Выбрать главу

No tenía opción. Se quedaría junto a su padre porque era lo que tenía que hacer.

Dani ni siquiera sabía en qué canales emitían programas relacionados con la política los domingos por la mañana, pero estuvo recorriendo diferentes canales hasta que vio en uno de ellos a varios hombres y mujeres vestidos de oscuro y con aspecto serio. Se sirvió una taza de café y se preparó entonces para ser informada sobre el escenario político del país.

En realidad, nunca había tenido un interés especial por la política, pero tampoco había tenido nunca un padre que aspirara a ser presidente de la nación, así que, mejor tarde que nunca. Y, por lo menos, ella siempre había votado.

Bebió un sorbo de café y escuchó a uno de los invitados al programa hablar de la crisis en Oriente Medio. Casi inmediatamente perdió el hilo de la intervención. Seguramente porque estaba agotada. Llevaba cuatro días sin dormir apenas. No había vuelto a ser la de antes desde su conversación con Fiona.

Había estado evitando las llamadas de Alex, algo que no podría hacer eternamente, pero no sabía qué decirle. Una parte de ella tenía miedo de enfrentarse a él porque sería desagradable, pero, sobre todo, porque la aterraba oírle admitir que sí, que era un canalla y que habían vuelto a engañarla otra vez. Hasta que no tuviera confirmación de lo contrario, era suficientemente débil como para seguir pensando lo mejor sobre él.

– No sé cómo puedo ser tan estúpida -musitó en el silencio de la habitación mientras en el programa daban paso a la publicidad-. Tengo que procurar ser más fuerte.

Y lo sería. Cuando llegara el momento. Hasta entonces, podía permitirse un poco de debilidad.

El programa comenzó de nuevo con un cambio de tema. Apareció la fotografía de Mark Canfield y Dani subió inmediatamente el volumen.

– Aunque todavía faltan dieciocho meses para las elecciones a la presidencia -le oyó decir al conductor del programa-, en Washington la situación está al rojo vivo, ¿no es cierto Bill?

La cámara enfocó entonces a otro de los participantes en el programa.

– Sí, así es. El senador Canfield, que hasta ahora había aparecido como el preferido de los votantes, se enfrenta a una situación excepcional. Tiene problemas en su propia casa. Cerca de dos meses atrás, supimos de la existencia de una hija de una relación previa…

A Dani estuvo a punto de caérsele el café cuando vio una fotografía suya en la pantalla del televisor. Soltó un juramento.

– Danielle Buchanan -continuaron explicando en la televisión-, llegó de forma completamente inesperada y dio un vuelco a la campaña. El senador tuvo que sincerarse con el público y las encuestas demostraron que el votante de los Estados Unidos aprecia la sinceridad. Los expertos creen que uno de los principales motivos de esta reacción fue la actitud de su esposa, Katherine Canfield, una mujer que ha demostrado ser una esposa y una madre perfecta. Ella acogió a Dani entre sus brazos, tanto literal como figurativamente. Y si una esposa puede perdonar a un marido, entonces también puede hacerlo una nación.

– Con Hillary no funcionó -comentó el conductor del programa.

– La situación es diferente -continuó Bill-. En este caso, la relación del senador con otra mujer fue previa a su matrimonio. Pero aunque las cifras iban subiendo, durante las dos últimas semanas se ha producido un repentino descenso, fecha que coincide con el momento en el que se descubrió que el hijo mayor del senador, que es adoptado, y Dani, mantienen una relación sentimental.

Dani sabía lo que le esperaba a continuación y se preparó para ver aquella horrible fotografía en la que aparecía huyendo de casa de Alex. Efectivamente, la fotografía apareció al instante en una esquina de la pantalla.

– El problema es -dijo Bill-, que los votantes tienen un cierto límite en cuanto a lo que están dispuestos a tolerar y, al parecer, no quieren aceptar que la hija biológica de un posible presidente de la nación salga con su hermano adoptivo.

– Pero en realidad no existe ningún vínculo de sangre entre ellos -replicó el invitado.

– Eso no parece tener ninguna importancia para los encuestados. Los puntos que hasta ahora había mantenido el senador han sufrido un drástico descenso. Si esto continúa así, es posible que Canfield no pueda optar a la presidencia. En ese caso, la campaña terminará antes de haber empezado siquiera.

– Aquí está tu joven -le dijo Bernie a Dani al día siguiente, poco después de las dos-. Vamos, yo acabaré con esto.

A Dani se le hizo un nudo en el estómago.

– No, no hace falta. Le diré que no puedo atenderle ahora.

Bernie sonrió de oreja a oreja.

– No tienes por qué hacerle esperar. Además, yo necesito trabajar un poco para distraerme. Vamos, no pasa nada.

Atrapada por la amabilidad de un hombre con buenas intenciones, Dani asintió y salió al salón principal del Bella Roma.

Ya había pasado la hora del almuerzo y quedaban solamente dos comensales. Inmediatamente vio a Alex al lado de la puerta. No parecía muy contento.

– Has estado evitándome -le dijo Alex en cuanto ella se acercó.

Llevaban casi una semana sin verse y, a pesar de todo, se descubrió a sí misma deseando acercarse a él para pedirle que la abrazara. Quería sentir sus brazos a su alrededor y respirar la esencia de su cuerpo. Quería besarle y ser besada y olvidar todo lo que los separaba. Lo cual sólo demostraba que era una mujer sin principios, débil, y que necesitaba entrar rápidamente en razón.

– No sabía qué decirte -admitió y señaló hacia atrás-. Podemos hablar en mi despacho.

Alex la miró con el ceño fruncido.

– Así que hay algún problema.

– Prefiero que hablemos en privado.

Alex la siguió hasta un despacho diminuto en el que había un escritorio y un archivador y apenas espacio para nada más, sobre todo desde que entraron los dos.

– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Alex-, No me has devuelto ninguna de mis llamadas. Fui a casa de tu abuela este fin de semana y me dijo que estabas fuera de la ciudad.

Dani odiaba haber tenido que pedirle a Gloria que mintiera por ella, pero no estaba preparada para enfrentarse a Alex. De hecho, continuaba sin estarlo.

– Creo que todavía no estoy en condiciones de enfrentarme a todo esto -admitió.

– ¿De enfrentarte a qué? ¿De qué estás hablando? Maldita sea, Dani, ¿por qué me evitas?

– Porque no quiero verte -replicó-. ¿Quieres que te lo diga más claro? No quiero verte.

Alex se quedó como si acabaran de abofetearle.

– Muy bien, ¿y piensas decirme por qué?

No podía. No podía decirle todo lo que ocurría sin echarse a llorar y se negaba a derrumbarse delante de él. Se volvió.

– Por favor, vete -le dijo suavemente-. Creo que de esa forma será mucho más fácil.

Pero Alex la agarró del brazo y le hizo volverse hacia él.

– A lo mejor no me interesan las cosas fáciles. A lo mejor lo que quiero es saber la verdad.

– No, lo único que a ti te interesan son las mentiras. Al fin y al cabo, es a lo que estás acostumbrado.

– ¿De qué demonios estás hablando?

Sus ojos adquirieron de pronto el color de la media noche. Y Dani odió el ser capaz de fijarse en aquel detalle a pesar de estar dolida y enfadada.

Alex soltó una maldición y se cruzó de brazos.

– No me lo puedo creer -le dijo-. Esperaba algo mejor de ti.

– ¿Qué?

– Estoy seguro de que viste el programa del domingo. Has estado leyendo los periódicos, sabes que están bajando las encuestas y has decidido huir, como dijiste que harías. Estás optando por la salida fácil. Jamás pensé que te adaptarías tan rápidamente al mundo de la política.

Dani pasó de la más absoluta tristeza a la furia en cuestión de segundos.

– En ese caso, bienvenido al mundo de los decepcionados. Porque a mí me ha pasado lo mismo contigo. Para empezar, no me he convertido de pronto al mundo de la política, pero te agradezco la facilidad con la que has sido capaz de juzgarme. En cuanto a los motivos por los que he estado evitándote, aquí está la razón: estoy cansada de hombres mentirosos, miserables y canallas y, al parecer, tú eres el último de una larga cadena. Te aseguro que eres un gran embaucador. Conseguiste engañarme como el que más. Felicidades, a tu lado, Ryan es sólo un aficionado.