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Dani se sentó enfrente de él.

– Tiene una familia maravillosa.

– Sí, ¿verdad? -dijo Mark alegremente-. Katherine es increíble con ellos. Lo de adoptarlos fue idea suya, ¿sabes? Yo nunca habría pensado en ello. Al principio, no estaba seguro de que fuera una buena idea. No sabía que se podía llegar a querer a esos niños como si fueran propios, pero me equivocaba. Todos ellos son muy especiales para mí.

– Y se nota.

Dani le había visto interactuar con todos sus hijos y era evidente que le adoraban.

– Katherine insiste en involucrarse en todos los aspectos de su vida. Tenemos a Yvette, que también nos ayuda, pero sólo para que Katherine pueda continuar ocupándose de todas las tareas benéficas en las que participa. Si no fuera por eso, los cuidaría ella sola. Yo viajo mucho, me paso la vida yendo y viniendo. Katherine es prácticamente una madre soltera, pero nunca se queja. Ella es así.

Como a ella misma le había impresionado la personalidad de aquella mujer, no podía menos que estar de acuerdo con aquella alabanza. Pero tenía la sensación de que, a pesar de sus palabras, no era capaz de averiguar lo que Mark realmente pensaba sobre nada.

Se estaba volviendo loca, se dijo a sí misma. Era evidente que Mark adoraba a su mujer y a su familia. ¿Quién no lo haría? Sin embargo, no le parecía que de sus palabras emanara ningún sentimiento.

Se recordó a sí misma que no le conocía. Que hasta esa misma mañana, nunca habían hablado. Quizá debería darle una oportunidad.

– Ah, me han tomado ya una muestra para hacer la prueba de ADN. Los resultados estarán dentro de un par de días.

– Estupendo. En realidad, yo ya sé cuál va a ser el resultado, pero no está de más asegurarse.

Dani asintió, sintiéndose un tanto violenta. ¿Cómo podía estar tan seguro? Y si de verdad tenía aquella certeza, ¿aquel momento no debería ser más… más algo? Se dijo a sí misma que en la vida real las cosas no ocurrían como en las películas, pero aun así, echaba de menos un poco más de sentimiento.

– Quiero que nos conozcamos mejor -le dijo Mark-. ¿Por qué no vienes mañana a comer a mi despacho?

– Me encantaría -contestó Dani.

Probablemente él se sentía tan raro como ella. Lo de almorzar juntos era muy buena idea. Seguramente, después de unos cuantos encuentros comenzarían a conectar. Desaparecería aquella sensación de extrañeza y comenzarían a comprenderse el uno al otro. A tratarse como un padre y una hija.

Alex tomó las llaves del coche. Dani se había marchado unos minutos antes, así que ya podía regresar a su casa. No había querido salir antes que ella; quería estar presente por si surgía algún problema.

– Estás de mal humor -le dijo Ian mientras le acompañaba a la puerta-. Has estado frunciendo el ceño durante toda la cena.

– Soy un hombre precavido.

– Me gusta. Creo que es muy divertida.

– Está siendo educada.

Ian sonrió. La mayor parte de la gente no era capaz de distinguir una sonrisa en aquel rostro, pero Alex advirtió la sonrisa que Ian intentaba sin ningún éxito disimular.

– Ya sé que no quieres que nadie lo sepa, pero creo que a ti también te gusta -dijo Ian.

– No siento nada por ella -y era absolutamente cierto.

– Es muy guapa.

Alex negó con la cabeza.

– Tienes diecisiete años. A los diecisiete años todas las mujeres nos parecen guapas.

– Las hormonas son mías y puedo utilizarlas como me plazca -cambió de expresión-. En serio. Deberías darle una oportunidad. Es genial.

Dani había reaccionado muy bien cuando había conocido a Ian, pensó Alex. Seguramente, gracias a su propio pasado.

Había dedicado aquella tarde a investigar a Dani y gracias a Internet, había descubierto suficiente información. Daniel Buchanan era la más pequeña de los cuatro hermanos Buchanan. Cuando estaba en la universidad, su prometido se había lesionado jugando al fútbol. A pesar de que se había quedado parapléjico, Dani había permanecido a su lado durante toda la terapia y después se había casado con él. Sabía lo que era vivir con una persona diferente.

– No confío en ella -insistió Alex.

– ¿Porque es hija de papá?

Alex se quedó mirando a su hermano de hito en hito.

– ¿Por qué dices eso?

Ian elevó los ojos al cielo.

– Puedo ser muy sigiloso cuando quiero. Antes he oído a mamá y a papá hablando. Sé quién es esa chica.

Había miedo y preocupación en su voz. Alex se agachó al lado de la silla y le tomó la mano.

– Todavía no estamos seguros. Dentro de dos días tendremos los resultados de la prueba de ADN, pero aunque ella sea hija de papá, tú también sigues siendo su hijo. Ésta es tu familia y nadie va a alejarte de nosotros.

– Ella es normal.

– Otra de las razones por las que no me gusta.

Ian volvió a sonreír.

– He visto cómo la mirabas durante la cena. Crees que está muy buena.

Alex se enderezó.

– No está mal.

– Tienes que intentar relajarte un poco, date una oportunidad.

– Me niego a tener esta conversación con mi hermano de diecisiete años.

– Ya sé que no tienes ni mi aspecto ni me encanto -le dijo Ian-. Pero aun así, tienes la oportunidad de conseguir algo. A no ser que lo haga yo antes. Al fin y al cabo, somos adoptados. No es nuestra hermana biológica. ¿Crees que querrá salir conmigo?

– Es demasiado vieja para ti.

– Ya sabes lo que dicen de las mujeres mayores.

Alex le apretó el hombro.

– Ve a torturar a otro. Te veré dentro de un par de días.

– ¿Pero vas a intentar salir con ella o no? Porque si la respuesta es no, quiero saberlo.

– Buenas noches, Ian.

– Buenas noches.

Capítulo 4

Dani aparcó delante de casa de Gloria. Salió del coche y alzó la mirada hacia aquel elegante edificio de tres pisos que había sido construido cien años atrás.

Cuando era pequeña, aquella casa le aterraba. De adolescente, había representado una forma de vida que no era capaz de comprender. A los veinte años, se había convertido en un bastión a conquistar. Y con el tiempo, había llegado a considerarla como algo tan solitario e inalcanzable como su propia abuela. Era, sencillamente, el lugar en el que alguien vivía. Alguien que no era en absoluto la persona que ella creía.

Había amado y odiado a Gloria durante tanto tiempo que le resultaba difícil desprenderse de aquellos sentimientos. Continuaba resentida por la dureza con la que le había dicho que no era una verdadera Buchanan. Pero también era cierto que, en las últimas semanas, Gloria le había pedido disculpas en varias ocasiones. Había confesado que sabía que tenía que cambiar y, desde la perspectiva de Dani al menos, realmente lo había hecho.

Curiosamente, Dani se había descubierto echando de menos a Gloria. No echaba de menos sus mezquindades ni su frialdad, pero sí la relación que tenía con ella. Gloria había formado parte de su vida desde que era un bebé y en aquel momento no tenían ninguna relación en absoluto. A lo mejor la decisión más inteligente habría sido alejarse para siempre de ella, pero Dani no podía permitírselo.

Subió los escalones de la entrada y llamó al timbre. Reid, el mediano de sus tres hermanos, le abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.

– No estamos interesados, pero gracias por venir.

Dani pasó por delante de él antes de que hubiera podido cerrarle la puerta en las narices.

– Muy gracioso.

– Hola, hermanita -Reid le pasó el brazo por los hombros-, ¿qué tal te va?

– Estupendamente. Aunque enfrentándome a un montón de cosas.

Reid la condujo al cuarto de estar, donde estaban esperándola Cal, su hermano mayor, y Walker, el más pequeño de los tres. Los dos se levantaron para saludarla.