– Y no lo conozco -contestó Dani precipitadamente-. Por favor, no se te ocurra ponerme a prueba porque seguro que fallo. Pero como Trisha no puede oír y quiero comunicarme con ella, he aprendido unas cuantas frases. En Internet hay un diccionario con algunos vídeos en los que te muestran los signos que tienes que hacer. La verdad es que tenía muchos problemas para interpretar qué signo tenía que hacer a partir de la descripción.
Dani se encogió de hombros, sintiéndose de pronto ridícula.
– Pero seguramente tú ya conoces ese material -dijo.
– Tenemos un diccionario CD-ROM que enseña los signos. Y estoy completamente de acuerdo contigo, es mucho más fácil entenderlos de esa manera, sobre todo los más complicados -posó la mano en el hombro de Trisha-. Está participando en un programa especial para estudiantes con deficiencias auditivas. Está aprendiendo a leer los labios y a vocalizar, además del lenguaje de signos. Queremos que se sienta bien en ambos mundos, en el de los oyentes y en el de los sordos.
– Me parece una gran idea -dijo Dani.
– Es complicado -admitió Katherine-. En el mundo de las personas sordas hay un gran debate sobre si deben o no mantenerse arraigados a su cultura centrándose en el lenguaje de signos. Es una opción que respeto, pero quiero que Trisha tenga posibilidades de ser feliz allí donde decida y que pueda resolver su vida con éxito. Hay un debate apasionante dentro de la comunidad de deficientes auditivos.
Oliver tiró a Dani de la mano. Cuando ella bajó la mirada, le señaló un cuento con vistosas ilustraciones.
– Léemelo, por favor.
– Me encantaría leerle un cuento -Dani miró a Katherine-, ¿te parece bien?
– Por supuesto. Yo iré preparando la cena.
Dani abrió los ojos como platos.
– ¿Cocinas tú? Oh, lo siento. No me malinterpretes. Estoy segura de que sabes cocinar, pero ¿cuándo encuentras tiempo para cocinar con tanto niño?
Katherine se echó a reír.
– No te emociones. Rara vez cocino nada complicado. Normalmente me envían la comida ya hecha. Lo único que tengo que hacer es calentarla o meterla en el horno. Y si tenemos una fiesta o una cena importante, contrato un catering. Los fines de semana, cuando tengo alguna tarde libre, algo que no ocurre muy a menudo, sí que preparo alguna sopa o un guiso. Bueno, en el cuarto de estar tienes una butaca muy cómoda, si no te importa tener a Oliver en brazos mientras le lees el cuento.
Dani le dirigió a Oliver una sonrisa.
– Claro que no me importa. Estoy deseando hacerlo.
Tomó el libro y agarró a Oliver de la mano mientras le conducía hacia el cuarto de estar, una habitación espaciosa con un televisor enorme y asientos para veinte personas. Oliver señaló una butaca de color azul oscuro.
Dani se sentó en la butaca y sentó después a Oliver en su regazo. Oliver estuvo retorciéndose hasta encontrar una postura que le resultara cómoda. Después, posó la cabeza en su pecho y suspiró. Sasha se acercó también hasta ellos.
– Yo quiero leer el cuento -dijo.
– Por supuesto. ¿Y quieres sentarte conmigo?
La niña asintió y trepó hasta la otra pierna de Dani.
– «Había una vez dos gatitos que se llamaban Callie y Jake. Tenían hermanas y hermanos y vivían en una casa azul con un jardín muy verde. Les encantaba jugar al sol y darse grandes baños». Mirad qué verde tiene el césped. Ya me gustaría a mí que el de mi casa fuera igual de verde.
Sasha se echó a reír.
– Necesitas un jardinero.
Oliver, que tenía dos años más que Sasha, pero era un niño con síndrome de Down, señaló el libro.
– Gatito -dijo.
Dani les pasó un brazo por los hombros a cada uno de ellos y continuó leyendo. Mientras les leía la historia de aquellos dos gatos que daban la bienvenida a su casa a un bebé humano, se preguntó por el sufrimiento que implicaría criar un niño para el que la vida siempre representaría un desafío. ¿Serían Bailey y Oliver capaces de sacar adelante sus propias vidas, de casarse cuando se enamoraran, de envejecer…?
¿Y Quinn? Físicamente parecía igual que cualquier otro niño, pero no era capaz de aprender como los demás. Y estaba también Ian, un adolescente brillante que vivía atrapado en un cuerpo que no era capaz de controlar.
Poco a poco iba siendo consciente de la suerte que tenía al haber encontrado una familia como aquélla, pero también de todo lo que podría llegar a sufrir por ella.
Cuando Dani terminó de leer el cuento, Oliver y Sasha se fueron corriendo a jugar. Dani se acercó entonces a la cocina para ofrecerse a ayudar.
– Ya que has tenido la amabilidad de invitarme a cenar, pero estoy dispuesta a ganarme mi sitio en la mesa.
Katherine se echó a reír.
– Sí, pero tú trabajas en un restaurante. ¿Cómo voy a estar segura de que no vas a burlarte en silencio de cómo hago las cosas?
– Jamás se me ocurriría burlarme de ti. Además, yo me ocupo de la dirección. En realidad no cocino.
Katherine iba vestida ese día con unos pantalones de lana y una blusa que probablemente era de seda. Con el pelo recogido y los pendientes de perlas, parecía recién salida de la revista Campo y ciudad. Pero cuando Sasha entró corriendo en la cocina, no tuvo ningún inconveniente en agacharse para darle un abrazo.
– Me gustaría mucho comer una galleta -dijo la niña.
– Pero estoy segura de que podrás arreglártelas perfectamente sin ella. La cena estará lista en menos de una hora.
Sasha protestó.
– Pero todavía falta mucho tiempo, y tengo hambre.
– Estoy segura de que sobrevivirás.
Sasha miró a Dani con expresión suplicante.
– ¿Quieres darme tú una galleta?
Dani negó con la cabeza.
Sasha suspiró pesadamente y se marchó.
Katherine tomó entonces el cuchillo que había estado utilizando para cortar brócoli.
– Está en una etapa en la que todo lo dramatiza. No me sorprendería que terminara encima de un escenario -miró a Dani-. Supongo que sabes que Sasha es seropositiva.
Dani asintió.
– ¿Y no te da miedo tocarla? Antes la has tenido sentada en tu regazo.
Dani torvo la sensación de que le estaba poniendo a prueba.
– No, no me preocupa en absoluto.
– La gente tiene muchas ideas falsas en torno al VIH.
– Sí, como de otras muchas cosas -contestó Dani con voz queda-. Supongo que tú tienes que enfrentarte constantemente a los prejuicios.
– Sí. Mucha gente cree que decidí adoptar a estos niños porque tenían problemas, pero no es cierto. A todos y a cada uno de ellos los elegí porque habían conseguido conmoverme.
Y Dani la comprendía perfectamente. En sólo dos días, habían conseguido llegarle al corazón.
Ella había preferido aplazar su sueño de tener hijos al principio de su matrimonio con Hugh. Con cuidarle a él, ya tenía más que suficiente. Con el tiempo, Hugh había ido haciéndose más autónomo, así que ella había comenzado a estudiar las diferentes opciones que tenía para ser madre, entre ellas, la fecundación in vitro. Cuando Hugh le había dicho que quería divorciarse, había dejado de pensar en la maternidad. En aquel momento, por primera vez en su vida, comenzó a comprender qué quería decir la gente cuando hablaba del reloj biológico. Porque estaba empezando a sentir el suyo.
– Alex me comentó que tenía que ir a un acto benéfico -le dijo-. Siento que tengas que enfrentarte públicamente a mi aparición en vuestras vidas.
– No lo sientas -le dijo rápidamente Katherine-, estoy segura de que todo saldrá bien.
– Nunca he hecho nada de ese tipo. Jamás he hablado en público y nunca he estado en uno de esos actos tan importantes.
– Suena peor de lo que es -respondió Katherine con una sonrisa-. Creo que iremos juntas a un almuerzo. Es lo más fácil. En cuanto a lo de hablar, te preparará el discurso alguno de los colaboradores de Mark, y después te ayudará a ensayarlo. Hablaremos diez minutos como mucho.