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Frank miró el edificio sin pestañear. Jeffrey se dio cuenta de que estaba haciendo cábalas acerca de cómo exculpar a Lena. Él había tenido la misma reacción hacía menos de media hora, cuando el ordenador identificó tres huellas de Lena. Incluso entonces Jeffrey sacó la ficha e hizo que el técnico las comparara punto por punto.

Jeffrey levantó la vista al ver a un profesor salir de la residencia.

– ¿No ha salido en toda la mañana? Frank negó con la cabeza.

– Dame una explicación convincente de por qué sus huellas estaban en ese cuchillo y te aseguro que nos vamos ahora mismo.

Frank parecía furioso. Llevaba una hora larga sentado delante de la residencia, intentando encontrar algo que exonerara a Lena.

– Esto no está bien -dijo, pero, sin más dilación, abrió la portezuela del coche y salió.

La residencia se hallaba casi desierta, pues casi todos los profesores estaban en clase. Al igual que en la mayoría de universidades, la actividad disminuía al acercarse el fin de semana, y siendo inminentes las vacaciones de Semana Santa, muchos estudiantes ya se habían reunido con sus familias. Jeffrey y Frank no encontraron a nadie en el pasillo que conducía a la vivienda de Lena. Se quedaron delante de la puerta, y Jeffrey se dio cuenta de que el pomo estaba torcido, al ser abierto de una patada el día anterior. Si Jeffrey, hubiera encontrado algo de que acusar a Lena, si su instinto le hubiera permitido creer que era culpable, tal vez Chuck Gaines estaría vivo.

Frank se puso a un lado de la puerta, con la mano en el arma, sin desenfundar. Jeffrey llamó dos veces.

– ¿Lena?

Transcurrieron unos segundos, y acercó el oído a la puerta para escuchar.

Volvió a llamarla antes de abrir la puerta.

– ¿Lena?

– Mierda -masculló Frank, desenfundando la pistola.

Jeffrey hizo lo mismo, y su intuición le obligó a abrir la puerta de una patada antes de ver que Lena se estaba poniendo los pantalones. No parecía tener la intención de hacerse con ningún arma.

Jeffrey verbalizó la pregunta que Frank hubiera deseado formular.

– ¿Qué coño te ha pasado?

Lena se aclaró la garganta. Estaba llena de moretones.

– Me caí -dijo con voz ronca.

Sólo llevaba puestos los pantalones y un sujetador blanco, que resaltaba sobre su piel olivácea. Con recato, se cubrió el pecho con las manos. La parte superior de los brazos estaba salpicada de marcas de dedos de color morado, como si alguien la hubiera agarrado con demasiada fuerza. Y en el hombro había una señal que parecía un mordisco.

– Jefe -dijo Frank.

Había esposado a Ethan White y lo sujetaba por el brazo. El chaval estaba vestido, a excepción de los calcetines y los zapatos. Tenía la cara llena de golpes, y el labio partido.

Jeffrey cogió una camisa del suelo para ofrecérsela a Lena. Pero detuvo el gesto al comprender que tenía una prueba en la mano. La blusa estaba manchada de sangre.

– Cristo -susurró, intentando que Lena le mirara-. ¿Qué has hecho?

13

Sara dejó el coche en el aparcamiento del Centro Médico Heartsdale, junto al de Jeffrey. Éste le había dicho que se dirigiera al hospital para obtener muestras de dos sospechosos. No pensaba decirle los nombres por teléfono, pero Sara conocía lo suficiente a Jeffrey para saber que se trataba de Ethan White y Lena.

Como siempre, la sala de urgencias estaba vacía. Sara miró a su alrededor, buscando a la enfermera de guardia, pero ésta debía de estar tomándose un descanso. Al final del pasillo distinguió a Jeffrey charlando con un hombre de más edad, de estatura mediana y complexión recia. Un poco más lejos, Brad Stephens estaba apostado ante la puerta cerrada de una sala de reconocimiento. Tenía la mano apoyada en la culata de su arma.

Al acercarse, Sara oyó al hombre que hablaba con Jeffrey, en un tono chillón y exigente.

– Mi mujer ya tiene bastante con lo que ha pasado.

– Sé lo que ha pasado -dijo Jeffrey-. Me alegra saber que se interesa por su bienestar.

– Pues claro que me intereso -le espetó el hombre-. ¿Qué insinúa?

Jeffrey vio a Sara y le hizo una seña para que se acercara.

– Ésta es Sara Linton -le dijo al individuo-. Se encargará del examen físico.

– Doctor Brian Keller -dijo el hombre, sin mirar a Sara.

Llevaba en la mano un bolso, que, supuso Sara, pertenecía a su esposa.

– El doctor Keller es el marido de Jill Rosen -le explicó Jeffrey-. Lena me pidió que la llamara.

Sara procuró no delatar su sorpresa.

– Si nos perdona -dijo Jeffrey a Keller, y condujo a Sara por el pasillo hasta una pequeña sala de reconocimiento.

– ¿Qué está pasando? -preguntó-. Le dije a mamá que estaría en Atlanta esta tarde.

Jeffrey cerró la puerta antes de decir:

– A Chuck le han cortado el cuello.

– ¿Chuck Gaines? -preguntó Sara, como si pudiera tratarse de otro Chuck.

– Las huellas de Lena están en el arma del crimen.

Sara puso en orden sus ideas, intentando comprender lo que él le decía.

– ¿Recuerdas el examen que le hiciste a Lena después de la violación?

Lena no sabía de qué le estaba hablando.

– La muestra que sacaste de las bragas para establecer el ADN. ¿Recuerdas el examen que le hiciste a Lena después de la violación?

Sara buscó la mejor manera de responderle, pero sabía que la pregunta no admitía matices, así que tuvo que responder:

– Sí.

Su rostro era el vivo retrato de la cólera.

– ¿Por qué no me lo dijiste, Sara?

– Porque no está bien -respondió Sara-. No está bien utilizarlo contra ella.

– Cuéntaselo a Chuck Gaines -repuso Jeffrey-. Cuéntaselo a la madre de Chuck.

Sara mantuvo la boca cerrada, pero seguía sin aceptar que Lena tuviera algo que ver con esos crímenes.

– Quiero que obtengas muestras de White -dijo Jeffrey con brusquedad-. Sangre, saliva, pelo. Péinale todo el cuerpo. Como si fuera una autopsia.

– ¿Qué estamos buscando?

– Cualquier cosa que le relacione con la escena del crimen -informó Jeffrey-. Ya tenemos la huella de los zapatos de Lena en la sangre hallada en el lugar de los hechos. -Negó con la cabeza-. Había sangre por todas partes.

Jeffrey abrió la puerta y miró pasillo abajo. Sara supo que quería decirle algo más.

– ¿Qué? -preguntó Sara.

Jeffrey intentó mostrarse sereno.

– Lena tiene el cuerpo lleno de contusiones.

– ¿Son graves?

Jeffrey miró pasillo abajo y luego a Sara.

– No sé si hubo un forcejeo o no. Tal vez Chuck la atacó y ella se defendió. A lo mejor White se volvió loco.

– ¿Es eso lo que ella dice?

– Ella no dice nada. Ni él tampoco. -Hizo una pausa-. Bueno, White dice que pasaron la noche juntos en el apartamento de Lena, pero los de la universidad dicen que White salió del laboratorio después de que Lena se marchara. -Señaló hacia el pasillo-. De hecho, Brian Keller fue la última persona en verla.

– ¿Lena ha pedido que viniera la doctora Rosen?

– Sí -dijo Jeffrey-. Tengo a Frank en la otra habitación por si le cuenta algo.

Jeffrey…

– No me vengas con el rollo de los médicos y los pacientes, Sara. Se me están amontonando los cadáveres.

Sara sabía que no conseguiría nada discutiendo.

– ¿Lena se encuentra bien?

– Puede esperar -dijo Jeffrey, dándole a entender que no hiciera más preguntas.

– ¿Tienes una orden del juez para hacer todo esto?

– ¿Qué pasa, ahora eres abogado? -No la dejó contestar-. El juez Bennett la firmó esta mañana. -Como Sara no reaccionaba, le dijo-. ¿Qué? ¿Quieres verla? ¿Crees que no digo la verdad?

– No te he pedido…

– No, mira. -Se sacó la orden del bolsillo y la estampó sobre la repisa-. ¿Te das cuenta, Sara? Te digo la verdad. Intento ayudarte a hacer tu trabajo para que nadie más salga perjudicado.

Sara estudió el documento, y reconoció la apretada firma de Billie Bennett saliéndose de la línea.

– Acabemos de una vez.

Jeffrey se hizo a un lado para que Sara pudiera salir, y ésta se sintió invadida por un miedo que hacía mucho tiempo que no experimentaba.

Brian Keller seguía en el pasillo, sosteniendo aún el bolso de su esposa. Miró a Sara con el rostro inexpresivo cuando ella pasó junto a él, y parecía tan inofensivo que Sara tuvo que recordarse que maltrataba a su mujer.

Brad saludó a Sara tocándose el sombrero antes de abrirle la puerta.

– Señora.

Ethan White estaba en medio de la sala. Llevaba una bata de hospital verde claro, y tenía sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho. Le habían golpeado en la nariz hacía poco, y tenía un fino reguero de sangre seca que le llegaba a la boca. Debajo de un ojo, una gran mancha roja viraba ya a morado. Tenía elaborados tatuajes con escenas de batallas en ambos brazos. Sus muslos mostraban dibujos geométricos y llamas subiendo por los lados.

Parecía un chico normal, con el pelo rapado y un cuerpo que revelaba que había pasado demasiado tiempo libre en el gimnasio. Los músculos se le ondulaban en los hombros, tensando la tela de la bata. Era de baja estatura, unos quince centímetros más bajo que Sara, pero había algo en él que llenaba el espacio a su alrededor. White parecía enfadado, como si en cualquier momento fuera a saltar y atacarla. Sara se alegró de que Jeffrey no les hubiera dejado solos.

– Ethan White -dijo Jeffrey-. Ésta es la doctora Linton. Va a tomarte algunas muestras por orden judicial.

White apretó tanto la mandíbula que masticó las palabras.

– Quiero ver la orden.

Sara se puso los guantes mientras White leía la orden. Sobre la repisa había portaobjetos de cristal y todo lo necesario para efectuar la prueba de ADN, junto con un peine de plástico negro y tubos de ensayo para tomar muestras de sangre. Probablemente, Jeffrey ya había hablado con la enfermera para que lo tuviera todo preparado, pero Sara no comprendía por qué no le había pedido que se quedara para ayudarla. Se preguntó si había algo que no quería que viera nadie más.