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Mark se levantó y le fulminó con la mirada.

– ¿En qué estabas pensando para hacer una cosa así?

– En ese momento no era capaz de pensar. Alguien se estaba aprovechando de Bailey. Quería defender a mi hermana.

– ¿Y crees que Bailey es capaz de apreciar lo que has hecho? ¿Crees que ella entendía lo que estaba pasando? Esto podría acabar con tu carrera de abogado.

– Sabré cómo manejarlo.

– Siempre y cuando nadie tenga ganas de ir a por ti, ¿no? -Mark comenzó a caminar nervioso por la habitación-. Maldita sea, Alex, vas a arruinar tu carrera. ¿De verdad no te importa?

Alex se levantó.

– Ya sé que mi actuación tendrá consecuencias. Pero te he dicho que podré manejarlas y lo haré.

– Tienes que aprender a pasar determinadas cosas por alto.

Aquellas palabras no deberían haberle sorprendido. Al fin y al cabo, Mark era un político consumado.

– En lo que concierne a mi familia, no estoy dispuesto a pasar nada por alto.

– En ese caso, espero que estés preparado para renunciar a la abogacía, porque es posible que te veas obligado a hacerlo.

Dani entró en el restaurante y no le sorprendió encontrarlo abarrotado. En el aparcamiento no cabía un coche más. Lo que no esperaba era ser atacada por varios periodistas con sus respectivas cámaras y grabadoras digitales.

– ¿Se ha reunido hoy con su padre?

– ¿Desde cuándo es consciente de su parentesco con el senador Canfield?

– ¿El marido de su madre estaba al tanto de esa aventura?

Dani tomó aire y alzó las manos.

– Si se callan un momento, me gustaría hacer una declaración.

El silencio fue instantáneo.

Eso era el poder, se dijo Dani divertida. Debería acordarse de utilizarlo a su favor. Dani se aclaró la garganta.

– Éste es un restaurante privado. No es un lugar público. De modo que, si están dispuestos a pedir una cena, preferentemente cara, y a dejar una propina generosa, son más que bienvenidos. En caso contrario, tendrán que marcharse -miró el reloj-. Tienen treinta segundos para decidirse. Después, llamaré a la policía y les detendrán por estar allanando una propiedad privada.

Un par de periodistas se marcharon. Otro caminó hacia ella.

– No puede hacer esto. Usted es noticia.

Dani sacó el teléfono móvil del bolso y lo abrió.

– Veinte, diecinueve, dieciocho…

El hombre soltó una maldición y se marchó. Segundos después, el vestíbulo del restaurante estaba vacío. Dani suspiró aliviada y después se dirigió hacia el pequeño despacho que compartía con Bernie. Su jefe salió a su encuentro.

– Impresionante -le dijo-. Yo no sabía qué hacer con ellos. Nunca había tenido periodistas en el restaurante.

Dani sacudió la cabeza.

– Lo siento. No pretendía causarte problemas.

– Eh, tranquila. A lo mejor nos mencionan en algún periódico. Eso sería bueno para el restaurante.

Se estaba tomando aquel incidente mucho mejor de lo que Dani se había atrevido a esperar. Aun así, no podía hacerle mucha gracia que hubiera periodistas merodeando alrededor del restaurante.

Dani se puso a trabajar. Hizo varias rondas por el restaurante, estuvo pendiente de los clientes y se aseguró de que no hubiera periodistas molestando a nadie. Poco después de las nueve vio a un hombre solo sentado en una mesa apartada.

Le reconoció inmediatamente y sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta. Las hormonas tarareaban algo así como «haz el amor conmigo, haz el amor conmigo».

Dani se acercó a la bodega, sacó una botella de su vino favorito y volvió a la mesa. Alex se levantó cuando ella se acercó y sacó una silla.

– A no ser que estés esperando a alguien… -dijo Dani.

– No, sólo a ti.

Aquellas palabras no deberían haber significado nada. Pero hubo algo en su tono que le hizo sentir una extraña debilidad en las rodillas. Fue una suerte que para entonces estuviera ya sentada.

– ¿Vienes a cenar o sólo de visita? -preguntó Dani.

– La verdad es que estoy hambriento.

– Los ravioli están deliciosos. Te los recomiendo.

– En ese caso, eso es lo que comeré…

¿Eran imaginaciones suyas o su voz tenía un tono más grave, más sexy? Dani tuvo que hacer un serio esfuerzo para no comenzar a abanicarse.

– ¿Cómo lo llevas?

– Todavía estoy intentando acostumbrarme. La prensa ha estado aquí esta mañana.

– Sí, me lo ha dicho tu jefe. Y también que la has manejado perfectamente.

– Agradezco el elogio, pero no me lo merezco. Lo único que he hecho ha sido decirles que comieran algo o se marcharan porque iba a llamar a la policía.

– ¿Qué tiene eso de malo?

– Nada. Ha funcionado.

– ¿De verdad habrías llamado a la policía?

– Por supuesto.

Dani pidió la cena para los dos y le pidió al camarero que la avisara si alguien la necesitaba. El camarero les sirvió el vino y se marchó.

Dani bebió un sorbo de su copa.

– A donde quiera que voy, se organiza un desastre. ¿Crees que debería renunciar a mi trabajo?

– No.

– Pero estoy segura de que volverán. No me dejarán en paz hasta que aparezca algo más interesante.

– Si renuncias a tu trabajo, estarás dejando que ganen ellos. Y tú no eres una mujer que se rinda sin luchar.

– ¿Cómo lo sabes?

Alex se encogió de hombros.

– Lo he oído.

– ¿Y qué has oído exactamente?

Alex parecía incómodo, algo que Dani no se esperaba.

– El primer día que te conocí, hice que te investigaran.

Esperaba que Dani reaccionara con enfado, pero lo único que hubo fue resignación.

– ¿Esa es otra de las emocionantes consecuencias de formar parte de la familia Canfield?

– Decías ser la hija del senador, ¿qué otra cosa se suponía que podía hacer?

Dani quería decirle que podía haberle creído, pero sabía que le parecería una ingenuidad. Después de lo que había pasado ella misma aquel día, comprendía que fuera tan precavido.

– ¿Y qué información encontraste sobre mí?

– Los datos básicos: el día que naciste, el colegio al que fuiste, cuánto dinero tienes en el banco. Ese tipo de cosas.

Dani bebió un sorbo de vino.

– Nada de eso indica que sea una luchadora.

Alex vaciló un instante y dijo:

– Sé lo de tu primer matrimonio con Hugh. Que sufrió una terrible lesión y permaneciste a su lado. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para sacarle adelante. Podrías haberle abandonado, pero no lo hiciste. Incluso sabiendo que iba a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas, te casaste con él.

Una forma educada de decir que, aunque sabía que no iban a poder disfrutar de una vida sexual normal, se había casado con él.

– Le quería -le dijo-. Era una estúpida.

– ¿Lo dices porque después os divorciasteis? Esas cosas pasan.

Sí, por lo visto también le había pasado a él.

– Por lo que veo, tu búsqueda no ha sido tan exhaustiva como tú crees. Hugh me dejó hace un año. Decía que no era una persona suficientemente madura para nuestro matrimonio. No sabes cuánto me fastidió. Seguramente, si no había podido madurar, había sido porque estaba ocupada cuidándole, apoyándole. Pero al final, resultó que todo aquello era una sarta de mentiras. En realidad, Hugh estaba teniendo una aventura. Y no era la primera que tenía. Por eso quería acabar con nuestro matrimonio.

La expresión de Alex no cambió.

– Entonces es que es un estúpido.

– Buena respuesta.

Dos horas y media después, Alex le estaba acompañando a su coche. Dani sabía lo que iba a suceder en cuanto llegaran allí. Y se sentía como si hubiera vuelto al instituto y tuviera una cita con un chico del que estaba locamente enamorada. Como si todo lo que había ocurrido aquella noche sólo hubiera sido un preludio de lo que ambos querían… el beso.