Aunque como adulta, sabía que había otros placeres más interesantes. Placeres en los que todavía no se atrevía a pensar. No estaba preparada. Pero el del beso le parecía un terreno más seguro.
En cualquier caso, había disfrutado de la cena. La conversación que habían compartido había contribuido a que Alex le gustara más de lo que debería.
Alex la rodeó con sus brazos. Ella se dejó abrazar y presionó su cuerpo contra el suyo, disfrutando de la fuerte musculatura de su pecho y de la forma en la que encajaban sus cuerpos. A pesar de su breve aventura con Ryan, todavía no estaba acostumbrada a besar a un hombre que estuviera de pie. Y le gustaba.
Alex rozó sus labios, ejerciendo la presión suficiente para hacerle saber que quería besarla, pero sin que se sintiera obligada en el caso de que quisiera retroceder.
El besó la excitó. Le rodeó el cuello con los brazos, inclinó la cabeza y entreabrió los labios.
Alex deslizó la lengua en su interior y comenzó a acariciar todos los rincones de su boca mientras deslizaba las manos a lo largo de su espalda. Ella se estrechaba contra él, esperando intensificar su contacto, pero Alex no cedió. Era demasiado pronto y estaban en un lugar público. Ya se habían arriesgado demasiado besándole de aquella manera en la calle.
Pero cuando Alex le mordió el labio inferior, Dani descubrió que en realidad no le importaba que alguien estuviera mirando. El deseo fue más fuerte que la prudencia y le hizo inclinarse contra él. Alex posó las manos sobre su trasero, haciendo que notara su erección en el vientre.
Estaba muy excitado, pensó Dani, encantada de que le hubiera resultado tan fácil ponerle en ese estado.
Debió de reír, porque Alex retrocedió ligeramente y la miró a los ojos.
– ¿Quieres compartir la broma conmigo?
– Es sólo que…
Bajó la mirada y volvió a mirarle. Afortunadamente, era de noche. De otro modo, Alex la habría visto sonrojarse.
– ¿Dani?
Dani dejó caer la mano suavemente sobre su erección y la rozó ligeramente.
– ¿Te sientes ofendida?
Dani sonrió.
– No, estoy impresionada. Después de Hugh, hubo otro hombre. Un auténtico desastre. Y antes de que me casara con Hugh, también estuve con otro. Pero la mayor parte de mi vida sentimental la he compartido con un parapléjico. Nuestra manera de vivir el sexo era muy diferente. Digamos que me costaba mucho trabajo llegar a cierto estado. Mientras las cosas iban bien entre nosotros, no me importó. Estábamos enamorados y quería que los dos fuéramos felices.
– Pero no fue fácil.
– No.
– Pues te aseguro que puede serlo.
Dani se echó a reír otra vez y le besó.
– Y yo que pensaba que eras un abogado estirado.
– ¿Yo? Jamás.
Capítulo 7
Dani salió del aparcamiento del Bella Roma y se dio cuenta de que no le apetecía ir a su casa. Le aterraba pensar que la prensa podía estar merodeando por los alrededores. De modo que se echó a un lado de la carretera para pensar dónde debería ir.
Todos sus hermanos estarían encantados de recibirla en sus casas, pero no quería comprometerlos. Su lista de amigas era ridículamente pequeña. Entre el trabajo y el cuidado de Hugh, apenas había tenido tiempo de hacer vida social. De modo que sólo le quedaba una persona a la que recurrir.
Marcó su número de teléfono y le contestaron al primer timbrazo.
– Hola, ¿has visto el periódico?
– Por supuesto. Pero la cosa podría haber sido peor. Cuando Reid salió en el periódico, dijeron que no era muy bueno en la cama.
– Muy bien, eso me ayuda a tranquilizarme. No quiero volver ahora a mi casa. Hay periodistas por todas partes.
– Entonces ven aquí.
– ¿Estás segura?
– ¿Adónde podrías ir si no?
Una pregunta interesante, pensó Dani mientras metía el coche en el garaje de su abuela. Cuando salió, presionó el botón para cerrar la puerta y entró en la casa. Gloria le estaba esperando al final de la escalera.
Dani subió rápidamente hasta el primer piso.
– Te lo agradezco mucho -dijo.
O por lo menos eso fue lo que pretendía decir. Porque en cuanto vio a su abuela, se echó a llorar.
Gloria se acercó a ella y le abrazó.
– Ya sé que en este momento te parece imposible, pero conseguiremos arreglar todo esto. Te lo prometo.
Katherine hundió el tenedor en la ensalada de pasta que pretendía cenar, pero no fue capaz de probarla. No podía. Llevaba todo el día con el estómago revuelto. Sabía que la causa era una desagradable combinación de dolor y estrés, pero conocer la razón no la ayudaba a sentirse mejor.
Se sentía como si le hubiera atropellado un coche y la hubieran dejado a un lado en la cuneta. Todo el cuerpo le dolía. Sobrevivir durante todo un día, sonreír a sus hijos, fingir que todo iba perfectamente, le había dejado sin fuerzas.
Los periódicos continuaban donde los había dejado; los titulares eran perfectamente visibles desde la butaca de cuero. Ella sabía que la noticia saldría en algún momento; siempre ocurría. ¿Pero tan pronto? ¿Y de aquella manera?
Algunos amigos habían llamado para asegurarse de que era cierta. Habían sido muy amables con ella. Había creído reconocer la duda que se ocultaba tras sus palabras, pero ninguno se había atrevido a preguntarle directamente si había sido algún problema de ella el motivo de que todos sus hijos fueran adoptados. Quizá ni siquiera tenían que preguntárselo. Seguramente ya lo sabían.
No debería importarle, se dijo a sí misma. No poder tener hijos no era nada malo. Y le ocurría a miles de mujeres que eran capaces de continuar viviendo plenamente sus vidas. Como lo había hecho ella. Adoraba a su familia, no la cambiaría por nada del mundo, excepto, quizá, por poder darle a Mark lo que otra mujer había sido capaz de ofrecerle.
Oyó pasos en el parqué. Mark entró en aquel momento en el estudio y se sentó también en el sofá.
– Menudo día -comenzó a decir después de darle un beso en la boca y acariciarle la mejilla-. Ha sido un auténtico infierno. Han conseguido adelantársenos. La prensa está contando la historia de una manera que no nos conviene, pero conseguiremos darle la vuelta. Todavía no hemos hecho ninguna encuesta, pero estamos de acuerdo en que esto no nos hará mucho daño. De hecho, si conseguimos darle la orientación adecuada, incluso podrá jugar a nuestro favor.
– Eso es importante -contestó Katherine.
Pero en el fondo, lo que le habría gustado hacer era ponerse a chillar. ¿Cómo era posible que Mark no se diera cuenta de que todo aquello le estaba haciendo un daño terrible? ¿No era consciente de que estaba desolada?
Seguramente, se dijo Katherine, todavía no había tenido tiempo de pensar en ello. Estaba demasiado concentrado en su campaña.
– ¿Has hablado con Alex? -le preguntó Mark-. Le dio un puñetazo a un periodista y van a denunciarle. La verdad es que es un problema que preferiría haberme ahorrado.
– Estaba defendiendo a Bailey. Siento que vaya a tener que sufrir las consecuencias, pero no lamento que lo hiciera. Creo, de hecho, que es lo mejor que pudo hacer.
Mark se la quedó mirando fijamente.
– Tienes razón. Filtraremos a la prensa lo ocurrido. Nadie tiene derecho a aprovecharse de una niña -sonrió-. Eres brillante. Debería contratarte y tenerte en la oficina.
Era un comentario habitual entre ellos. Normalmente, Katherine contestaba que preferiría estar en su cama. Pero aquella noche no fue capaz de seguirle la broma.
– Ha estado llamando gente durante todo el día. Amigos, conocidos…
– Tú sabrás cómo manejarlos -dijo Mark con un bostezo-. Como has hecho siempre.
Una furia inesperada se desató dentro de ella.