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La tela de los vaqueros realzaba la estrechez de sus caderas y la longitud de sus piernas. Llevaba ligeramente arremangada la sudadera, dejando sus muñecas al descubierto, lo que le daba un aspecto increíblemente sexy. Era curioso que jamás se hubiera fijado Dani en aquella parte del cuerpo. Las muñecas no tenían nada de excitantes, excepto en el caso de Alex. Aunque seguramente el problema era el conjunto, y no solamente las muñecas.

– Hola -la saludó Alex mientras hacía un gesto con la mano para invitarla a entrar-, gracias por venir.

– Y gracias por pedirme que viniera. Una invitación interesante, aunque tengo que decir que también completamente inesperada.

– He tenido un día infernal. Necesitaba ver un rostro amable.

Unas palabras sencillas y dichas con absoluta naturalidad, pero que la golpearon con tanta fuerza que le dejaron sin respiración y le hicieron experimentar una curiosa debilidad en las rodillas.

¿De verdad era suyo el rostro familiar que quería ver? ¿No el de algún otro amigo o familiar? ¿Y tampoco el de su bellísima e irritante ex esposa?

– Tienes una casa magnífica. ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí?

– Unos cinco meses. La compré cuando terminó todo el proceso del divorcio. Quería silencio y tranquilidad y en este lugar he encontrado las dos cosas.

– Además, es un espacio ideal para traer a las damas.

Estaba decidida a mantener un tono ligero de conversación. Era la única manera de no perder la cordura. Un excelente plan que Alex hizo añicos en el instante en el que posó los labios sobre los suyos para besarla.

No hubo advertencia previa, ni petición alguna de permiso. Se limitó a apoderarse de su boca con un beso con el que tomaba y ofrecía al mismo tiempo.

Dani sentía su respiración cálida y ligeramente mentolada; su cuerpo duro en aquellas partes de su cuerpo en las que tenía que serlo. Alex le quitó la botella de la mano, la dejó sobre una mesa y le mordisqueó el labio inferior.

Tenía las manos educadamente posadas sobre su cintura. Cuando se inclinó hacia él, Dani deseó acariciar hasta el último rincón de su cuerpo. Quería gemir y retorcerse de placer, y le deseaba con tanta fuerza que ni siquiera podía pensar. Lo único que podía hacer era sentir.

Al parecer, Alex no podía leerle el pensamiento, o no estaba interesado en ella, porque retrocedió y la miró sonriente.

– Estás magnífica -le dijo.

– Gracias.

Había ido a casa de Alex directamente desde el trabajo, pero estaba más que dispuesta a aceptar el cumplido.

– Por cierto, no suelo traer damas a esta casa, como tú has dicho. Al margen de las mujeres de la familia, tú eres la primera a la que invito a cenar en mi casa.

¿De verdad? ¿En cinco meses no había estado con nadie? La idea la emocionó, antes de recordarse que el hecho de que no hubiera llevado a nadie a su casa no quería decir que no hubiera estado desnudo con una mujer en cualquier otro lugar. Le parecía muy poco probable que Alex hubiera permanecido célibe desde su divorcio.

– ¿Cómo encontraste esta casa? -le preguntó.

– Tuve suerte. Me llamaron de la agencia inmobiliaria para que viera la casa el mismo día que la pusieron a la venta. Iba con todas las de ganar y gané.

Exactamente. Al fin y al cabo, era un Canfield. Sus fuentes económicas no se limitaban al dinero que pudiera conseguir como abogado.

Alex la agarró de la mano y la condujo hacia una enorme habitación con paredes de cristal y unas puertas que conducían a un patio cerrado que debía de tener el mismo tamaño que la casa de Dani. A la derecha había una cocina enorme, a la izquierda, un televisor de tamaño gigante y montones de equipos electrónicos de esos que estaban destinados a hacer un hombre feliz.

La habitación estaba decorada en tonos tierra un tanto apagados, y el conjunto era muy agradable.

– Impresionante -le dijo Dani-. ¿La has decorado tú solo?

Alex se echó a reír mientras dejaba la botella de vino sobre el mostrador de granito

– No te lo puedes creer, ¿verdad? Lo cierto es que me ayudó mi madre, y también Julie, la hermana que me sigue en edad. Está en la Universidad de Washington, estudiando su segundo año de Psicología, pero tiene un ojo increíble para este tipo de cosas.

– ¿Y tú no?

– Soy un hombre.

Desde luego, y un representante excelente del resto del género.

Dani dejó el bolso en un taburete, delante del mostrador que separaba la cocina de la zona de estar de aquel enorme salón. Mientras Alex le servía el vino, ella olfateó delicadamente.

– No huelo a comida -bromeó-. ¿Debería preocuparme porque voy a pasar hambre?

– Está todo en la nevera. Lo único que tengo que hacer es calentarlo ¿Tienes hambre o puedes esperar un poco?

Dani le miró a los ojos. El problema no era la comida. A lo que no sabía si iba a poder esperar era a él.

Pero era peligroso, se dijo inmediatamente. Peligrosamente sexy. ¿Acaso no había aprendido ya la lección? ¿Sería una de esas mujeres condenadas a repetir siempre los mismos errores con los hombres?

– Puedo esperar -cuanto más, mejor.

Alex le tendió una copa de vino y la condujo al patio. El suelo era de piedra, de pizarra quizá. A un lado había una barbacoa enorme, un fregadero de obra y una nevera pequeña.

– Un sitio ideal para celebrar una gran fiesta -musitó Dani mientras Alex encendía una estufa de butano y señalaba un sofá de mimbre cubierto de cojines de aspecto mullido.

– Ése es el plan, en cuanto consiga tiempo para ello.

– Dicen que ésas han sido las últimas palabras de muchos. Tienes que darte tiempo para disfrutar de la vida, lo sé por experiencia propia.

Alex se sentó a su lado y se volvió hacia ella.

– ¿Tú lo haces?

– No tanto como debería. Mi excusa es que tengo un trabajo nuevo y estoy intentando aprender tan rápido como me sea posible. Por supuesto, tu excusa es que estas trabajando en la campaña a la presidencia del país de uno de los candidatos, así que supongo que tu respuesta vale más que la mía.

– Todo esto es una locura -admitió Alex-. Hoy he estado en una reunión rodeado de abogados, hablando de cómo ocuparnos de la denuncia que me han puesto por haber pegado a ese maldito periodista. Nunca había sido el tema de una reunión.

– Y supongo que no te ha gustado.

Alex la miró con expresión insondable.

– No es mi estilo. La cuestión es que me gustaría no estar involucrado en este asunto, pero lo estoy. Si al final esto hace fracasar la campaña…

Dani sacudió la cabeza.

– Lo siento, pero me temo que yo ya he pasado por eso. Tendrás que encontrar a otra para quejarte.

– Tú no tienes nada que ver con la campaña.

– Oh, por favor. Están controlando todos mis movimientos. De momento, parece que los estadounidenses están encantados con saber de mi existencia. Pero ¿qué pasará si cambian de opinión? ¿O si hago algo que no debería? La verdad es que no me considero la persona más adecuada para el papel que me ha tocado. Tengo un pasado.

Alex sonrió.

– No demasiado turbio, lo sé. Hice que te investigaran.

– Qué consuelo. ¿Así que no hay nada en mi vida que para ti represente un misterio?

– Conozco tu vida en general, no los detalles. Eso ya era algo.

– ¿Y te impresionaría que te dijera que los detalles son lo más jugoso?

– De hecho, ahora mismo estoy realmente impresionado.

Oh, Dios.

– Me alegro de saberlo -contestó Alex, y bebió un sorbo de vino.

Dejó su copa en una mesita que tenían frente a ellos.

– Dani, tienes que saber que a medida que la campaña vaya avanzando y tú comiences a convertirte en un personaje público, es posible que empieces a tener noticia de personas que pertenecen a tu pasado.

Dani se había quedado tan impresionada al oír las palabras «personaje público» asociadas a ella que casi se perdió la segunda parte de la frase.