Mi propia voz me aturde, el teléfono me deprime, la credulidad del poeta me parece asombrosa, mi mano palpa el fondo del cajón de la mesilla buscando los opta. José Agustín se ríe recordando algo, deja caer el asunto y pasa a hablarme de Quico Sabater, pistolero solitario y audaz amado por los dos. Me cuenta por enésima vez la vida y milagros del anarquista, la base de un guión de cine que está escribiendo para Francesco Rossi. Tres horas y veinte minutos al teléfono, nuevo récord de la gauche divine.
Mi ración de optalidones aumenta peligrosamente.
Mato la noche en Bocaccio. Relajante conversación con Oriol Regás y Carmen Ros, la hermosa muchacha que pudo haber cambiado el rumbo de mi vida.
10 octubre
Pase privado del último film de la llamada Escuela de Barcelona. Cinema Windsor Palace, ya destinado al derribo, ya con la muerte agazapada en sus terciopelos escarlata (Terenci llora en los brazos de Romy: «¡Ay, Escarlata O'Hara, qué será de nosotras sin el Windsor!»).
Por la pantalla desfilan a cámara lenta y en suaves tonos pastel Serena Vergano, Luis Ciges, Nuria Espert, Romy, Susan, Joaquín Jordá, Ricardo Bofill, Salvador Clotas, Irazoqui, etc. El tema de la película es escabroso: mujeres medio separadas de sus maridos pasean con vaporosos vestidos en escenarios gaudinianos y en tartajeante compañía de hombres medio separados de sus mujeres, medio comentando efímeros sentimientos, a medias recordados y a medias presentidos, semicultos y semieróticos. Resultado: espectador semidormido semipasmado.
Oigo retumbar triunfales y vengativos los tambores de Fu-Manchú de mis infantiles matinales del Roxy. «Lo-Ki, échalos a los cocodrilos.»
La Espert enigmática con su máscara trágica. Ojos felinos, muslos de hielo. Una mujer notable, pero, decididamente, el híbrido celuloide de la Escuela no le va: esos personajes tan sofisticados que le dan a interpretar son algo así como mujeres sin pezones. A Serena en cambio le va el primer plano, porque toda su expresividad radica en el mentón. La película se llama Trimatriz 69. Crujir de huesos al salir, comentarios gatunos por lo bajinis. Gonzalo Suárez habla de sus próximas diez películas de plástico. Jaime Camino sale dormido en brazos de Román Gubern. Dispersión, unos van al Storck-Club otros al Jazz Colón.
La última copa en la terraza del Pub de Tuset Street con el Perich y Sagarra. Gin con mucho hielo. El Sagarra, whisky a palo seco en copa ahumada. Tensión en el aire, presentimiento de olas gigantescas y gélidas precediendo el embate inminente del iceberg que nos va a hundir a todos: mi región catalana mental inundada cuando llegan Eugenio Trías, Ana Moix, Nuria Serrahima y Pere Garcés. Poco después, Sió, más tarde, Colita.
Sagarra pregunta sin interés: «Bueno, ¿cómo está el gallinero literario, qué se sabe del novísimo?», y, sin esperar respuesta, pregunta al camarero si ha visto pasar al presidente del Ateneo en compañía de mosén Cinto. Bosteza, y el Perich le dice: «Oye, mira, aprovechando que tienes la boca abierta, ¿quieres pedirme otra ginebra?»
La poetisa noctámbula nos lee su famosa composición del Tigre. La última noticia la trae Jacinto Esteva: en el restaurant Mariona acaba de ver a C. C. y al novísimo cenando con Giménez Frontín, de Editorial Kairós, y con Joan Manuel Serrat, que se dice estaría interesado en una adaptación musical de la esperada novela.
– Cinto, rey mío -dice Colita-, no te pases.
Sagarra se acaricia la cicatriz scarfaciana bajo el ala imaginaria del sombrero imaginario, y habla de los muslos la-la-leros de Massiel como de un vehículo ideal, pero venéreo, para divulgar textos de Bertolt Brecht. Yo reafirmo tímidamente mi secreta vocación por las sonoras caderas de María del Mar Bonet. La hermana de Nuria me mira con ojos de búho insomne, llega Arma March con una amiga muy guapa, las dos con sueño y senos libres dentro de blusas de seda blancas. Pero sé que la noche no me reserva nada.
La poetisa federal alemana se retira despechada. Planea sobre nuestras cabezas, como el ángel de la muerte, su poema errante «Pasión de Tigre».
12 octubre
Por fin. Aparición espectacular del novísimo en la librería Anthropos durante la presentación-cóctel de un novelista latinoamericano. El chico conversa con Antonio de Senillosa y Carola y Sylvia Poliakov. Le veo por detrás, como la primera vez en el estudio de C. C, pero ahora enfundadas sus espaldas en un elegante jersey negro cuello de cisne -escogido sin duda por C. C. en Gonzalo Cornelia-. De pronto, se vuelve y me mira a los ojos.
Quisiera describir esa mirada levemente estrábica, apacible, remota… Por lo demás, lleva el brazo en cabestrillo y luce un pálido hematoma en la barbilla. Se ha pegado con unos ultras, dicen, lo han confundido con Sagarra. Sosteniéndole suavemente el codo como lo haría una solícita enfermera, C. C. vestida de rojo como una llama lo guía entre el bosque de manos, vasos y cinturas agitadas hasta Castellet. Hace las presentaciones. El Sheriff lo baña de arriba abajo con su blanca sonrisa alpina. «Hola, macu.» Hay un cerco de mirones, abundan muchachas de ojos voraces y escotes vertiginosos. Alguien se ofrece para traerle una copa al novísimo, le preguntan si prefiere vino o whisky. «Vodka», dice él mirando el gorro ruso de Carlos Barral.
Por encima del hombro metafísico de Pániker en-las-calles asoman los bellos ojos violetas de Nuria Pompeia, fijos en los labios indescifrables del novísimo. «No sé si es un Burroughs o un Joyce», comenta con Isabel Bohigas y Maruja Torres, «pero es guapísimo».
C. C. presenta a su protegido al autor ultramarino, el último en subirse al repleto estribo (del que muy pronto se iba a caer de todos modos) de la guagua del boom literario iberoamericano. Dice el novelista ultramarino: «¿Cómo le va, viejo? Qué bárbaro, recién llego a Barcelona, ciudad que adoro, y sólo escucho hablar de vosss…» Y responde humilde el peninsular: «No, la Voss del Trópico no soy yo.»
Macanudo, carajo. Y en el transcurso apresuradamente etílico de la velada, Cariñena descabezado y tacos resecos de tortilla de patatas, el amigo de C. C. y yo intercambiamos cómplices miradas de estrabismo sifilítico en dos o tres ocasiones: intento transmitirle un guiño de astucia, una señal de aliento en nombre de los desheredados de la cultura y del analfabetismo ilustrado del siglo XX: dales por el saco, muchacho, méate en sus bocazas eruditas, fóllate a sus mujeres, sácales la pasta gansa. Inútil, no atiende a mí ni a nadie. Su mirada distante y venérea planea sobre las cabezas atontolinadas.
Ya lo tengo: un perfil husmeando el peligro desde lo alto de unos hombros escépticos, una mirada invicta sobre el ensalivado cotilleo intelectual, sobre la histérica conciencia de la mediocridad y de la derrota.
13 octubre
Intento una visita al hombre del día en el estudio de C. C, la cual me recibe contrariada: el genio está trabajando y no quiere que le molesten.
C. C. me ofrece asiento en la terraza, pero ni un trago ni apenas conversación. Ceñuda y sumergida en un quehacer insólito: está rompiendo todos sus queridos papeles, sus poemas, sus cuentos. No valen nada, tenías razón, dice sin mirarme. De hoy en adelante se dedicará exclusivamente a él, a su obra presente y futura, obviamente perenne.
Decidido a no marcharme sin hablar con su nuevo amor, me engolfo en la mecedora, mientras ella va y viene con fajos de papeles. Me ignora por completo. El día es limpio, el sol deslumbra en la terraza. Observo la sobada cazadora de cuero del ilustre huésped colgada en el respaldo de la hamaca, la agenda de rojas solapas asomando en el bolsillo. Aprovecho que C. C. ha salido un momento y me hago con la agenda. La abro.
Anotados curiosos planes estratégicos, de una escalofriante ingenuidad: «Para mañana domingo: 1) Comprar programas antiguos de cine en mercado San Antonio y presentarme con ellos casa Terenci Moix hora comer y hacerle regalo. 2) Ligar con su hermana Ana y conseguir que me presente a su editora y amiga Esther Tusquets. 3) Ligar editora y contrato-anticipo no menos de 25.000 Pts. por próxima novela titulada El vampiro de la Sagrada Familia o El monstruo del cine Delicias.»
Y algo más abajo: «No, muy complicado. Mejor hacer amistad íntima con Oriol Bohigas. Manera: 1) Hablarle mal de Ricardito Bofill en presencia de Salvador Clotas. 2) Clotas encabronarse y querer pegarme, Bohigas apoyar mi criterio y defenderme, y también Rosa Regás. 3) Yo agradeciendo sugiero Rosa tomar copas otro sitio, solos. 4) Camelar Rosa y ella proponerme contrato con Edhasa…»
Pero en la página siguiente, como era de prever: «Fracaso total. Rosa se fue a cenar con Satué, Oriol con Carmen, Ricardo con Salvador, yo con nadie y al diablo con esa gente. A ver, otra estrategia: pedir consejo a Carmen Balcells sobre supuesta oferta de contrato con Carlos Barral, la superagente apiadarse de mí («¡Desgraciat, no sacaras ni un duro!») y soltar algún anticipo… No, tampoco.»
Debajo escribió, con trazo impaciente: «Dejar que C. C. decida y lleve el asunto a su modo.» También había recordatorios tales como: