De nuevo, Sally no me miró a los ojos.
– Ve, entonces -dijo.
Me acerqué a ella e intenté rodearla con mis brazos, pero se apartó.
– Sally, cariño -dije-, todo se arreglará.
– No, no se arreglará -dijo ella, y se marchó.
Me quedé paralizado, deseando ir tras ella, convencerla de mi inocencia. Pero el instinto me aconsejaba dejarlo correr. Cogí mi chaqueta, el móvil y las llaves del coche y me fui.
Camino de la FRT, llamé a Alison a su móvil. Pero me salió el contestador con un mensaje que decía que estaría en Nueva York hasta el jueves. Volví a mirar el reloj. Era más de medianoche en la costa este, por eso me había salido el contestador. Así que le dejé un breve mensaje.
– Alison, soy David. Es urgente. Llámame al móvil en cuanto recibas el mensaje.
Después apreté el acelerador y me dirigí al despacho, ensayando los argumentos que pensaba esgrimir contra la campaña de difamación de MacAnna, por no hablar de la andanada que pensaba disparar contra la Warner Brothers por haber permitido que se filtrara mi guión a MacAnna.
Pero cuando llegué a la FRT, Brad y Bob tenían una expresión sombría, y Tracy los ojos rojos, como si hubiese llorado.
– Estoy totalmente desolado -dije-. Pero ese imbécil ha contratado a un par de investigadores para peinar todas mis obras con un microscopio. ¿Y qué ha encontrado? Cinco líneas que podrían atribuirse a otros autores. Nada más. En cuanto a esa ridícula acusación del libro de Tolstoi…
Bob Robison me interrumpió.
– David, entendemos tus razones. Francamente, cuando vi el artículo, pensé prácticamente lo mismo: son sólo un par de líneas aquí y allá. En cuanto a lo de tu antigua obra: ¡a la mierda Tolstoi! Estoy seguro de que cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que estabas reinterpretando deliberadamente su argumento…
– Gracias, Bob -dije, sintiéndome como si me cayera una ducha de alivio-. Me alegro mucho de que…
Volvió a interrumpirme.
– Todavía no he terminado, David.
– ¿Perdona?
– Como decía, no creo que las acusaciones de MacAnna contra ti sean justas. Sin embargo, ahora, el problema es de credibilidad. Nos guste o no, en cuanto la columna de MacAnna llegue a la calle el viernes, te van a considerar mercancía dañada…
– Pero Bob…
– Déjame terminar -dijo secamente.
– Perdona…
– Así vemos la situación nosotros, como corporación: puedes justificar un caso de plagio involuntario. ¿Pero cuatro casos más?
– Cuatro miserables líneas -dije-. Nada más.
– Cuatro miserables líneas que MacAnna ha publicado, además de las cuatro líneas de Primera plana…
– ¿Pero no te das cuenta de que ese idiota sólo intenta hacer de gran fiscal y transformar una prueba insignificante en Sodoma y Gomorra?
– Tienes razón -dijo Brad, interviniendo finalmente en la conversación-. Es un idiota. Es un destrozapersonajes. Ha decidido joderte. Y me temo que tus obras le han proporcionado las suficientes pruebas insignificantes para que pueda mancillarte con la acusación de plagio y salirse con la suya.
Bob volvió a hablar.
– Más aún, te aseguro que todas las oficinas de información imaginables recogerán ese largo artículo. No sólo te va a hacer quedar como mercancía dañada, también arruinará la credibilidad del programa.
– Eso es una gilipollez, Bob…
– ¿Cómo te atreves a decirme lo que es una gilipollez? -gritó, dando rienda suelta a su ira-. ¿Tienes idea del daño que nos ha hecho esto? No hablo sólo de ti y de tu programa, sino también de Tracy. Gracias a ese mierda de MacAnna, su credibilidad también está por los suelos, hasta el punto de que hemos tenido que aceptar su dimisión.
– ¿Has dimitido? -pregunté, mirando a Tracy estupefacto.
– No he tenido más remedio -dijo ella bajito-. Ahora que se ha hecho pública mi relación con Craig Clark…
– Pero habíais terminado.
– Hace dos años. Y es verdad que estaba separado de su esposa en aquella época. Pero eso no importa, ahora que el daño está hecho.
– No has hecho nada malo, Tracy -dije.
– Puede ser, pero lo que se entenderá es que yo llamé a un novio casado para que escribiera un artículo comprensivo en tu nombre.
– Pero fue él quien te llamó.
– No importa, se dará por hecho que fue al revés.
– ¿Qué dice Craig de todo esto? -pregunté.
– Tiene sus propios problemas -dijo Tracy-. Variety le ha despedido a él también.
– No te hemos despedido -dijo Bob secamente.
– No, sólo me habéis dado la botella de whisky y la pistola con una bala, y me habéis dicho que me comporte con honor.
Tracy parecía estar a punto de echarse a llorar otra vez. Brad le apretó un brazo como gesto de apoyo, pero ella le apartó.
– No necesito la compasión de nadie -dijo-. He cometido una estupidez y ahora me toca pagar.
– Estoy consternado -dije.
– No me extraña -replicó Tracy.
– No puedo expresar cuánto lo siento. Pero, como he dicho mil veces, no ha habido mala intención.
– Entendido, entendido -dijo Bob-. Pero también tienes que entender nuestra difícil posición ahora mismo, y que si no te dejamos marchar…
A pesar de que ya me lo esperaba, la noticia me golpeó como un bofetón en toda la cara.
– ¿Me estás despidiendo del programa? -pregunté en un susurro.
– Sí, David, damos por terminada tu colaboración con nosotros. Lamentándolo mucho, debería añadir, pero…
– No es justo -dije.
– Puede que no sea justo -dijo Brad-, pero tenemos que pensar en nuestra credibilidad.
– Tengo un contrato con vosotros.
Bob revolvió unos papeles y sacó el documento que yo acababa de mencionar.
– Sí, lo tienes, y seguro que Alison te explicará que hay una cláusula que anula el contrato en caso de que falsees tu trabajo de cualquier modo. El plagio se incluye sin duda como un grave falseamiento…
– Lo que haces no está bien -insistí.
– Lo que hacemos puede ser desagradable, pero es necesario -dijo Bob-. Por el bien de la serie, tienes que dejarla.
– ¿Y si Alison y yo os demandamos?
– Haz lo que te parezca, David -dijo Bob-. Pero ten en cuenta que los bolsillos de la corporación son mucho más hondos que los tuyos. Y no ganarás.
– Ya lo veremos -dije, poniéndome de pie.
– ¿Te crees que esto nos hace gracia? -intervino Brad-. ¿Crees que alguien en esta habitación está encantado con esta situación? Sé que eres el creador del programa… y seguirás saliendo en los créditos y contarás en el presupuesto. Pero el hecho es que hay setenta personas más trabajando en Te vendo, y no pienso poner en peligro sus puestos para pelear por ti. Sobre todo porque tu posición no tiene defensa. No sólo te pillaron con el arma en la mano, David, esta vez era una bazuca.
– Gracias por tu lealtad.
Un largo silencio. La mano de Brad apretó con fuerza la pluma. Respiró hondo para calmarse y dijo:
– David, voy a achacar ese comentario a la temperatura emocional elevada que sufrimos todos ahora. Pero ha sido un comentario completamente estúpido, sobre todo porque te he demostrado mi lealtad siempre que ha hecho falta. Antes de que empieces a azotar a otro, recuerda una cosa: en el fondo, este lío te lo has buscado tú sólito.
Estaba a punto de decir algo fuerte, apasionado e incoherente, pero al final me limité a salir de la habitación como una tromba, a salir del edificio, subir al coche y conducir.
Conduje durante horas, vagando por las autopistas, sin rumbo ni destino. Hice tiempo en la 10, en la 330, en la 12 y en la 8 5. Mi itinerario fue una obra maestra de la falta de lógica geográfica: de Manhattan Beach a Van Nuys, a Ventura, a Santa Mónica, a Newport Beach, a…
Y entonces, de pronto, sonó mi móvil. Al cogerlo del asiento del pasajero, miré el salpicadero y vi que eran las tres y diez. Había estado conduciendo sin rumbo durante cinco horas, y no me había dado cuenta ni una sola vez de que el tiempo pasaba.