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Pero la atracción sexual no había cesado. Todavía continuaba deseándola con una intensidad que le confundía.

Ignoró tanto el deseo como su recuerdo y llamó a la puerta del estudio de su madre.

– Pasa.

Alex entró en aquella acogedora habitación y sonrió a su madre.

– Todavía estás levantada.

Katherine se levantó y rodeó la mesa para darle un beso en la mejilla.

– Sí, ya te he dicho que no pensaba acostarme todavía -tomó a su hijo de la mano y le condujo hasta la ventana que había al lado de la ventana-. Tengo que hacer informes de todas las obras benéficas que hemos hecho durante este año. Me ocurre todos los años por estas fechas, pero nunca estoy preparada. Me gustaría ser una de esas mujeres tan organizadas que son capaces de planificarlo todo.

– Tienes ocho hijos. Haces más de lo que puedes.

Katherine sonrió mientras se volvía hacia él en el sofá.

– Julie y tú ya estáis viviendo por vuestra cuenta. Y tu hermano Ian es más independiente cada día.

Alex sonrió.

– De modo que sólo tienes que preocuparte por los otros cinco. Sí, tienes razón, deberías hacer las cosas mejor.

Su madre se echó a reír.

– Ya sé lo que quieres decir. Si quiero, puedo poner excusas y la gente lo comprenderá. Sinceramente, me gustaría poder hacerlo todo, pero me conformaré con lo que pueda abarcar.

Pero Alex sabía que cumpliría con todas sus obligaciones, porque para ella el deber era lo primero. Lo creía sinceramente y le habían educado en ese código.

Alex recordaba la primera vez que había visto a Katherine Canfield. Recordaba sus ojos, lo azules, profundos y amables que le habían parecido. Eran unos ojos que parecían acariciarles mientras le hablaban. Recordaba su mano en su hombro. Ningún adulto le había tocado nunca, excepto para pegarle. Otros niños habían intentado pegarle también, pero él no les había dejado.

Katherine era buena y amable con él, y cuando le sonreía, Alex pensaba que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ella con tal de que le adoptara.

Y Katherine le había adoptado. Y le había querido de tal manera que le había hecho sentirse seguro por primera vez en su vida. Tenía un corazón enorme y sabía entregarlo. A veces, cuando la veía con su padre, Alex se preguntaba si no sería demasiado generosa con él… con todos ellos.

Tomó en aquel momento la mano de su madre y se la estrechó con delicadeza.

– Mamá -comenzó a decir, pero su madre le interrumpió sacudiendo la cabeza.

– Ahórrate los discursos -le dijo con voz queda y mirándole a los ojos-. Ya lo sé. Dani es hija de Mark.

– ¿Cómo lo has adivinado?

Katherine se encogió de hombros.

– Lo supe desde el momento que la vi. Se parece mucho a Mark, en su forma de erguir la cabeza, en la forma de su barbilla… Estoy seguro de que tu padre estará encantado.

– ¿Y tú?

Su madre se inclinó hacia él.

– Ésa es la pregunta que quería hacerte yo a ti. ¿Cómo llevas todo esto?

– ¿Lo de haber adivinado que tiene una hija biológica?

Katherine asintió y le dijo:

– No significa nada, ¿sabes? Eso no cambia en absoluto lo que tu padre siente por vosotros.

Eso era lo mismo que Alex le había dicho a Ian. Ninguno de ellos lo había creído entonces y tampoco lo creía Alex en aquel momento.

– Eso lo cambia todo -le dijo a su madre-. La dinámica de la familia ha dado un giro fundamental. Pero si lo que quieres saber es si me estoy preguntando cuál es mi lugar en el universo, la respuesta es no.

– La verdad es que me preocupa más el lugar que ocupas en esta familia y cómo crees que esto puede afectar a tu relación con tu padre.

Alex no sabía qué responder. Mark no era como Katherine. Quería a sus hijos, pero siempre se había mantenido a cierta distancia. ¿Haría lo mismo con Dani o no?

– Tú eres su esposa. ¿Estás de acuerdo con todo lo que está pasando?

Katherine se reclinó en el sofá y suspiró.

– Me temo que, piense lo que piense, no tengo elección.

– Papá no te engañó. Tú habías vuelto a tu casa cuando conoció a Marsha Buchanan.

Su madre asintió lentamente.

– Tienes razón, y me lo repito constantemente. Es sólo que… -le miró-. Antes de que tu padre volviera a Seattle, tuvimos una gran discusión y rompí con él. Él me dejó y vino aquí. Fue entonces cuando conoció a Marsha.

Alex maldijo en silencio. ¿Por qué tenía que ser tan complicada la vida? Así que la aventura de su padre con Marsha Buchanan no era completamente ajena a su relación con Katherine, como Alex había pensado en un principio.

¿Por qué se habrían peleado? ¿Y le importaría a su madre que hubiera tenido una aventura con otra mujer tan rápidamente?

Era una pregunta estúpida, comprendió inmediatamente. Katherine se habría quedado desolada. ¿Habría sabido algo de la existencia de Marsha antes de que Dani apareciera?

– Lo siento -dijo con voz ronca.

– No pasa nada, no te preocupes por eso.

Pero se preocupaba. Siempre se había preguntado por qué sus padres no habían tenido sus propios hijos. Había dado por sentado que había sido una decisión consciente, una opción. Katherine decía que era una manera de cambiar el mundo o, por lo menos, la vida de un niño. ¿Pero habría alguna otra razón? Era evidente que Mark era capaz de engendrar hijos. ¿Tendría entonces Katherine el problema?

Se sentía desleal incluso al pensarlo, así que decidió apartar aquella pregunta de su mente. ¿Qué demonios le importaba el porqué? Su madre seguía siendo una mujer increíble.

– Me alegro mucho de que me eligieras a mí. Siempre te estaré agradecido. Tú me has convertido en lo que soy.

Katherine le acarició la cara.

– Te quise desde la primera vez que te vi, Alex, pero yo no te he convertido en la persona que eres. Has sido tú el que has hecho de ti el hombre que pretendías ser. Estoy muy orgullosa de ti, pero no me atribuyo ningún mérito. Sin embargo, no me importaría que me enviaras unas flores.

Alex se echó a reír.

– Te enviaré azucenas mañana por la mañana -eran las flores favoritas de su madre.

Alex no sabía qué sentían otros hijos por sus padres. Si les querían mucho o no. Lo único que sabía él era lo poco que recordaba de su madre biológica y lo mucho que Katherine había hecho por él, aunque no estuviera dispuesta a aceptar que le diera las gracias.

– Siempre quise tener una familia numerosa. Y ahora tendremos una hija más.

Decía las palabras apropiadas para la situación e incluso sonreía, pero su dolor era tangible. Alex quería ayudarla, pero no sabía cómo. Katherine le había dado todo lo que necesitaba y, sin embargo, lo único que él era capaz de hacer era verla sufrir.

La segunda excursión de Dani a los cuarteles generales de la campaña del senador fue casi tan aterradora como la primera. Aunque ya no corría el peligro de que le hicieran salir de allí con una patada en el trasero, estaba a punto de comer a solas con su padre biológico por primera vez en su vida.

¿Pero qué pasaría si no encontraban nada que decirse? ¿O si a su padre no le caía bien? A lo mejor la encontraba aburrida y deseaba no haberle conocido nunca.

– No, eso no va a ocurrir -se dijo con falsa vehemencia-. Soy una mujer encantadora.

Pero aquel intento de animarse no sirvió para aplacar los nervios que parecían estar haciendo pilates en su estómago.

Dani entró en el almacén y le dijo su nombre a la recepcionista. La mujer sonrió.

– El senador está esperándola. Espere aquí y ahora mismo vendrá Heidi a buscarla.

¿Heidi? ¿Qué Heidi?

Intentó hacer memoria y al final se acordó de que era la mano derecha de Mark Canfield.