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Katherine se echó a reír.

Alex la miró en silencio durante varios segundos.

– ¿Sientes que papá se presente a las elecciones?

La expresión de Katherine cambió inmediatamente.

– No, es lo que siempre quiso. Creo que puede ser un buen presidente. Mejor que la mayoría. ¿Te preocupa que todas esas historias puedan perjudicarle?

– No lo sé, no soy ningún experto.

Su madre le soltó la mano y bebió un sorbo de café.

– Tienes que confiar en la gente. Estoy segura de que todo el mundo lo comprenderá. Si Mark hubiera tenido una aventura cuando estábamos casados, la situación sería diferente. Pero esto fue antes de nuestro compromiso. Y todo el mundo puede hacer el cálculo.

– Marsha Buchanan estaba casada.

– La gente pensará que fue ella la que actuó incorrectamente, no tu padre. No es justo, pero es así.

Aquella historia la había destrozado, pensó Alex. Había convertido a su madre en el centro del escándalo. Y peor aún, en objeto de toda clase de especulaciones sobre las verdaderas razones por las que los Canfield habían adoptado a sus hijos. Ya había oído lo que se estaba empezando a rumorean que a lo mejor Katherine no era tan buena como parecía. Que no podía tener hijos y había intentado hacer virtud de aquel defecto. Al fin y al cabo, era evidente que Mark no era el problema.

La necesidad de protegerla era cada vez más fuerte. Habían pasado más de veinte años desde que se había hecho aquella promesa, pero la sentía arder intensamente en su interior.

Tenía ocho años cuando Katherine le había sacado de su último hogar de acogida. Había soportado con paciencia sus pesadillas, sus rabietas y su torpeza. Le había enseñado, le había elogiado y, poco a poco, había sabido abrirse paso hasta su corazón. Alex todavía recordaba con detalle la tarde que Katherine se había sentado a su lado y le había dicho que, si quería, podía quedarse para siempre con ella.

Alex había hecho todo lo posible para no llorar, porque era mayor y no estaba bien que un niño de ocho años llorara como un bebé. Aun así, no había podido evitarlo. Katherine le había abrazado mientras él lloraba y le había pedido que le contara lo que le pasaba. Pero Alex no lo había hecho. No quería que supiera lo que recordaba; no quería que supiera que todavía conservaba la imagen de su madre siendo asesinada delante de él. Recordaba lo asustado y solo que se había sentido, y también que no había sido capaz de salvarla.

Cuando se había dado cuenta de lo que Katherine estaba dispuesta a hacer por él, de lo mucho que le quería, se había prometido protegerla a ella y al resto de su familia con su vida si fuera necesario. Nadie le haría nunca daño.

Y, sin embargo, allí la tenía, sufriendo.

– Colaboraré con Dani con una condición -dijo Katherine, haciéndole volver al presente.

Alex arqueó las cejas.

– Eso no es propio de ti.

Alex pensó en Dani, en el beso que habían compartido la noche anterior y en los muchos besos que todavía deseaba compartir con ella. ¿Sería ésa la condición? ¿Qué se mantuviera alejado de la hija de Mark?

Sabía que Katherine jamás se entrometería de esa forma en su vida, ni siquiera en el caso de que supiera que tenía algún interés en Dani. Pero había un problema mayor, y era que viendo a Dani podía hacer sufrir a Katherine. Ella lo vería como una traición, como si hubiera decidido apoyar a Mark en vez de a ella. Por supuesto, no sería una deducción acertada, pero no quería causarles problemas a sus padres.

– Quiero que le des a Fiona una oportunidad -dijo su madre.

Aquélla parecía una mañana hecha para la evocación, pensó Alex sombrío. Pero mientras que los recuerdos de sus primeros años con Katherine y con Mark habían sido agradables, no podía decir lo mismo de los recuerdos de su ex esposa. Por lo que hacía referencia a su matrimonio, en cuestión de segundos, se había visto reducido a un cliché: se había convertido en el marido que llegaba a casa antes de lo previsto y descubría a su esposa con otro hombre.

Por supuesto, no en su cama. Eso habría sido poco para Fiona, que siempre buscaba sensaciones fuertes. No, ella y su amante estaban desnudos encima de la mesa del comedor, un regalo de boda de la prima de Katherine. Una antigüedad, por lo visto, aunque la verdad era que Alex nunca había prestado mucha atención a ese tipo de cosas.

Pero la imagen de Fiona desnuda rodeando con las piernas la cintura de otro hombre, gritando que quería más y con la larga melena desparramada sobre la madera se había quedado grabada en su cerebro para siempre.

Alex alargó la mano hacia su café.

– No habrá ninguna condición. Fiona y yo hemos terminado. Es imposible que volvamos.

– ¿Por qué? -preguntó Katherine-. Sé que te quiere y supongo que tú todavía sientes algo por ella. Nunca hemos hablado de lo que ocurrió. Soy consciente de que eres un hombre adulto y de que no tienes por qué recurrir a mí cada vez que tengas un problema, pero quiero ayudarte. Hacíais tan buena pareja.

Parecían hacer una buena pareja, pensó Alex con cinismo. Esa era la diferencia. Eran una pareja perfecta, pero sólo de puertas afuera.

– Confía en mí, lo nuestro ha terminado. Y los dos hemos continuado con nuestras vidas.

– Ella no.

Alex no sabía qué le había contado Fiona a su madre, y tampoco le importaba. Había tomado la decisión de no contarle a nadie lo ocurrido para ahorrarse la vergüenza de tener que reconocer que su mujer se había casado con él por su posición social. Fiona había jugado con él y él se lo había permitido.

Lo menos doloroso de aquella situación era que, después de dejar a Fiona, prácticamente no la había echado de menos. Al parecer, no estaba enamorado de ella. Por lo menos cuando habían puesto fin a su matrimonio. O a lo mejor nunca lo había estado. Algo de lo que no podía decir que se sintiera orgulloso.

– Parece que ya has tomado una decisión -le dijo Katherine-. ¿Puedes explicarme por qué?

– No -suavizó la dureza de la contestación con una ligera caricia-. Te agradezco lo que estás intentando hacer. Sé que te preocupas por todos nosotros. Mi matrimonio con Fiona hace mucho tiempo que terminó. Ni nada ni nadie va a conseguir que volvamos a estar juntos.

– Te conozco lo suficiente como para saber lo que significa ese gesto de determinación de tu barbilla. Muy bien, lo dejaré pesar. Pero no creas que no me entristece. Siempre imaginé que entre vosotros había algo muy especial.

– Yo también, pero con el tiempo descubrí que estaba equivocado.

Alex salió de casa poco después de las nueve. Katherine le observó marchar. Era un buen hombre y por mucho que a ella le hubiera gustado poder atribuirse el mérito de su bondad, sabía que en gran parte se debía a la propia personalidad de Alex, así que no volvió a decirle nada más.

A veces, pensaba que Mark podría aprender algo de su hijo, pero solía descartar rápidamente aquel pensamiento por desleal. Aceptaba y quería a Mark con todos sus defectos. Desear que fuera diferente sólo le serviría para hacerle infeliz y provocarle mal humor. Y ningún hombre quería una mujer malhumorada.

Oyó pasos en el pasillo y alzó la mirada. Fiona entró entonces en el más pequeño de los dos comedores familiares. Iba perfectamente vestida, pero tenía los ojos ligeramente enrojecidos, como si hubiera estado llorando.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Katherine-. ¿Estás bien?

Fiona tragó saliva.

– Lo siento. He llegado aquí hace una media hora. Quería terminar con los menus. No pretendía escuchar tu conversación con Alex. Ni siquiera sabía que estaba aquí. Es sólo… -se le llenaron los ojos de lágrimas.

Katherine se levantó y se acercó a su ex nuera.

– Oh, Fiona, lo siento mucho.

– Continúo enamorada de él. Esperaba que las cosas pudieran arreglarse, pero ahora…

Katherine cerró los ojos, como si estuviera absorbiendo el dolor de aquella mujer. Sabía exactamente por lo que estaba pasando. Cuando Katherine había puesto fin a su relación con Mark años atrás, se había sentido a las puertas de la muerte. Al final, había sido ese mismo dolor el que la había impulsado a volar hasta Seattle y a pedirle una segunda oportunidad.