Jeffrey se inclinó sobre la mesa.
– Andy no saltó. Le empujaron.
– ¿Me toma el pelo? -preguntó Fletcher, mirando a Jeffrey y luego a Frank-. Tío, eso está mal. Eso está muy mal. Andy era un buen chaval. Tenía problemas, pero… mierda. Era un buen chaval.
– ¿Qué clase de problemas tenía?
– No podía desengancharse -dijo Fletcher, levantando las manos-. Hay personas que quieren y no pueden.
– ¿Quería de verdad?
– Yo creía que sí -dijo Fletcher-. Bueno, ya saben. Yo pensaba que lo había dejado.
– ¿Hasta?
Fletcher hizo una mueca.
– Oh, no lo sé.
– ¿Hasta cuándo, Ron? ¿Intentó comprarte algo?
– No tenía dinero -dijo Fletcher-. Siempre estaba -encorvó la espalda y se frotó las manos-: «Dame un poco de crack y te lo pago el martes».
– ¿Y se lo vendías?
– Diablos, no, tío. Andy ya me había estafado antes. Intentaba timar a todo el mundo.
– ¿Tenía enemigos por culpa de eso?
Fletcher negó con la cabeza.
– No tenías más que empujarle y te pagaba. El chaval me daba un poco de lástima por eso. Era un tipo duro y toda esa mierda, pero todo lo que tenías que hacer era darle un empujón y ya se ponía: «Muy bien. Aquí tienes el dinero. No me hagas daño». -Fletcher se interrumpió, comprendiendo lo que había dicho-. No es que yo le hiciera daño. Ése no es mi juego, tío. A mí me va el buen rollo, explorar la, ya sabe, la… -Fletcher buscaba la palabra-. No, no es eso. Expandir. Hay que expandir la mente. Abrirse.
– Muy bien -dijo Jeffrey, pensando que si a Fletcher se le expandía más la mente acabaría babeando.
– Me daba pena. Había recibido una buena noticia. Iba a celebrar algo.
Jeffrey miró a Frank de forma significativa.
– ¿Qué iba a celebrar?
– No lo dijo -contestó Fletcher-. No lo dijo, y yo no pregunté. Así era Andy. Le gustaba tener secretos. Incluso cuando se iba al váter a cagar, todo era un secreto, como si fuera el jodido James Bond. -Fingió una carcajada-. Y no es que James Bond estuviera jodido.
– ¿Qué me dices de Chuck? -preguntó Jeffrey-. ¿Estaba metido en esto?
Fletcher se encogió de hombros.
– No quiero hablar mal de los…
– ¿Ron?
Soltó un gruñido, frotándose el estómago.
– Puede que se quedara con algo. Ya saben, por el alquiler y todo eso.
Jeffrey se reclinó en la silla, preguntándose cómo podía estar relacionado Chuck con los recientes asesinatos. Los traficantes de drogas sólo mataban a quienes se cruzaban en su camino, y lo hacían de manera espectacular, para que sirviera de advertencia a posibles rivales. Escenificar las muertes como si fueran suicidios sería algo contrario a su negocio.
El silencio de Jeffrey había puesto nervioso a Fletcher.
– ¿Necesito un abogado? -preguntó.
– No si cooperas. Jeffrey sacó un cuaderno y un bolígrafo. Los puso delante de Fletcher y le dijo-: Sé que éste es tu primer delito, Ron. Procuraremos evitar que vayas a la cárcel, pero tienes que decirnos lo que hay en tu apartamento. Si lo registro y encuentro algo que no me hayas mencionado, le diré al juez que te aplique la pena máxima.
– De acuerdo, tío -dijo Fletcher-. Vale. Meta. Tengo un poco de meta debajo del colchón.
Jeffrey le indicó el papel y el bolígrafo.
Fletcher comenzó a anotar una descripción completa de su casa.
– Hay un poco de hierba en la nevera, donde se pone la mantequilla. ¿Cómo llamáis a esa zona?
– ¿El compartimento para la mantequilla? -dijo Jeffrey.
– Eso, eso -asintió Fletcher, apuntando en su cuaderno.
Jeffrey se puso en pie, diciéndose que tenía cosas mejores que hacer que estar ahí. Dejó la puerta abierta para poder vigilar a Fletcher desde el pasillo.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Frank.
Jeffrey bajó la voz.
– Voy a ir a hablar otra vez con Jill Rosen, a ver qué sabe.
– ¿Cómo le va a Lena?
Jeffrey se entristeció al pensar en ella.
– He hablado con Nan Thomas esta mañana. No sé. A lo mejor me paso para ver si quiere presentar cargos.
– No los presentará -dijo Frank, y Jeffrey sabía que tenía razón.
– Podrías hablar con ella -le pidió Jeffrey.
Frank reaccionó como si éste acabara de sugerirle que azotara a su madre con un trapo húmedo. Desde la agresión de Lena, Frank no sabía qué actitud tomar con su ex compañera. A veces Jeffrey comprendía la reacción de Frank, pero le parecía inconcebible que un agente abandonara a un compañero. Había policías en Birmingham, a los que Jeffrey no había visto en años, y que si le llamaban, fuera cuando fuese, él cogería el coche y en cuestión de segundos pondría rumbo a Alabama.
– No voy a ordenarte que vayas a verla, pero creo que si le echaras una mano…
Frank tosió en la mano. Jeffrey lo intentó otra vez.
– Lena confía en ti, Frank. Quizá podrías llevarla por el buen camino.
– Me parece que ya ha elegido el camino que quiere tomar.
Su mirada era dura, y Jeffrey recordó lo difícil que había sido separar a Frank de Ethan White el día anterior. De habérselo dejado a Frank, probablemente Ethan White estaría muerto.
– Lena te escuchará -dijo Jeffrey-. Puede que sea tu última oportunidad de aclarar las cosas con ella.
Frank hizo caso omiso de ese comentario tan sutilmente que Jeffrey se preguntó si había llegado a decirlo.
Frank señaló a Fletcher con la mano, que ya iba por la segunda página de su confesión.
– ¿Quieres que registre su casa?
– Sí -dijo Jeffrey, consciente de la posibilidad de que Fletcher supiera mentir muy bien-. Arréstalo por la hierba que encontramos en su taquilla. Veremos si podemos acusarle de algo cuando acabe el día.
– ¿Y White? -preguntó Frank-. ¿Vas a soltarle?
Jeffrey había llamado al sheriff de Macon para que mantuviera a White encerrado, pues no se fiaba de dejarlo con sus hombres.
– Lo retendré todo lo que pueda, pero si Lena no presenta cargos, no podré hacer nada.
– ¿Y el ADN?
– Ya sabes que eso tarda al menos una semana -le recordó Jeffrey-. Y de todos modos, va a dar lo mismo si Lena mantiene que fueron relaciones consentidas.
Frank asintió.
– ¿Irás a Atlanta esta noche?
– Sí, probablemente.
Sin embargo, lo último que le había dicho Sara la noche anterior era que la dejara en paz durante unos días. Llegaría el momento en que se lo dijera en serio. Y Jeffrey deseaba con todas sus fuerzas que ese día tardara en llegar.
Jeffrey fue andando a casa de los Rosen-Keller, pues necesitaba tiempo para aclarar las ideas. Su sentimiento de culpa había ido creciendo desde el apuñalamiento de Tessa hasta la agresión de Lena. La noche anterior, en la cárcel, lo único que quería era rodearla con el brazo y hacer que se sintiera mejor. En lo más profundo de su ser sabía que eso era lo último que Lena necesitaba, y lo mejor que podía hacer Jeffrey ahora era descubrir quién había sido el causante de todo. No había pruebas que demostraran que alguien había entrado en la oficina de seguridad. Nadie tenía nada especial en contra de Chuck, aparte de la consensuada idea de que era un gilipollas, y a nadie se le ocurría ninguna razón por la que alguien quisiera matarle. Aun cuando se llevara comisión del trapicheo con drogas de Fletcher, era a éste a quien castigarían, no a Chuck.
El Mustang rojo seguía aparcado en el camino de entrada de la casa, allí donde Jeffrey lo había visto por última vez. Llegó hasta la puerta principal y llamó, metiendo las manos en los bolsillos mientras esperaba. Pasaron unos minutos y miró por la ventana, preguntándose si Jill Rosen había abandonado a su marido.
Llamó a la puerta un par de veces más antes de irse. Pero cuando estaba a medio camino cambió de opinión. Se dirigió a la parte de atrás de la casa, al apartamento de Andy. Fletcher había dicho que Andy quería celebrar algo el sábado por la noche. A lo mejor Jeffrey averiguaba por qué el chaval estaba tan contento.