– Tengo que practicarle la autopsia, y he tenido muchas cosas que hacer.
Sara no quiso contarle a su madre lo de Lena Adams ni lo ocurrido en el hospital. Aun cuando lo intentara, Sara no creía poder expresar sus sentimientos. Se sentía vulnerable y desamparada y lo único que quería en ese momento era estar con su familia.
– ¿Podrás venir por la mañana? -le preguntó Cathy, con un extraño tono de voz.
– Iré esta noche, en cuanto pueda -dijo Sara, pensando que nunca había querido dejar su ciudad tanto como ahora-. ¿Tess está bien?
– Está a mi lado -dijo Cathy-. Hablando con Devon.
– ¿Y eso es bueno o malo? -preguntó Sara.
– Probablemente lo primero -respondió crípticamente Cathy.
– ¿Y papá?
Cathy esperó unos instantes antes de contestar.
– Está bien -dijo con poca convicción.
Sara intentó reprimir las lágrimas. Se sentía incapaz de moverse. La tensión añadida de tener que preocuparse por las relaciones con su padre era un pesado lastre.
– ¿Hija? -preguntó Cathy.
Sara vio la sombra de Jeffrey proyectarse sobre su escritorio. Levantó la mirada, pero no hacia él. A través de la ventana vio a Frank y a Carlos hablando junto al cadáver.
– Jeff está aquí, mamá. Tengo que ponerme a trabajar.
Cathy aún parecía preocupada, pero dijo:
– Muy bien.
– Vendré en cuanto pueda -afirmó Sara, y colgó.
– ¿Le pasa algo a Tess? -preguntó Jeffrey.
– Necesito verla -dijo Sara-. Necesito estar con mi familia.
Jeffrey captó la insinuación de que eso no le incluía a él.
– ¿Vamos a hablar de esto ahora?
– La esposaste -dijo Sara, entre dolida e indignada-. No puedo creer que la esposaras.
– Es una sospechosa, Sara.
Miró a su espalda. Frank consultaba su cuaderno, pero Sara sabía que podía oír todo lo que decían. Sin embargo, levantó la voz para asegurarse.
– La han violado, Jeffrey. No sé quién, pero la han violado, y tú no deberías haberla esposado.
– Está implicada en la investigación de un asesinato.
– No iba a escaparse estando en el hospital.
– No era por eso.
– ¿Por qué, entonces? -preguntó, sin levantar la voz-. ¿Para torturarla? ¿Para hacerla confesar?
– Ése es mi trabajo, Sara. Hacer confesar a la gente.
– Estoy segura de que te cuentan muchas cosas para que no sigas pegándoles.
– Deja que te diga algo, Sara. Los tipos como Ethan White sólo entienden un lenguaje.
– Oh, ¿me perdí la parte en que te contó lo que querías saber?
Jeffrey se la quedó mirando, esforzándose por no gritar.
– ¿No podemos volver a como estaban las cosas esta mañana?
– Esta mañana no habías esposado a la víctima de una violación a una cama de hospital.
– No soy yo el que está ocultando pruebas.
– Eso no es ocultar pruebas, idiota. Es proteger a un paciente. ¿Qué te parecería que alguien utilizara mi reconocimiento posviolación para incriminarme?
– ¿Incriminarte? -preguntó Jeffrey-. Sus huellas están en el arma del crimen. Tiene todo el aspecto de que alguien le diera una paliza. Su novio tiene una ficha policial tan larga como mi polla. ¿Qué otra cosa voy a pensar? -Hizo un visible esfuerzo por controlarse-. No puedo hacer mi trabajo según tus gustos.
– No -dijo ella, poniéndose en pie-. Ni según lo que se entiende por decencia.
– No sé…
– No seas estúpido -masculló Sara entre dientes, cerrando la puerta de un portazo. Ya no quería que Frank siguiera oyéndoles-. Viste el aspecto que tenía, lo que él le había hecho. Ya debes de tener las fotos. ¿Viste las laceraciones en las piernas? ¿Viste la señal del mordisco en el pecho?
– Sí -dijo Jeffrey-. Vi las fotos. Las vi.
Negó con la cabeza, como si deseara no haberlas visto.
– ¿Crees realmente que ella mató a Chuck?
– Nada relaciona a White con la escena del crimen. Dame algo que lo incrimine. Dame algo que no sean las huellas de sangre de Lena en el arma.
Sara no podía obviar ese punto.
– No deberías haberla esposado.
– ¿Acaso debo pasar por alto el hecho de que podría haber matado a alguien sólo porque siento lástima por ella?
– ¿La sientes?
– Claro que sí -dijo Jeffrey-. ¿Crees que me gusta verla así? Cristo.
– Pudo haber sido en defensa propia.
– Eso ha de decidirlo su abogado -contestó Jeffrey y, aunque su tono era desabrido, Sara supo que tenía razón-. No puedo permitir que mis sentimientos interfieran en mi trabajo. Y tú tampoco deberías.
– Supongo que no soy tan profesional como tú.
– Eso no es lo que he dicho.
– El ochenta por ciento de mujeres violadas experimentan una segunda agresión en algún momento de sus vidas -dijo Sara-. ¿Lo sabías?
El silencio de Jeffrey contestaba a su pregunta.
– En lugar de acusarla de asesinato, deberías estar buscando al que la violó.
Jeffrey se encogió de hombros.
– ¿Es que no la has oído? -preguntó, con tanta desconsideración que Sara casi le abofeteó-. No la violaron. Se cayó.
Sara abrió la puerta con violencia. No quería seguir hablando con él. Mientras se dirigía hacia el depósito, sintió que Jeffrey la estaba mirando, pero no le importó. Tanto daba lo que revelara la autopsia, jamás podría perdonar a Jeffrey por haber esposado a Lena a la cama. Tal como se sentía ahora, le importaba un bledo que no volvieran a dirigirse la palabra.
Se acercó a las radiografías, sin verlas. Sara se concentró en su respiración, intentando fijar su mente en la tarea que le aguardaba. Cerró los ojos, apartó a Tessa de su pensamiento y a Ethan White de su memoria. Cuando le pareció que se había recuperado, abrió los ojos y volvió a la mesa.
Chuck Gaines era un hombre grande, de hombros anchos y poco pelo en el pecho. No había heridas defensivas en los brazos, por lo que debían de haberle pillado por sorpresa. Tenía un gran tajo en el cuello, de un rojo vivo, y las arterias y tendones colgaban como zarcillos de una parra. Sara vio que las vértebras cervicales estaban dislocadas.
– Ya le he pasado la luz negra -dijo Sara. Una luz negra revelaba los fluidos del cuerpo y mostraba si había habido actividad sexual reciente-. Está limpio.
– Pudo haberse puesto un condón -dijo Jeffrey.
– ¿Encontrasteis alguno en la escena del crimen?
– Lena se lo habría quitado.
Bajó la luz de un tirón, para que se supiera lo irritada que estaba. Enfocó la luz para ver mejor la zona de alrededor de la herida.
– Hay una marca superficial -dijo, indicando el corte que no había conseguido penetrar.
Quienquiera que había apuñalado a Chuck, había necesitado un primer intento antes de rasgarle la piel.
– Por tanto -conjeturó Jeffrey-, no era una persona fuerte.
– Se necesita mucha fuerza para cortar el cartílago y el hueso -replicó Sara.
Deseaba que Jeffrey dejara de hacer comentarios, aunque sin querer llamarle la atención delante de Frank. Probablemente, ésa era la razón por la que Jeffrey había traído a Frank.
– ¿Tienes el arma? -preguntó Sara.
Jeffrey levantó una bolsa de plástico que contenía un cuchillo de caza de quince centímetros cubierto de sangre.
– La funda estaba en el cuarto de Lena. El cuchillo encaja perfectamente.
– ¿No buscasteis nada más?
Jeffrey no se inmutó ante la indirecta.
– Registramos su habitación y la de White. Ésta era la única arma. -Y añadió-: De cualquier clase.
Sara estudió el cuchillo. La hoja estaba serrada por un lado y afilada por el otro. Había polvo para huellas negro en el mango, y Sara vio el borroso perfil de la huella de sangre que habían sacado con la cinta. Aparte de eso, no había mucha sangre en el arma. O bien el asesino lo había limpiado o ése no era el cuchillo. Sara hizo una fundada conjetura de cuál era el caso, pero quiso asegurarse antes de decir nada definitivo.