Alex dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
– No sé de qué estás hablando.
– Deja de actuar. He hablado con Fiona. Estoy al corriente de la verdad.
– ¿Qué verdad? No hay ninguna verdad.
– Por supuesto, olvidaba que eres abogado. Todo es relativo, ¿verdad? Así es como funcionan las cosas para ti. Pero no para mí. Soy tan increíblemente simple que pretendo que el hombre que se acueste conmigo no se acueste con nadie más. Supongo que al respecto podrías argüir que en ningún momento hemos hablado de exclusividad en nuestra relación. Y la verdad es que no sabes cuánto lo lamento. Eres una persona repugnante, Alex. Siento haberte conocido, siento haberme acostado contigo y no puedo decirte cuánto lamento no poder alejarme para siempre de ti y no volver a verte en mi vida… Es una lástima que formemos parte de la misma familia.
Alex dio un paso hacia ella.
– ¿Crees que estoy saliendo con alguien?
– Sé que estás saliendo con alguien, con Fiona. Ella misma me lo dijo. ¿Estás emocionado con tu futuro bebé?
Alex la miró absolutamente estupefacto.
– ¿Está embarazada?
Dani se le quedó mirando de hito en hito.
– ¿No te lo ha dicho? Vaya, siento haberle estropeado la sorpresa. Sí, Alex, vas a ser papá. Al final vas a tenerlo todo.
– No me estoy acostando con Fiona -negó Alex, pero sin ninguna firmeza.
– Qué convincente. Mira, no hace falta que sigas disimulando. Fiona me lo ha contado todo. Es evidente que ha estado en tu casa y en tu cama. Estoy cansada de librar esta clase de batallas. Renuncio. No quiero volver a saber nada de hombres. Llegué a creer que tú eras especial, que eras mejor que los demás, pero no lo eres.
– No me merezco esto. Yo no he hecho nada.
– Déjame imaginar… ahora lamentas que me haya enterado de esta forma.
Alex la miró con los ojos entrecerrados.
– Si de verdad es eso lo que piensas de mí, entonces no tenemos nada más que hablar.
– ¿No ha sido precisamente eso lo que te he dicho cuando has entrado?
Durante mucho rato, Alex continuó mirándola en silencio. Dani se preparó para recibir sus disculpas, sus explicaciones. Esperaba, necesitaba desesperadamente que le demostrara que estaba equivocada. Estaba tan loca por él que quería oírle decir que no le había engañado.
Pero Alex no pronunció una sola palabra. Dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Seguramente aquél era el peor momento posible para ensayar un discurso que nunca había querido dar, pero Dani no era capaz de inventar una excusa convincente para cambiar su cita con Katherine. Y ya había aparcado y se dirigía andando hacia la casa cuando se dio cuenta de que, sencillamente, podría haber llamado para decir que no se encontraba bien.
Pero por lo visto, además de su corazón, había perdido también parte del cerebro.
Aquel pensamiento entró y salió de su cabeza tan rápidamente que tardó varios segundos en comprender su significado. Cuando lo hizo, se detuvo en seco en medio del camino.
¿Había perdido el corazón? ¿Era eso posible? ¿Se había enamorado de Alex?
Continuó sin moverse, esperando una respuesta a su pregunta, y no tardó en darse cuenta de que hacía tiempo que conocía la verdad. Claro que estaba enamorada de Alex; si no hubiera sido así, le habría resultado mucho más fácil separarse de él.
– Al parecer, nunca voy a dejar de sorprenderme -musitó para sí, y continuó avanzando hasta la puerta.
Lo único que ella pretendía cuando había decidido buscar a su padre era sentir que pertenecía a algún lugar. Y lo único que había conseguido era complicarse extraordinariamente la vida.
Llamó a la puerta e intentó relajarse. Tenía que concentrarse en su reunión con Katherine. Ya se enfrentaría a su propio dolor cuando llegara a casa.
– ¡Dani! -Katherine abrió la puerta y sonrió-. Pasa, pasa. ¿Estás nerviosa? Espero que no. Porque estoy segura de que lo vas a hacer genial y yo tendré que decirte «¿Ves? Lo sabía».
Dani entró en la casa e inmediatamente se sintió envuelta en el calor de la bienvenida. Katherine continuaba tan amable y cariñosa como siempre.
– Estoy intentando no pensar en el discurso -admitió mientras seguía a Katherine a su estudio-. Cada vez que pienso en él, tengo la sensación de que voy a vomitar. Y creo que no quedaría bien.
– No, no suele quedar bien. ¿Quieres tomar algo? ¿Un café? ¿Un refresco? ¿Un vaso de agua?
– Tomaré un vaso de agua.
Katherine se acercó a una antigua cómoda que, una vez abierta, resultó contener un pequeño refrigerador.
– Es uno de mis caprichos -admitió Katherine mientras sacaba un par de botellas de agua-. Cuando estoy trabajando en algo, no soporto interrumpirme. Soy una mujer increíblemente mimada.
– Eres genial -dijo Dani, e inmediatamente se sintió ridícula. Como si estuviera diciendo tonterías delante de una persona a la que admiraba, que era, precisamente, lo que estaba haciendo.
– Gracias -le dijo Katherine-. Eres muy amable -señaló la carpeta que había dejado encima de la mesita del café-. Aquí tienes el famoso discurso.
Dani ahogó un gemido. Agarró la carpeta y hojeó los folios que contenía. Eran sólo cinco y mecanografiados a doble espacio. En él se hablaba de una madre que había descubierto que tenía un cáncer terminal y había pedido que buscaran una familia que pudiera hacerse cargo de sus cuatro hijos.
Quizá fuera por la situación de los planetas, o quizá porque estaba a sólo tres días de que le bajara la regla, o a lo mejor por el doloroso trauma que estaba sufriendo, pero el caso fue que Dani se descubrió de pronto luchando contra las lágrimas.
Se hundió en el sofá mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por no ponerse a llorar. Respirar hondo no la ayudó, y tampoco tragar saliva o intentar pensar en otra cosa.
Katherine se acercó a ella.
– ¿Dani? ¿Estás bien?
– Sí, estoy bien. Sólo un poco estresada -parpadeó varias veces e intentó sonreír-. Lo siento, pero no te preocupes. Cuando dé el discurso no me pondré así. Estaré demasiado asustada.
Katherine le tendió una caja de pañuelos de papel.
– No te disculpes. Cada uno siente lo que siente. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?
Era una pregunta muy sencilla, pero la amabilidad con la que Katherine la formuló terminó de desbordar a Dani. Se le escapó una lágrima, y después otra. Dani hizo todo lo posible para recuperar la dignidad que acababa de abandonarla.
– Lo siento -repitió-. Pero últimamente he tenido que enfrentarme a muchas cosas nuevas. Por supuesto, tú puedes comprenderlo mejor que nadie. Mi repentina aparición sólo ha servido para empeorar tu vida. Lo sé. Pero te aseguro que no era ésa mi intención. Te admiro profundamente y siento muchísimo haber irrumpido de esta forma en tu vida.
Katherine se sentó a su lado.
– Tú no me has estropeado nada.
– Pero por mi culpa has tenido que asumir nuevos retos -Dani sorbió por la nariz-. No te mereces todos los problemas que te he causado.
– Tú no has hecho nada. Y al final todo se arreglará.
– Yo no quería hacerte ningún daño.
Katherine tensó los labios.
– Y no me lo has hecho.
Estaba mintiendo, pero Dani comprendía que lo hiciera. En aquellas circunstancias, Katherine no tenía ningún motivo para confiar en ella.
– Lo he destrozado todo sin intentarlo siquiera. Imagínate lo que hubiera podido hacer si me lo hubiera propuesto de verdad.