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– Han cambiado tantas cosas -dijo-, para todos nosotros. Y tú eres candidato a la presidencia. Todavía me choca cada vez que lo pienso.

– Y a mí también -contestó Mark con una sonrisa. Casi inmediatamente, desapareció de su cara todo rastro de humor-. Dani, soy un hombre influyente y tú eres mi hija. Quiero ayudarte en todo lo que pueda. Puedo darte dinero, presentarte a quien necesites, lo que sea. Estoy a tu disposición.

Dani parpadeó varias veces sin estar muy segura de qué podía decir.

– Ah, gracias. Pero no necesito nada.

– Aun así, la oferta sigue en pie. Siempre lo estará para ti.

¿A eso se refería Alex cuando había dicho que había sido su padre el que había conseguido que le retiraran los cargos? Aunque estaba segura de que Alex se alegraba de no haberse quedado sin futuro profesional, sabía que habría preferido que Mark no interviniera de ninguna manera en aquel asunto.

Dani tampoco quería que Mark hiciera nada por ella. En vez de un padre influyente, quería un padre con el que poder establecer algún vínculo emocional. E, ironías del destino, tenía la sensación de que eso era lo único que Mark no era capaz de ofrecerle.

Katherine era el corazón de la familia Canfield. En ese instante, Dani supo que todo habría sido diferente si hubiera sido Katherine la madre con la que se hubiera reencontrado.

Pero era absurdo pensar en algo así. E imposible. Katherine jamás habría abandonado a uno de sus hijos. Tampoco podía decir que Mark lo hubiera hecho, puesto que, al fin y al cabo, ni siquiera sabía de su existencia. Aun así, con Katherine había conseguido conectar de verdad y estar a su lado le hacía echar de menos a su propia madre.

Dani no recordaba a Marsha Buchanan. Todavía era un bebé cuando su madre había muerto. Había sido Gloria la que les había criado a ella y a sus hermanos. Pero qué diferente habría sido todo si Marsha hubiera vivido. O quizá no hubiera sido tan distinto. Probablemente, Gloria habría continuado dirigiendo sus vidas.

Las familias podían llegar a representar una gran complicación, pensó Dani. Y ella tenía dos. ¿Qué demonios iba a hacer con ellas?

Cal entró en el despacho de Walker poco después de las tres de la tarde. Reid ya estaba allí, recostado en uno de los sofás de cuero oscuro que su hermano había comprado. La habitación estaba decorada en tonos tierra, un cambio agradable respecto del antiguo despacho de Gloria, que era completamente blanco.

– ¿Qué es eso tan importante que no podías decirme por teléfono? -preguntó Cal mientras se acercaba Reid.

– El director de Buchanan se va -dijo Walker-, necesitamos un sustituto.

– Dani es la mejor opción -respondió Cal-, siempre ha querido dirigir ese restaurante.

– Estoy completamente de acuerdo contigo, pero no va a aceptar el puesto. Pensará que se lo ofrezco porque es mi hermana y no creo que esté dispuesta a dejar el Bella Roma cuando prácticamente la acaban de contratar.

Tenía razón, pero debían encontrar la manera de convencer a Dani de que era allí donde debería estar.

– Le diremos a Gloria que se lo pida -propuso Reid-. Seguro que a ella le hará caso.

Walker sonrió lentamente.

– Sí, a lo mejor eso podría funcionar.

Dani bebió un sorbo de champán. El sabor era sutil, pero refrescante, con un rastro de… de algo que no acababa de definir.

– ¿Cómo lo haces? -le preguntó a Penny, que estaba sentada en un butacón con Allison en brazos.

Penny alzó la mirada con expresión de absoluta inocencia.

– No sé a qué te refieres.

– Le has echado algo al champán. Unas gotas de… Maldita sea, no consigo adivinarlo. Es casi imposible mezclar el champán con cualquier otra cosa. Pierde las burbujas. Pero tú has sabido conservarlas…

– Me siento intensamente halagada.

– ¿Cómo lo has conseguido?

– No pienso decírtelo. Lo utilizarías en el Bella Roma y es una fórmula secreta.

– Eres odiosa, ¿lo sabes?

Penny sonrió.

Elissa alzó su copa.

– A mí no me importa cómo lo haya hecho, lo único que quiero es otra copa. Esto está riquísimo.

– Estoy de acuerdo -añadió Lori-. Además, es la primera vez en mi vida que tomo champán a las dos de la tarde. Me gusta tu estilo.

– Gracias -contestó Penny-, el estilo siempre es importante.

– Te está halagando para que le prepares algo parecido en la cena del día anterior a la boda -dijo Gloria-. Además, quiere que te arrepientas de no haberle insistido en servir tú el banquete.

Dani miró a su abuela. Estaba segura que tenía razón en las dos cosas.

– Por supuesto, me encantaría preparar tu cóctel para la cena -admitió Penny-, pero en cuanto a lo demás, no sé a qué te refieres.

Elissa suspiró.

– No vas a perdonarme nunca, ¿verdad? Aunque lo haya hecho para que puedas disfrutar de la boda.

– Lo superaré -dijo Penny, haciéndose la ofendida-, a la larga.

– No dejes que te coma la moral -le advirtió Gloria a Elissa-. Cuando no se sale con la suya, puede ser una auténtica bruja.

Se hizo un silencio absoluto en la habitación. Lori y Elissa intercambiaron miradas, como si no estuvieran seguras de cómo interpretar aquel comentario. Penny se quedó mirando fijamente a Gloria, probablemente pensando en una posible respuesta.

Dani no estaba segura de si su abuela estaba intentando mostrarse divertida o de si aquél era uno de sus habituales ataques de sarcasmo. Al fin y al cabo, ninguna transformación era nunca completa.

Decidida a mantener el buen humor de la velada por el bien de Elissa, miró a Gloria y dijo:

– Tiene de quién aprender.

Gloria bebió un sorbo de champán.

– Desde luego.

Penny soltó entonces una carcajada y alzó su copa en dirección a la anciana.

– He aprendido de una auténtica maestra.

– Yo creo que lo has aprendido completamente sola, pero estoy dispuesta a atribuirme el mérito -Gloria se volvió entonces hacia Elissa-. Tengo algunas ideas sobre la boda. No quiero presionarte, así que, por favor, si te molesta, puedes decirme que cierre el pico -frunció el ceño-. La gente joven ya no utiliza esa expresión, ¿verdad?

– No, en realidad no -dijo Lori alegremente-, pero no te preocupes. Yo tampoco estoy ya muy al tanto de lo que dicen los jóvenes.

– Lo mismo digo -añadió Elissa-. A no ser que tenga en cuenta las expresiones de Zoe, aunque la pobre sólo tiene cinco años. Bueno, Gloria, ¿qué ideas tienes para la boda?

Parecía un poco nerviosa mientras hacía la pregunta.

– ¿Estás recibiendo demasiados consejos? -le preguntó Dani.

– Sobre todo de mi madre -respondió Elissa-. Es como si quisiera recuperar de pronto todo el tiempo perdido. La quiero con locura y sé que sólo está intentando ayudar, pero a veces me desespera.

– Espero que lo que voy a decirte no tenga el mismo efecto -respondió Gloria mientras se apoyaba en el bastón para levantarse-. Ni siquiera sé por qué lo he conservado, pero el caso es que todavía lo tengo y, si lo quieres, es todo tuyo. Eres un poco más alta que yo, pero yo me lo puse con unos tacones imposibles. Ven conmigo.

Siguieron a Gloria al cuarto de estar. Habían apartado todos los muebles y en medio de la habitación había colocado un maniquí de sastre con un vestido de novia de color marfil.

Era un vestido de seda y encaje, con manga larga y escote de corazón. Las líneas eran exquisitas, el encaje increíble. Dani no sabía mucho de diseño, pero era capaz de reconocer un vestido extraordinario cuando lo veía.

– Es francés -les explicó Gloria-. Un modelo de alta costura. Si quieres, puedes ponértelo el día de tu boda.

Elissa había palidecido.

– No puedes estar hablando en serio. Es demasiado bonito para mí.

– Me comporté de una manera horrible contigo, Elissa. Admito que siempre he sido una mujer brusca y difícil, pero lo de amenazaros a ti y a tu hija fue algo imperdonable. Tú has sido siempre muy amable conmigo. Te has mostrado recelosa, pero has sido amable. Ésta es mi manera de pedirte disculpas.