– No es habitual que me pare en el puente, pero noté algo raro. No sé por qué me paré. -Apretó los labios formando una línea delgada al pensar en ello-. Suele oírse algún ruido, sonidos de la naturaleza. Pero hoy estaba todo demasiado silencioso. ¿Sabe a qué me refiero?
Jeffrey lo sabía. Había experimentado la misma extraña sensación cuando corría por el bosque en busca de Sara y Tessa. Los únicos sonidos que se oían eran los de sus propias zancadas golpeando el suelo y su corazón resonando con fuerza en su cabeza.
Ellen prosiguió:
– De modo que me detuve a hacer unos estiramientos y entonces miré por la barandilla… y ahí lo encontré.
– ¿No bajó a ver cómo estaba?
Ellen pareció incómoda.
– No… ¿Debería?
– No -dijo Jeffrey, y, para ser amable, añadió-: Hubiera contaminado la escena.
Ellen pareció aliviada.
– Me di cuenta de que…
Se miró las manos, llorando en silencio.
Jeffrey volvió la vista hacia el bosque, inquieto porque Matt y Lena no hubieran vuelto, sobre todo después del ruido que había hecho el helicóptero. Enviarlos al bosque no había sido una de sus mejores ideas.
Schaffer interrumpió sus pensamientos al preguntar:
– Ese chico, ¿sufrió?
– No -le aseguró él, aunque no tenía ni idea-. Creemos que saltó del puente.
Ellen pareció sorprendida.
– Sencillamente supuse que…
Jeffrey no la dejó demorarse en sus sentimientos.
– Así que le vio y llamó a la policía. ¿Qué hizo luego?
– Me quedé en el puente hasta que el agente llegó. -Señaló a Brad, quien sonrió con timidez-. Luego vinieron los demás, y yo me quedé con él.
– ¿Vio a alguien más? ¿En el bosque?
– Sólo a la chica que subía la colina -dijo ella.
– ¿A nadie más?
– No. A nadie -respondió Ellen, mirando más allá del hombro de Jeffrey.
Éste se volvió y vio a Matt y Lena salir del bosque. Lena cojeaba, las manos extendidas a los lados para no caer. Matt le ofreció la mano para ayudarla a bajar, pero ella la rechazó.
– Mañana acabaré de interrogarla -dijo Jeffrey a Ellen Schaffer-. Gracias por ponerse a nuestra disposición. -Y a Brad-: Asegúrate de que vuelve a su colegio mayor.
– Sí, señor -dijo Brad, pero éste ya estaba subiendo la colina. Las suelas de los mocasines de Jeffrey resbalaban en el suelo mientras corrían hacia Lena y Matt, pero en lo único que podía pensar era en que había puesto en peligro a otra mujer enviando a Lena al bosque. Cuando llegó junto a ellos, el remordimiento le constreñía el pecho. Puso una mano bajo el brazo de Lena para ayudarla a sentarse.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Jeffrey, sintiéndose como una cotorra, diciéndose que aquel día había repetido la pregunta un millón de veces y seguía sin tener una respuesta satisfactoria-. ¿Te encuentras bien?
– Sí -dijo Lena, rechazándolo con tanta energía que bajó de culo el resto de la cuesta. Frank fue a ayudarla e intentó cogerla del brazo, pero ella lo apartó de una sacudida y dijo-: Joder, estoy bien -aunque hizo una mueca de dolor cuando su pie tocó el suelo.
Los tres hombres se quedaron petrificados cuando Lena se desató el cordón del zapato y Jeffrey supo que todos sentían lo mismo que él. Cuando levantó la vista, Matt y Frank le dirigieron sendas miradas acusatorias. Lena podría haberse hecho daño de verdad en el bosque. Lo que le había pasado -y lo que le podía haber ocurrido- era culpa de Jeffrey.
Lena rompió el hechizo al decir:
– Seguía ahí.
– ¿Dónde? -preguntó Jeffrey, y notó que se le aceleraba el pulso.
– El cabrón estaba escondido detrás de un árbol, mirando qué pasaba.
Frank murmuró un colérico «Cristo», pero Jeffrey no supo si su cólera se dirigía hacia el agresor o hacia él.
– Le perseguí -añadió Lena, ajena a la tensión, o quizá prefiriendo simplemente no hacer caso-. Tropecé con algo. Un tronco. No sé. Puedo enseñarte dónde se escondía.
Jeffrey intentó hallar una explicación a todo eso. ¿El agresor se había quedado para asegurarse de que Tessa conseguía ayuda, o simplemente se había puesto a mirar qué pasaba como si viera una película?
La voz de Frank traslucía impaciencia cuando le preguntó a Matt:
– ¿Y dónde estabas tú mientras pasaba todo eso?
Matt utilizó el mismo tono cortante.
– Nos separamos para cubrir más terreno. Un par de minutos después vi que el tipo echaba a correr.
Frank refunfuñó.
– En primer lugar, no deberías haberla dejado sola.
Y Matt le replicó con otro desplante.
– Simplemente estaba siguiendo la rutina.
– Basta -dijo Jeffrey, intentando detenerlos-. Así no vamos a solucionar nada. -Volvió su atención hacia Lena-. Ese tipo, ¿estaba muy cerca de la escena?
– Cerca -respondió-. Se había salido del camino, a unos cincuenta metros. Volví sobre mis pasos, pensando que si aún seguía por ahí estaría cerca para poder ver lo que pasaba.
– ¿Le viste bien? -le preguntó Jeffrey.
– No -dijo ella-. Él me vio antes a mí. Estaba acurrucado detrás de un árbol. A lo mejor se lo pasaba bomba viendo cómo Sara perdía los nervios.
– No te he pedido especulaciones -le espetó Jeffrey, a quien no le gustaba la manera condescendiente en que había pronunciado el nombre de Sara.
Lena nunca se había llevado bien con Sara, pero ahora no era momento de revivir viejas rencillas, sobre todo considerando el estado en que se encontraba Tessa.
– Viste al tipo. Y luego ¿qué?
– No le vi -replicó ella, furiosa.
Jeffrey comprendió demasiado tarde que había pulsado el botón equivocado. Miró a Frank y a Matt en busca de ayuda, pero éstos miraban con la misma dureza que Lena.
– Sigue -dijo Jeffrey.
Lena fue lacónica.
– Vi algo borroso. Movimiento. Se levantó y se fue. Le perseguí.
– ¿Por dónde se fue?
Lena tardó unos momentos en responder, levantando los ojos en busca del sol.
– Hacia el oeste, probablemente en dirección a la autopista.
– ¿Era blanco? ¿Negro?
– Blanco -dijo, y añadió, un tanto a la ligera-, creo.
– ¿Crees? -preguntó Jeffrey, consciente de que estaba echando leña al fuego, pero incapaz de reprimirse.
– Ya te lo he dicho -dijo ella a la defensiva-. El tipo se dio la vuelta y echó a correr. ¿Qué iba a hacer, preguntarle que fuera más despacio para que pudiera ver de qué raza era?
Jeffrey calló unos instantes, intentando controlarse.
– ¿Cómo iba vestido?
– Llevaba algo oscuro.
– ¿Chaqueta? ¿Tejanos?
– Tejanos, puede que una chaqueta. No lo sé. Estaba oscuro.
– ¿Una cazadora? ¿Abrigo?
– Una cazadora… creo.
– ¿Algún arma?
– No lo vi.
– ¿De qué color tenía el pelo?
– No lo sé.
– ¿No lo sabes?
– Creo que llevaba sombrero.
– ¿Crees que llevaba sombrero? -De pronto, toda la impotencia acumulada desde que viera a Tessa al borde de la muerte estalló-. Por el amor de Dios, Lena, ¿cuánto hace que eres policía?
Lena lo miró con ese odio feroz al que Jeffrey estaba acostumbrado en los sospechosos a los que interrogaba.
– Perseguiste a un puto sospechoso, ¿y ni siquiera sabes si llevaba sombrero o no? ¿Qué cojones hacías ahí, coger margaritas?
Lena seguía mirándole fijamente, y la barbilla le temblaba al reprimir lo que quería decirle.
– Pues qué suerte que no viniera a por ti -dijo Jeffrey-. Ahora tendríamos a dos chicas en el helicóptero en lugar de una.
– Sé cuidar de mí misma -le espetó.
– ¿Crees que ese cuchillito que llevas en el tobillo va a protegerte?
Le disgustó la expresión de sorpresa que vio en el rostro de Lena, sobre todo porque creía haberle enseñado mejor. Jeffrey había visto la funda cuando Lena bajó de culo por el terraplén del río.
– Debería arrestarte por llevarlo escondido -le dijo él.
Ella no le apartaba los ojos; su odio aún era palpable.
– Más te vale dejar de mirarme así -la advirtió.
Lena tenía los dientes tan apretados que casi no entendieron sus palabras.
– Ya no trabajo para ti, capullo.
En el interior de Jeffrey, algo estaba a punto de explotar. Su vista se agudizó, todo pareció quedar asombrosamente enfocado.
– Jefe -dijo Frank, y puso una mano en el hombro de Jeffrey. Éste se echó para atrás, sabiendo que actuaba como un loco. Vio sus ropas ensangrentadas en el suelo, la sangre de Tessa. Todas las imágenes le asaltaron de golpe: las lágrimas en la cara de Sara formando un reguero sobre sus mejillas ensangrentadas. El brazo de Tessa, flácido, colgando de la camilla cuando la levantaron.
Jeffrey se volvió para que no pudieran ver su expresión, recogió su placa, la limpió con el faldón de la camiseta y se concedió unos momentos para calmarse.
Brad Stephens eligió ese instante para aparecer, haciendo girar el sombrero en la mano.
– ¿Qué pasa, jefe?
La cólera ahogaba la garganta de Jeffrey.
– Te dije que acompañaras a Schaffer al colegio mayor.
– Se encontró con unas amigas -dijo Brad, palideciendo-. Quiso irse con ellas. -Sus ojos azul claro se ensancharon de temor, y tartamudeó-: Yo… yo… yo me figuré que estaría mejor con ellas. Están en su residencia. Keyes House. No imaginé que…
– No pasa nada -le interrumpió Jeffrey, sabiendo que si le hacía pagar el enfado a Brad sólo se sentiría peor. Le dijo-: Que uno de los muchachos vaya a la autopista. Que busquen a alguien que va a pie. A cualquiera que vaya a pie. Lleve o no chaqueta.
No miró a Lena al decir esas últimas palabras, aunque ella debía de saber que tener una descripción era muy importante.
– Las unidades llegarán enseguida -afirmó Frank.
Jeffrey asintió.
– Quiero una batida desde esta zona hasta el último lugar en el que Lena vio al agresor. Buscamos un cuchillo. Cualquier cosa que llame la atención.
– Llevaba algo en la mano -dijo Lena, como si ofreciera un premio-. Una bolsa blanca.