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Dani se acercó al sofá, pero no se sentó. Estaba demasiado nerviosa. Todo aquel asunto de ese padre recién encontrado le resultaba casi misterioso, más que una parte fundamental de su vida. No conocía a Mark Canfield y él tampoco la conocía a ella. Hasta ese momento al menos, los lazos de sangre no se habían traducido en ninguna conexión emocional.

Esperaba que la situación cambiara después de aquel almuerzo, después de que compartieran algunas horas a solas.

Heidi se acercó a ella con una sonrisa.

– Hola, Dani, bienvenida. El senador está con una llamada de Washington y no puede atenderte. Si me acompañas…

Heidi le condujo a través de varios pasillos hasta una sala de reuniones. Le hizo un gesto para que pasara y después se marchó. Dani miró alrededor de aquel espacio prácticamente vacío. Aparte de la mesa y de las sillas, no había ni muebles ni ningún elemento decorativo. Desde luego, en aquella campaña no se estaban gastando el dinero en frivolidades.

Segundos después, se abrió la puerta y entró Mark. Le sonrió.

– Dani, estás aquí. Bien, bien. ¿Ya te ha dado Alex la buena noticia?

Se acercó ella mientras hablaba y le dio un abrazo que Dani no esperaba en absoluto. Cuando la soltó, la miró a los ojos.

– Supe quién eras desde la primera vez que te vi. Te pareces mucho a tu madre. Era una mujer maravillosa. Y tan guapa como tú.

Dani no era una persona particularmente preocupada por su aspecto, pero le gustaba que le dijeran que se parecía a su madre. Apenas podía recordar a aquella mujer.

Era tan pequeña cuando Marsha había muerto que incluso se preguntaba si sus recuerdos eran reales o sólo una colección de imágenes inventadas a partir de las historias que le habían contado Gloria y sus hermanos.

Mark se apoyó contra la mesa.

– Recuerdo la primera vez que vi a tu madre. Era un día frío y lluvioso -sonrió-. En realidad, en Seattle los inviernos siempre son fríos y lluviosos. Estaba en el centro, en Bon Marche, unos grandes almacenes. Iba con sus tres hijos. Los más pequeños iban en una sillita y el mayor tenía solamente cuatro o cinco años. Estaba intentando abrir la puerta para entrar. Había algo especial en su mirada, en su determinación. Yo corrí a ayudarla, me sonrió y ésa fue mi perdición.

Dani se sentó en una de las sillas.

– ¿Eso bastó para que te gustara? -preguntó Dani, atreviéndose por fin a tutearle.

Mark asintió.

– Estuvimos hablando durante algunos minutos. Yo estaba a punto de marcharme, aunque era lo último que me apetecía hacer, cuando tu hermano mayor…

– ¿Cal?

– Sí, Cal. Cal dijo que necesitaba ir al cuarto de baño y que ya era demasiado mayor para meterse en el cuarto de baño de las chicas con su madre. Por supuesto, tu madre no quería que fuera solo, así que le acompañé. No puede decirse que fuera el más romántico de los comienzos, pero aquella mujer tenía algo muy especial.

Mark era un hombre que podía encarnar el prototipo de belleza masculina: ojos claros y sonrisa siempre a punto. Dani había visto su rostro infinidad de veces en carteles y en la prensa, y también le había visto en muchas ocasiones en televisión. Hasta ese momento, no se había fijado en él como hombre. Pero mientras le hablaba del pasado de su madre, Mark comenzó a hacerse real para ella.

El senador sacudió la cabeza.

– Es increíble la nitidez con la que recuerdo todo lo que ocurrió aquel día. Invité a tu madre a almorzar. Cuando la camarera nos condujo hasta una de las mesas de la cafetería, dio por sentado que éramos una familia. Supongo que eso debería haberme molestado, pero recuerdo que me hizo pensar en lo bien que me sentía con Marsha y con sus hijos. Estuvimos hablando durante horas -miró a Dani con cierta tristeza-, y ese mismo día me enamoré de ella.

Las preguntas se arremolinaban en la mente de Dani. Estaba a punto de comenzar a formular la primera cuando se abrió la puerta y entraron varias personas, entre ellas, Heidi empujando un carrito con sándwiches y bebidas.

– Oh, estupendo -dijo Mark mientras se levantaba-. Ya llega el almuerzo. Dani, ¿conoces a alguna de estas personas?

Dani estaba empezando a contestar en el momento en el que Alex entró. Se puso de pie inmediatamente, como si necesitara alejarse de él… o de lo que recordaba de él.

Hacía un par de días que no se veían; justo desde que Alex había aparecido en el Bella Roma, había cenado con ella y la había besado.

Lo de la cena se podía justificar, pero Dani todavía no le había encontrado ningún sentido al beso que habían compartido. Por supuesto, su vida sentimental llevaba siendo un desastre de proporciones épicas durante más de un año, de modo que, ¿por qué iba a empezar a cambiar?

Se preparó mentalmente para el impacto sexual que Alex tenía en ella y le miró a los ojos. A pesar de la naturalidad del «hola» con el que la saludó Alex, en su interior se desató un torbellino de calor que se detuvo en rincones verdaderamente interesantes antes de continuar.

– Alex -dijo con aparente calma, ignorando la imagen que se formó en su mente, en la que aparecía el recién llegado haciendo el amor con ella en esa misma mesa.

Mark le presentó a las otras tres personas. Había dos hombres y una mujer, todos alrededor de los treinta años, todos de aspecto enérgico y profesional. Se sentaron alrededor de la mesa. Dani no se dio cuenta de que aquél no iba a ser un encuentro privado entre padre e hija hasta que Alex no separó una silla y se quedó mirándola fijamente, indicándole que se sentara. De modo que iba a ser una más entre una multitud.

Sintió el peso de la desilusión en el pecho. ¿Había interpretado mal aquella invitación? Intentó recordar lo que Mark había dicho y comprendió que en ningún momento había dado a entender que estarían solos. Había sido ella la que lo había dado por sentado.

Bueno, aquello no era lo que esperaba, pero no importaba. Un almuerzo de trabajo también podía ser interesante.

Se sentó al lado de Alex, enfrente de su padre. Repartieron los sándwiches y las bolsas de patatas fritas y después, uno de los tipos, cuyo nombre no había entendido bien, se inclinó hacia delante.

– Podemos analizar las cifras -dijo-. Hacer una encuesta sencilla sobre el gobernador de Kansas. De momento, la sensibilidad del medio oeste continúa siendo un misterio para nosotros.

– Sí, tener algunos datos nos ayudaría -corroboró la mujer.

– No son cifras lo que necesitamos -replicó Mark-. Por lo menos todavía. Alex, ¿qué piensas tú de la encuesta?

– A la larga tendremos que hacerla.

Dani se sentía como si estuviera en medio de una reunión secreta. Cuando Mark se volvió hacia los otros dos hombres, ella se inclinó hacia Alex.

– ¿De qué están hablando?

– De ti.

Dani pestañeó asombrada. ¿Estaban hablando de ella?

– ¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?

Alex la miraba de una forma tan impersonal que cualquiera habría dicho que no se conocían. La miraba como si nunca la hubiera tenido entre sus brazos, como si nunca hubiera compartido con ella un beso que a los dos les había dejado sin aliento.

¿Cómo era capaz de hacer algo así? Dani no sabía si debería sentirse ofendida o impresionada.

– Tenemos que saber cómo nos enfrentaremos a la situación cuando se sepa que eres la hija del senador.

¿La situación? Así que ella no era más que una situación.

– No voy a decírselo a nadie -respondió, fulminándole con la mirada-. Deja de pensar lo peor de mí.

– No estoy pensando lo peor de ti -respondió Alex-. Este tipo de información siempre termina filtrándose. Forma parte de la política de hoy en día. Nadie quiere que suceda, pero sucederá. Tenemos que estar preparados.

– Hasta ahora, ¿quién lo sabe?

Mark miró a Alex, que a su vez miró a su alrededor.

– Nosotros, Katherine y la familia de Dani.

– Pero nadie de mi familia va a decir nada -dijo Dani, pensando que debería advertirles que no lo hicieran-. Y no tenemos ningún contacto con la prensa.