Bailey sonrió de oreja a oreja.
– ¿Y podré comprármelos del color que quiera?
– Por supuesto -contestó Dani-. Estos zapatos son tu regalo de cumpleaños. Tienen que ser algo especial. ¿Te gustarían unos de color rojo o violeta? Cuando yo tenía tu edad, me moría por tener unos zapatos de gamuza de color rojo. Mi abuela decía que era un color muy chabacano, pero a mí me siguen gustando. De hecho, a lo mejor me compro unos ahora.
Alex, que caminaba detrás de las dos mujeres, se recreó por un instante en la imagen de Dani vestida únicamente con unos zapatos de tacón de color rojo.
Y la imagen tuvo un efecto inmediato.
Entraron en los grandes almacenes y se dirigieron a la zapatería.
Alex también solía comprar en Nordstrom, aunque normalmente iba a los almacenes que tenían en el centro de la ciudad. Se dirigía a la sección de caballeros, les pedía el color que quería, se probaba el traje y en menos de treinta minutos estaba fuera. Si necesitaba corbatas o camisas, Frank, el hombre que habitualmente le atendía, siempre tenía hecha una selección previa. Para Alex, ir a comprar ropa era tan interesante como ir a comprar comida. Al fin y al cabo, la cuestión era comprar lo que se necesitaba y marcharse, ¿no?
Pero las mujeres vivían en su propio mundo, se recordó, un mundo con diferentes expectativas y costumbres.
– Mira a tu alrededor -le aconsejó Dani a Bailey-. Yo también tengo que ir a mirar un par de cosas.
Y se alejó a uno de los mostradores situados en una esquina. Alex le sonrió a su hermana.
– ¿Te estás divirtiendo?
Bailey asintió, pero no sonrió. En cambio, apretó los labios y dejó escapar un trémulo suspiro.
– ¿Estás enfadado conmigo? -preguntó en un tono que indicaba que le aterraba oír la respuesta.
– No -contestó Alex-, ¿por qué iba a estar enfadado contigo?
– Porque… Porque hablé con un hombre y tú le pegaste y te metí en problemas.
– Cariño, no -Alex se acercó a ella y la abrazó-. Bailey, eso no tuvo nada que ver contigo. Tú no hiciste nada malo. Te quiero.
Bailey le miró con los ojos llenos de lágrimas.
– ¿Estás seguro?
– Te lo prometo.
Bailey no había sido el problema en ningún momento y Alex odiaba que su hermana hubiera pasado tanto tiempo preocupada por ello.
– Te quiero -le dijo a su hermana.
Bailey sonrió.
– Yo también. Pero tú no eres mi hermano favorito.
El inicio de aquel juego habitual en la familia le indicó a Alex que su hermana ya estaba bien.
– Claro que sí. ¿Quién va a ser tu hermano favorito si no?
– Ian.
– De ningún modo.
– Claro que sí.
– Estás completamente loca.
Bailey sonrió.
– El loco eres tú.
– Sí, claro, el loco soy yo.
Le pasó el brazo por los hombros. Alex quería a todos sus hermanos con locura, pero Bailey ocupaba un lugar especial en su corazón. No sabía por qué, pero le gustaba aquella necesidad de tener que cuidar de ella.
De pronto, aquel gesto de abrazar a Bailey en medio de unos grandes almacenes y esa necesidad de protegerla, le hicieron evocar un momento parecido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? ¿Dos, tres años?
Todavía estaba casado con Fiona y habían salido los tres de compras. Bailey había tropezado y se había hecho daño en el brazo. Había comenzado a llorar de dolor y Alex había corrido a abrazarla. Fiona acababa de ofrecerle un pañuelo de papel cuando una anciana se había detenido a su lado.
– Tiene usted una hija encantadora -le había dicho la desconocida-. Tiene un pelo idéntico al suyo.
– No es hija mía -había replicado Fiona al instante, casi en un tono defensivo-. Es la hermana adoptada de mi marido.
Tiempo después, Alex se había preguntado por qué había tenido Fiona aquella necesidad de marcar las distancias con Bailey. ¿Tendría miedo de que alguien pensara que tenía alguna imperfección?
Había sido un detalle sin importancia, pero Alex no había conseguido olvidarlo. Encontrarla haciendo el amor con otro hombre encima de la mesa podía haber sido la gota que había puesto fin a su matrimonio, pero no había sido la única razón por la que la había dejado.
Dani volvió con unos cuantos zapatos.
– ¿Qué te parecen éstos? -le preguntó-. Pero antes de que digas nada, piensa que hay muchos más. Ésta es una decisión importante que no puedes tomar a la ligera -miró a Alex-. Y no quiero protestas del sector masculino.
– Sí, señora.
– Estupendo. Bailey, vamos a necesitar ayuda. -Señaló a los dos hombres que estaban detrás del mostrador-. Este es Eric y éste es Cameron. Y ahora mismo, son tus esclavos.
Bailey se tapó la boca con la mano para disimular una risa y se escondió detrás de Alex. Dani la agarró de la mano y tiró de ella para llevarla hasta unos asientos de cuero.
– Siéntate -le dijo Dani con firmeza-. Hoy eres tú la princesa, jovencita. Estamos aquí para hacerte feliz.
Bailey continuaba riendo. Eric le guiñó el ojo y Cameron le dijo que tenía un pelo precioso. Alex se acercó entonces a Dani.
– ¿Esto ha sido cosa tuya? -le preguntó, señalando a los dos dependientes.
– Les he dicho que tenía que ser algo excepcional. Coquetearán un poco con ella, pero no te preocupes. Quiero que tu hermana se sienta especial.
– Te estás tomando muchas molestias por una chica a la que apenas conoces.
Dani alzó la mirada hacia él.
– La conozco todo lo que necesito. No soy una santa, Alex, no pienses cosas raras. En realidad, estoy haciendo esto de forma egoísta: lo hago porque me hace feliz.
– Sí, eso lo entiendo.
Y también entendía que Dani no consideraba que esa forma de actuar tuviera nada de extraordinario. Pero él sabía que sí. Sabía exactamente qué clase de persona se tomaría ese tipo de molestias y qué clase de persona jamás haría nada parecido.
Dani se sentó al lado de Bailey y se quitó los zapatos.
– Estoy pensando en algo llamativo -dijo cuando Eric, o quizá Cameron, le colocaron un par de zapatos de gamuza de color magenta a los pies.
– Yo también -dijo Bailey.
Inmediatamente, le pusieron delante un par idéntico.
Dani se puso los tacones y se levantó. Bailey intentó hacer lo mismo, se tambaleó y volvió a sentarse. Dani suspiró.
– Ya veo que nos queda mucho trabajo por hacer.
Eric y Cameron agarraron a Bailey cada uno de una mano y la ayudaron a enderezarse. Cuando recuperó el equilibrio, Dani se colocó enfrente de ella.
– El truco está en mantener el peso ligeramente hacia delante. Si tú se lo permites, esos tacones pueden acabar contigo. Pero tampoco te inclines demasiado, porque corres el peligro de terminar de bruces en el suelo, y eso tampoco queda muy bien.
Bailey comenzó a reír a carcajadas mientras Dani le hacía una demostración de cómo debía caminar con los tacones, que completó con algunos movimientos exagerados de caderas y algunas vueltas. Bailey la siguió, ligeramente temblorosa al principio. Al dar una de las vueltas, estuvo a punto de caerse, pero uno de esos tipos la agarró a tiempo y consiguió enderezarse.
– ¡Estoy andando! -gritó emocionada mientras caminaba por la zapatería-. ¡Mira, Alex! ¡Estoy andando con tacones!
Su hermanita estaba creciendo, pensó Alex mientras veía cómo iba ganando Bailey confianza con cada uno de sus pasos. Dani y ella volvieron a sentarse y se probaron otro par.
Dos horas después, habían tomado una decisión: tanto Bailey como Dani se compraron unos zapatos de gamuza violeta con unos tacones imposiblemente altos que, además, optaron por llevar puestos. Alex iba tras ellas con las bolsas de la tienda.
Dani le gustaba mucho, pensó Alex. En caso contrario, no se habría acostado con ella. Pero aquel día, había conocido una faceta diferente de ella. Un aspecto de su personalidad que le había impresionado de manera especial. Dani era mucho más que un rostro bonito; tenía un corazón extraordinariamente generoso. Era inteligente, atractiva y se preocupaba por los demás. Todo ello la convertía en una mujer sorprendente. En una mujer que Alex no pensaba dejar escapar.