Cal la miró con el ceño fruncido.
– Conozco a los principales accionistas de la cafetería, y tú no eres una de ellas.
– Me temo que no conoces el nombre de la empresa que me representa.
Cal soltó un juramento.
– Eres realmente buena.
– No, pero debería haberlo sido. No espero poder enmendar ahora todos mis errores, no he cambiado tanto. Pero quería que supierais con lo que podéis contar.
Reid se levantó y tiró de la mano de Gloria para que también ella se levantara. Entonces la abrazó. Dani también abandonó su asiento y alguien tiró de ella para que se uniera a aquel abrazo. Muy pronto, todos estuvieron abrazados.
Minutos después, se puso fin a la reunión. Sus hermanos se marcharon, pero Dani decidió quedarse un rato más. Gloria volvió a sentarse.
– Háblame de tu encuentro con tu padre.
Dani le hizo un breve resumen de lo que había pasado.
– Pensé que sería algo más intenso -admitió.
– A veces no somos conscientes de cuáles eran nuestras expectativas hasta que no nos vemos en situación -le dijo Gloria-. En cualquier caso, ese Alex parece interesante.
Dani se echó a reír.
– ¿Estás haciendo de casamentera? Porque si es así, yo que tú no me tomaría tantas molestias. Ya sabes que tengo una suerte pésima con los hombres. Además, no tengo nada que hacer con ese hombre. Entre otras cosas, porque somos hermanos.
– No tenéis ningún lazo de sangre. ¿Cómo es Katherine?
– Una mujer elegante, amable… -Dani suspiró al recordar la paciencia que tenía aquella mujer con todos sus hijos-. Esa familia parece salida de una película. Parece mentira que las cosas transcurran tan tranquilamente con tantos hijos. Ian va en silla de ruedas y dos de los chicos tienen síndrome de Down. Trisha es sorda y sé que los demás también son niños con necesidades especiales, aunque no sé exactamente qué problema tienen.
– La verdad es que no soy capaz de entender cómo es posible que una mujer opte por arrastrar semejante carga -dijo Gloria-. ¿Quién puede necesitar tantos niños con problemas? Es ridículo. Esa mujer es una auténtica mártir. ¿Qué pretende? ¿Terminar en una estampita?
Aquella reacción era tan propia de Gloria que Dani no pudo evitar una sonrisa.
– Ya veo que no has cambiado del todo.
Gloria suspiró.
– Al parecer no, pero estoy trabajando en ello. He coincidido con Katherine en varias ocasiones. Es una mujer elegante y encantadora, razones por las cuales nunca hemos congeniado.
– Ha sido muy amable conmigo. Si yo hubiera estado en su lugar, no sé si habría sido capaz de reaccionar de la misma forma.
– Quizá no. En cualquier caso, cuídate. Esta situación es muy complicada -Gloria sacudió la cabeza-. Aunque ya sé que harás lo que te apetezca. Siempre has sido muy cabezota.
– Supongo que en eso he salido a ti -dijo Dani, y apretó entonces los labios-. Quiero decir que…
Gloria le agarró inmediatamente la mano.
– Déjalo, no tienes por qué retractarte. Claro que en eso has salido a mí. A lo mejor porque llevas toda la vida viendo lo cabezota que soy. Dani, sigo siendo tu abuela. Tenemos una historia en común. Me gustaría que me perdonaras por todo lo que te he hecho, ¿crees que podrás hacerlo?
Dani no estaba segura. ¿Perdonar a alguien significaba confiar en esa persona? Porque a ella le costaba creer que Gloria no iba a volver a hacerle ningún daño. Aun así, en aquellas circunstancias, le pareció más oportuno decir:
– Claro que sí.
Dani estuvo revisando las recetas para la cena. No estaba mal para ser un miércoles, pensó mientras tomaba nota mentalmente. La pasta especial de Nick había sido un gran éxito y también había tenido una buena salida su selección de vino.
A Dani le había costado casi una semana convencer a Bernie de que sugiriera diferentes vinos para cada comida. Él decía que los clientes podían encontrar ofensivo que les recomendara el vino con el que acompañar sus platos, que podían pensar que los consideraban demasiado estúpidos como para decidir por sí mismos.
Dani había replicado que a la gente le gustaba que le dieran ideas que le permitieran probar vinos que, de otra forma, quizá no tuvieran oportunidad de conocer.
Habían llegado al acuerdo de añadir un vino para la mitad de los platos de la carta y esperar a ver si se vendían. Después de su éxito, Dani tenía la sensación de que Bernie estaría dispuesto a añadir algunos más.
Aquella pequeña victoria le causó un gran placer. Quería hacer bien su trabajo. Al fin y al cabo, era su primer trabajo al margen del imperio de Buchanan, de modo que, para ella, era toda una prueba.
– Dani, uno de nuestros clientes quiere hablar contigo. No ha dicho por qué.
Dani le sonrió al camarero.
– Gracias, Eddie. ¿En qué mesa está?
– En la quince.
– Ahora mismo voy.
Una petición para ver al responsable del restaurante podía significar cualquier cosa: desde un elogio por lo excepcional del servicio hasta una perorata por lo mal que se había sentido tratado el cliente. Pero el Bella Roma era un restaurante que funcionaba a la perfección, de modo que Dani no estaba preocupada.
Rodeó la esquina y, en cuanto llegó a la mesa, dijo.
– Hola, soy Dani Buchanan, ¿en qué puedo ayudarle?
Pero en ese mismo instante reconoció a su cliente. Tanto su traje gris como sus ojos y su gesto decidido eran inconfundibles.
– Qué sorpresa -le dijo a Alex.
– Había oído decir que la comida era buena.
Dani vio que tenía la carta en la mano.
– Veo que todavía no has pedido. ¿Quieres que te haga alguna sugerencia?
– ¿Vas a escupir en mi plato antes de traérmelo?
Dani sonrió.
– Eso depende de los motivos que te hayan traído hasta aquí.
– A lo mejor sólo quiero conocerte mejor.
– Oh, por favor, es posible que no haya estudiado Derecho, pero no soy ninguna estúpida.
– Estudiaste en Cornell, un lugar en el que no es fácil entrar, y jamás he dicho que seas una estúpida.
Mientras bajaba la mirada hacia él, a Dani se le ocurrió pensar que, en realidad, no le importaba que se hubiera presentado en el restaurante. Curioso. También advirtió que, en el fondo, disfrutaba discutiendo con él. Los dos eran rápidos e ingeniosos.
Pero Alex todavía no había contestado a su pregunta: ¿qué estaba haciendo allí?
– No, pero lo has insinuado.
Alex señaló la silla que tenía frente a él.
– Podrías sentarte conmigo.
– O podría no hacerlo.
Alex miró a su alrededor.
– Son más de las nueve. Ya no vais a servir más cenas. Come algo conmigo, así podremos conocernos mejor. Y hasta dejaré que seas tú la que elijas los temas de conversación.
Dani lo dudaba seriamente. Alex no había sido en absoluto amable con ella la última vez que habían estado juntos. Le miraba con sentimientos contradictorios. Por una parte, comprendía su necesidad de proteger a su familia, pero, por otra, odiaba que la considerara su enemiga. Aun así, sacó una silla y se sentó.
– Yo pediré la comida -le dijo.
– ¿Por qué será que no me sorprende?
– Y el vino.
– ¿Y después partirás la comida en pedacitos y me la meterás en la boca?
– Sólo si no sabes comer decentemente.
En ese momento, se acercó Eddie a la mesa.
– El señor Canfield y yo vamos a cenar juntos, Eddie -pidió la cena, eligiendo sus platos favoritos y una botella de Sangiovese para acompañarlos.
– Buena elección -le dijo Alex cuando Eddie se marchó-, aunque el vino es un poco caro.