– Quizá no se lo contó -dijo Frank.
– Es posible -asintió Jeffrey-. Pero si Schaffer se acostaba con Andy, ¿por qué ayer no le reconoció?
– Estaba con el culo al aire -dijo Frank-. Si Carter no le hubiera reconocido, entonces sí sospecharía.
Jeffrey le lanzó una mirada de advertencia.
– Vale. -Frank levantó las manos-. De todos modos, la chica estaba afectada. Y Andy se hallaba a quince metros de distancia. ¿Cómo iba a reconocerle?
– Cierto -concedió Jeffrey.
– ¿Crees que podría tratarse de algún pacto de suicidio?
– Se habrían suicidado juntos, no con un día de diferencia -señaló Jeffrey-. ¿Hemos averiguado algo sobre la nota de suicidio?
– Todo el mundo la ha tocado, hasta su madre -dijo Frank, y Jeffrey se preguntó si estaba haciendo un chiste.
– De haberse tratado de un pacto, lo diría en la nota.
– A lo mejor Andy rompió con ella -sugirió Frank-. Y ella se vengó tirándole del puente.
– ¿Te pareció lo bastante fuerte para hacerlo? -preguntó Jeffrey, y Frank se encogió de hombros-. No me lo trago -dijo Jeffrey-. Las chicas no actúan así.
– Tampoco podía divorciarse.
– Ojo -le advirtió Jeffrey, tomándose el comentario como algo personal. Y antes de que Frank les avergonzara a ambos intentando disculparse, añadió-: Las muchachas no hacen eso -se corrigió-. Avergüenzan al chaval, o cuentan mentiras de él a sus amigos, o se quedan embarazadas, o se tragan un tubo de pastillas…
– ¿O se vuelan los sesos? -le interrumpió Frank.
– Todo esto suponiendo que Andy Rosen fuera asesinado. Todavía está la opción del suicidio.
– ¿Hay alguna novedad al respecto?
– Esta mañana Brock tomó algunas muestras de sangre. Mañana tendremos el informe del laboratorio. De momento no hay pruebas de que hubiera nada raro. La única razón por la que investigamos todo esto es Tessa, y cualquiera sabe si existe relación entre ambos hechos.
– Si no la hubiera sería mucha coincidencia -aseguró Frank.
– Voy a conceder un par de días a Keller para ver si se pone nervioso, y cuando llegue el momento le interrogas en serio. Esta mañana quería decirme algo, pero no delante de su mujer. A lo mejor después de que Sara haga la autopsia esta noche tenemos más información.
– ¿Vuelve esta noche?
– Sí -contestó Jeffrey-. Esta tarde voy a buscarla.
– ¿Cómo lo lleva?
– Es un momento difícil -dijo Jeffrey, y enseguida cambió de conversación-. ¿Dónde está Schaffer?
– Por aquí -le dijo Frank, abriendo las puertas de la salita-. ¿Quieres hablar primero con su compañera de habitación?
Jeffrey iba a decirle que no, pero cambió de opinión al ver a la mujer que lloraba sentada en un asiento empotrado en la ventana, al final del salón. La flanqueaban dos chicas que intentaban confortarla. Parecían copias la una de la otra, ambas con el pelo rubio y los ojos azules. Cualquiera de ellas habría podido pasar por hermana de Ellen Schaffer.
– Señorita -dijo Jeffrey en un tono que pretendía ser consolador-. Soy el jefe Tolli…
La mujer le interrumpió con un sollozo.
– ¡Es horrible! -gritó la chica-. ¡Esta mañana estaba perfectamente!
Jeffrey le lanzó una mirada a Frank.
– ¿Ésa fue la última vez que la vio?
La chica asintió, moviendo la cabeza como si fuera un sedal.
– ¿A qué hora fue? -preguntó Jeffrey.
– A las ocho -dijo ella, y Jeffrey recordó que a esa hora él estaba con los Rosen-Keller.
– Tuve que ir a clase… -contestó la chica-. Ellen dijo que iba a acostarse. Estaba tan afectada por lo de Andy…
– ¿Conocía a Andy Rosen? -preguntó Jeffrey.
En ese momento la chica volvió a prorrumpir en un sollozo, y su cuerpo se estremeció.
– ¡No! -gimoteó-. Eso fue lo trágico. Estaba en su clase de arte, ¡y ni siquiera le conocía!
Jeffrey intercambió una mirada con Frank. La policía se encuentra a menudo con gente que se siente mucho más próxima a la víctima de un crimen de lo que estaba cuando ésta vivía. En el caso de Andy, supuestamente un suicidio, el melodrama se intensificaba.
– ¿Así que -comenzó Jeffrey- vio a Ellen a las ocho? ¿La vio alguien más?
Una de las chicas que estaban junto a la compañera de habitación de Ellen dijo:
– Todas tenemos clase a primera hora.
– ¿Y Ellen?
Las tres asintieron al unísono.
– Igual que todas las de la residencia -aseguró una de ellas.
– ¿Cuál era su especialidad? -quiso saber Jeffrey, preguntándose si la chica tendría alguna relación con Keller.
– Biología celular -informó la tercera chica-. Mañana tenía que entregar sus prácticas de laboratorio.
– ¿Tenía de profesor al doctor Keller? -preguntó Jeffrey.
Las tres negaron con la cabeza.
– ¿Ése es el padre de Andy? -quiso saber, pero Jeffrey no contestó.
– Consigue copias de su horario y veamos qué clases ha tenido desde que está aquí -dijo a Frank. A las chicas les preguntó-:
– ¿Ellen salía con alguien?
– Mmm -dijo la primer chica, mirando a sus amigas nerviosa. Antes de que Jeffrey intentara sonsacarla, contestó-: Ellen se veía con muchos chicos diferentes.
El énfasis quería decir miles.
– ¿Alguno tenía algo contra ella?
– Claro que no -la defendió la primera chica-. Todos la adoraban.
– ¿Visteis a alguien sospechoso merodeando por la residencia esta mañana?
Las tres negaron con la cabeza. Jeffrey se volvió hacia Frank.
– ¿Has interrogado a todo el mundo?
– No había casi nadie -dijo Frank-. Estamos reuniéndolos a todos. Nadie oyó el disparo.
Jeffrey levantó las cejas sorprendido, pero no comentó nada delante de las chicas.
– Gracias por su tiempo -les dijo y les entregó su tarjeta por si recordaban algo más que pudiera ser útil.
Cuando Frank le condujo por el pasillo hasta la habitación de Schaffer, situada en la planta baja, Jeffrey le preguntó:
– ¿Qué arma utilizó?
– Una Remington 870.
– ¿La Wingmaster? -exclamó Jeffrey.
Se preguntaba qué hacía una chica como Ellen Schaffer con un arma como ésa. Se trataba de una escopeta de corredera, una de las armas más populares utilizadas por los agentes de la ley.
– Practica el tiro al plato -dijo Frank-. Está en el equipo.
Jeffrey recordó vagamente que Grant Tech tenía un equipo de tiro, pero no le cuadraba que esa rubia descarada que había conocido el día antes se dedicara al tiro al plato.
Frank le señaló una puerta cerrada.
– Está ahí dentro.
Jeffrey no había imaginado lo que se iba a encontrar al abrir la puerta, pero se quedó boquiabierto ante lo que vio. La muchacha estaba en el sofá; rodeaba la culata de la escopeta con las piernas. El cañón apuntaba a la cabeza… o a lo que quedaba de ella.
Le llegó un fuerte olor que le hizo llorar los ojos.
– ¿Qué es ese olor?
Frank señaló la bombilla desnuda que había sobre el escritorio. Un trozo de cuero cabelludo estaba pegado al vidrio blanco, y el humo llegaba hasta el techo, como si el calor lo estuviera cociendo.
Jeffrey se cubrió la boca y la nariz con la mano. Se acercó a la ventana, abierta unos treinta centímetros. Daba a la parte de atrás de la residencia, desde donde se veía el césped y una glorieta en una zona pensada para sentarse. Más allá había un bosque estatal, y un camino que se adentraba en él y que probablemente utilizaban la mitad de los estudiantes del campus.
– ¿Dónde está Matt?
– Haciendo preguntas por ahí -le informó Frank.
– Que busque huellas en esta ventana por la parte de fuera.
Frank llamó con su móvil mientras Jeffrey estudiaba la ventana centímetro a centímetro. La inspeccionó un minuto, pero no encontró nada. Estaba a punto de dar media vuelta cuando la luz se reflejó en una línea de grasa junto al pasador.