Walker se la quedó mirando fijamente.
– No he venido aquí para hablar de negocios.
– Pero sería muy buena idea montar un restaurante italiano.
– Una idea excelente, de hecho, si quieres que ignore el hecho de que estás intentando convencerme de que compita con tu actual jefe.
¡Uy! Dani miró a su alrededor para ver si alguien les había oído. Maldita fuera. ¿Cuándo iba a empezar a darse cuenta de que ya no era una Buchanan? ¿De que no le debía a la familia ninguna lealtad y debería emplear todas sus energías en el Bella Roma?
– De acuerdo, comprendido. Pero si no has venido aquí por el pan de ajo, ¿a qué has venido?
– Por Elissa.
Dani le agarró del brazo.
– ¿Se encuentra bien? ¿Ha ocurrido algo?
– No, está perfectamente. Seguimos adelante con los planes de boda. Ella quiere una boda de cuento de hadas, con miles de flores y lucecitas. Y yo quiero hacerle feliz.
Hasta ese momento, a Dani le habría resultado imposible imaginarse a su hermano hablando de lucecitas de colores y de flores con el semblante tan serio. De hecho, habría jurado que ni siquiera sabía lo que eran. Pero desde que se había enamorado de Elissa, era un hombre diferente. Más abierto, más sensible, más consciente de la existencia de las flores.
– Estoy segura de que la boda será preciosa.
– Elissa quiere que vayas. No va a tener dama de honor. Al parecer, es demasiado complicado. Pero tendrá un montón de ayudantes y le gustaría que tú fueras una de ellas. De todas formas, no quiere presionarte, así que me ha pedido que te lo sugiera yo, para que, en el caso de que quieras negarte, te resulte más fácil hacerlo.
Dani sonrió.
– ¿De verdad? ¿De verdad quiere que vaya a su boda?
– Claro que sí. Le caes muy bien. Además, eres parte de la familia, y no se te ocurra decir que no. Ya estoy cansado de ese tema. Eres tan Buchanan como cualquiera de nosotros. Eres mi hermana. Y aunque hubiera sido una nave extraterrestre la que te hubiera dejado en mi casa, seguirías siendo mi hermana.
Su vehemencia podría haber preocupado a cualquiera que no le conociera, pero Dani sabía que era su forma de decirle que la quería. Podía no estar segura de cuál era su lugar en el mundo o su verdadero apellido, pero no tenía ninguna duda de lo mucho que les importaba a sus hermanos.
– No vas a deshacerte fácilmente de mí -le advirtió-, no te preocupes.
– No me queda más remedio que preocuparme. Soy mayor que tú, así que es lo que me toca. Pero bueno, dime, ¿vas a venir a la boda o no?
– Eres tan dulce, tan persuasivo… Tienes tanta capacidad de comunicación…
– ¿Eso es un sí?
– Era un sí. Me encantaría ser una de las ayudantes de Elissa.
– Estupendo. ¿Qué tal ha ido tu encuentro con el senador?
Dani le condujo a una mesa y se sentó.
– Interesante. Extraño. La verdad es que no he sentido ninguna clase de conexión ni nada parecido.
Le habló de Mark y de la rapidez con la que había aceptado lo que le había contado.
– Alex insiste en que me haga una prueba de ADN y creo que es una buena idea. De esa forma, todos estaremos seguros de que es mi padre.
– ¿Alex es su hijo?
– Sí, su hijo adoptado.
– ¿Y te ha causado algún problema?
Dani sonrió de oreja a oreja.
– ¿Estás ofreciéndote a deshacerte de él si causa problemas?
– Estoy dispuesto a ayudarte si lo necesitas.
A Dani le gustó aquel gesto.
– Creo que puedo manejar a Alex -pensó en la determinación de sus ojos-. O por lo menos intentarlo. Además, no quiero que te pelees con él. Por lo menos todavía. Es un hombre muy guapo.
Walker hizo una mueca.
– Creo que preferiría no saberlo.
– No te preocupes. No pasará nada. Ya he aprendido la lección. A partir de ahora, no quiero nada de relaciones. De todas formas, es un hombre que ha conseguido llamarme la atención. Pero no va a servirme de nada. Me considera una molestia. Un inconveniente que podría echar a perder la campaña electoral de su padre.
– ¿Y tú qué piensas?
– Yo creo que está sacando las cosas de quicio. Lo único que a mí me interesa es saber si Mark Canfield es o no mi padre. Si es mi padre, me gustaría conocerle. Y nada más. Aunque la verdad es que Mark me ha invitado a cenar esta noche en su casa. Quiere que conozca a su esposa.
– ¿Y qué va a pensar ella de todo esto?
Dani esbozó una mueca.
– No tengo ni idea, pero supongo que nada bueno.
Katherine Canfield entró en casa por la puerta del garaje seguida por su ex nuera. Como siempre, Fiona iba elegantemente vestida, con un traje que realzaba su esbelta figura y el color rojo de su pelo. Katherine bajó la mirada hacia su propio vestido de diseño. A pesar del ejercicio que hacía a diario y de que vigilaba constantemente su dieta, su cuerpo estaba empezando a cambiar. Nunca había pensado que le importaría envejecer, pero cuando se enfrentaba a la realidad de su cintura y a la desagradable demostración de que la fuerza de gravedad no era precisamente su amiga, pensaba con añoranza en la elasticidad de la juventud.
– Ya tengo preparada la lista de invitados -dijo Fiona con eficiencia-. Todos, salvo tres diseñadores, han confirmado su presencia y pienso presionar hasta el último momento para que también ellos acepten. Estoy decidida a aumentar los beneficios de este año en por lo menos un veinticinco por ciento.
– Tanto el hospital como yo apreciamos tu entusiasmo -dijo Katherine mientras se quitaba los zapatos.
Había estado presentando sus planes para el desfile de moda destinado a recaudar fondos para el hospital y después habían ido a tomar el té. Llevaba horas sin sentarse y sus pies estaban comenzando a hacérselo saber, otro síntoma de envejecimiento.
A la edad de Fiona, habría sido capaz de hacer todo eso y de pasarse después la noche bailando.
– Deberíamos limitarnos a enviar un cheque -dijo Katherine mientras se servía un vaso de agua. Después le sirvió otro a Fiona-. Eso supondría mucho menos trabajo.
Fiona sonrió.
– Siempre dices lo mismo, pero estoy segura de que no hablas en serio.
– Tienes razón.
Aunque las tareas benéficas ocupaban la mayor parte de su tiempo, le encantaba saber lo mucho que podían cambiar las cosas gracias al dinero recaudado.
El sonido de alguien corriendo le hizo volverse. Anticipando el encuentro, Katherine dejó el vaso sobre el mostrador, se agachó y abrió los brazos.
Segundos después, Sasha entraba corriendo en la cocina y volaba hasta ella.
– Mamá, mamá, por fin has vuelto. Te he echado mucho de menos. Yvette me ha leído un cuento y he estado viendo un vídeo de una princesa con Bailey. Hemos comido una hamburguesa con queso y luego Ian nos ha leído otro cuento y ha hecho voces.
Katherine se enderezó sin dejar de abrazar a su hija.
– Así que te lo has pasado muy bien.
– Sí -contestó Sasha sonriendo.
Tenía cinco años, la piel del color del café con leche y los ojos oscuros. Su pelo era una maraña de rizos. Katherine sospechaba que con el tiempo se convertiría en una auténtica belleza. Mark y ella iban a tener problemas para alejar a los chicos de su lado en unos años. Pero de momento, sólo tenían que preocuparse de que la niña creciera sana y fuerte.
– ¿No quieres saludar a Fiona? -preguntó Katherine.
Sasha arrugó ligeramente la nariz y después saludó educadamente.
– Hola, Fiona, ¿cómo estás?
– Muy bien, gracias -contestó Fiona con una sonrisa-. Estás muy alta.
Sasha no contestó. Por alguna razón, nunca había congeniado con la ex mujer de Alex, algo que a Katherine le extrañaba. Aquella niña era excepcionalmente sociable.