Podemos seguir hablando de esto.

Le tocó la piel de debajo del ojo para que ella supiera a qué se refería.

Lena quiso decirle que no se molestara, pero se decidió por un:

– Nos vemos.

De todos modos, fue desperdiciar saliva. Antes de que pudiera decir nada más, Richard ya había salido escopeteado del aula.

Lena regresó al conducto de ventilación, y utilizó la navaja para volver a poner los tornillos. Chuck tenía razón, habría ido más deprisa con un destornillador, pero Lena no quería tener que pedir uno. Estaba sola en el laboratorio, y era el primer momento del día en que podía estar a solas. Lo más importante era pensar en cómo recuperar la confianza de Jeffrey.

Había intentado entregarle a Chuck en bandeja de plata, pero Jeffrey no la había entendido. Así que ese fin de semana Chuck había estado en un campeonato de golf. No obstante, podía estar implicado en el tráfico de drogas en la universidad. Scooter le había dejado claro que lo estaba. Chuck no era tan idiota. Ni siquiera a él se le pasaría por alto todo ese trapicheo. De todos modos, y conociendo a Chuck, Lena estaba segura de que él no estaba implicado directamente en ello. Su estilo era apoltronarse sobre su culazo y exigir una parte de los beneficios.

Se oyó otro trueno, y Lena se asustó tanto que se le resbaló el cuchillo, haciéndole un corte en el índice de la mano izquierda. Soltó una maldición entre dientes, sacándose el faldón de la camisa para envolverse el dedo. Todos los meses, Chuck le prometía encargar un uniforme de talla pequeña, pero nunca lo hacía. Que la obligara a llevar aquellas ropas que le quedaban tan grandes era otro de los ardides de Chuck para hacerla sentirse incómoda.

– Lena.

No levantó los ojos. Aunque hacía menos de una semana que le conocía, reconoció la voz de Ethan.

Se apretó la camisa alrededor del dedo, intentando detener la hemorragia. La herida era profunda, y la sangre empapó la tela rápidamente. Al menos se había cortado la misma mano que ya tenía herida. A lo mejor podía lograr un dos-por-uno si iba al hospital.

Como si ella no le hubiera oído, Ethan repitió:

– Lena.

– Te dije que no quería hablar contigo.

– Me preocupas.

– No me conoces lo suficiente como para preocuparte por mí. -Lena rechazó la mano que él le ofreció mientras se levantaba-. ¿Te acuerdas? Tampoco vamos a casarnos.

Ethan parecía arrepentido.

– No debería haberte dicho eso.

Lena dejó caer la mano a un lado, sintiendo cómo la sangre manaba por el corte.

– La verdad es que no me importa una mierda lo que dijeras.

– No tienes por qué avergonzarte de lo de ayer por la noche.

– Tú eres el que gruñe como un cerdo cuando se corre.

Ella le agarró el brazo y le subió la manga antes de que él se lo pudiera impedir.

Ethan la apartó de un manotazo, y se volvió a bajar la manga, pero Lena había visto el tatuaje de una alambrada rodeándole la muñeca, y algo que parecía un soldado con un fusil en el brazo.

– ¿Qué es eso? -preguntó Lena.

– No es más que un tatuaje.

– El tatuaje de un soldado -aclaró Lena-. Lo sé todo de ti, Ethan. Sé en qué estás metido.

Ethan se quedó inmóvil, como un ciervo atrapado entre unos faros.

– Ya no soy esa persona.

– ¿Ah, no? -Lena se señaló el ojo-. ¿Qué persona me hizo esto?

– Fue una reacción, una reacción visceral -dijo-. No me gusta que me peguen.

– Vaya, ¿y a quién le gusta?

– No es eso, Lena. Intento enmendarme.

– ¿Cómo te va con la libertad condicional? Eso le desconcertó.

– ¿Hablaste con Diane?

Lena no contestó, pero una sonrisa afloró a sus labios. Conocía bien a Diane Sanders. Averiguar el resto de la historia de Ethan sería pan comido.

Lena le preguntó:

– ¿Qué hacías esta mañana en la habitación de Scooter?

– Quería ver si se encontraba bien.

– Vaya, eres tan buen colega.

– Se metía mucha meta -dijo Ethan-. No sabía cuándo parar. -No se controlaba tanto como tú.

Ethan no mordió al anzuelo.

– Tienes que creerme, Lena. No he tenido nada que ver con eso.

– Bueno, pues más te vale tener una coartada convincente, porque Andy Rosen y Ellen Schaffer eran judíos, y Tessa Linton follaba con un negro…

– No lo sabía…

– Tanto da, amiguete -le dijo-. Llevas una diana pintada en el pecho desde que le tocaste los huevos a Jeffrey. Te dije que no te metieras en líos.

– Y no me meto en líos -dijo-. Por eso vine aquí, para salir de ese mundo.

– Viniste aquí porque los amigos que enviaste a la cárcel probablemente te buscan para ajustarte las cuentas.

– Estoy en paz con ellos -dijo con amargura-. Te he dicho que salí de ese mundo, Lena. ¿Crees que eso no tiene un precio?

– ¿Tu novia fue el precio? -preguntó Lena-. Y ahora me rondas a mí, una hispana. ¿Es así como tú y tus amigos nos llaman? ¿Espaldas mojadas? -Hizo una pausa para añadirle dramatismo-. ¿O es de mi hermana tortillera de lo que quieres hablar? ¿O de su amante, la bibliotecaria bollera de la universidad? -Se rió de su reacción-. Me pregunto qué pensarían tus colegas de todo eso, Ethan White.

– Es Green -dijo Ethan-. Zeek White es mi padrastro. Mi verdadero padre nos abandonó. -Su voz era firme, insistente-. Soy Ethan Green, Lena. Ethan Green.

– Y estás en mi camino -le dijo Lena-. Apártate.

– Lena -susurró Ethan, y su voz rezumaba tal desesperación que la hizo mirarle a los ojos.

Desde la violación, Lena había adquirido el hábito de evitar a la gente. Se dio cuenta de que todavía no había mirado a los ojos a Ethan, ni siquiera mientras le tocaba, la noche anterior. Eran de un azul increíblemente claro, y se dijo que si se acercaba lo bastante, podría ver el océano en ellos.

– Ya no soy esa persona. Tienes que creerme.

Lena lo observó, deseando saber por qué le importaba tanto.

– Lena, entre nosotros ha empezado algo.

– No, no es verdad -dijo ella, pero no con la convicción que quería.

Él le puso el pelo detrás de la oreja, y a continuación le repasó el corte del ojo con el dedo, suavemente.

– No quería hacerte daño.

Lena se aclaró la garganta.

– Bueno, pues me lo hiciste.

– Te prometo… te prometo… que no volverá a ocurrir.

Lena quería decirle que no tendría oportunidad, pero era incapaz de dejar de mirarle, de romper el hechizo.

Ethan sonrió, probablemente al ver el efecto que causaban sus palabras.

– ¿Sabes?, ni siquiera te he besado -dijo, pasándole el dedo por los labios.

Hubo algo en Lena, algo que creía ya extinguido, que reaccionó ante ese roce, y sintió que le afloraban las lágrimas. Tenía que detener eso antes de que se le fuera de las manos. Debía de hacer algo para echarlo de su vida.