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– ¿A qué te refieres? -preguntó Katherine.

– A las encuestas. El otro día estuve viendo un programa en televisión y decían que por culpa de mi historia con Alex las encuestas estaban bajando. Decían que la campaña de Canfield se daba casi por terminada.

Katherine le palmeó el brazo.

– No puedes creerte todo lo que oyes. La campaña va a seguir adelante, claro que sí. En el peor de los escenarios posibles, Mark ganará con un tercio de los votos. Las encuestas bajan y suben. Esta semana has sido tú, la que viene las moverá otra cosa.

Parecía tan tranquila, tan confiada… ¿De verdad era todo tan simple?

– ¿Entonces no he echado a perder las oportunidades de Mark?

– En absoluto.

– Muy bien -Dani se secó las lágrimas-. Pues me alegro.

Se enderezó en el asiento y se palmeó las mejillas.

– Ya estoy bien. Por lo menos de momento. ¿Tengo un aspecto horrible?

– Estás perfecta.

– Gracias. Quiero que sepas que no he pretendido nunca hacerte ningún daño. Y, por si te sirve de algo, no voy a volver a ver a Alex.

Katherine intentó no reaccionar ante aquella noticia. A pesar de todo, había descubierto que Dani le gustaba. Aquella joven era sincera y, además, Katherine tenía debilidad por todos aquéllos que sufrían.

En cuanto al hecho de que Dani y Alex dejaran de verse, aunque no podía decir que la alegrara, sí que le provocaba un inmenso alivio. Si no estaban juntos, posiblemente dejarían de hacerle preguntas sobre ellos constantemente. Estaba cansada de sentirse humillada por culpa de todas aquellas preguntas sobre la hija de su marido.

Llamaron en ese momento a la puerta.

– Adelante -dijo Katherine.

Bailey entró corriendo en el estudio.

– ¡Dani! Me han dicho que estabas aquí.

Dani sonrió a la adolescente.

– Sí, aquí estoy. ¿Qué tal estás? ¿Todavía te gustan tus zapatos?

– Más que nada en el mundo.

Katherine bebió un sorbo de agua e intentó comportarse como una persona madura. No le importaba que Dani hubiera llevado a Bailey a comprarse unos zapatos de tacón. Sinceramente, a ella jamás se le habría ocurrido hacerle a su hija una oferta parecida. Para Bailey era bueno salir con otra gente, con gente que no formara parte de su círculo familiar. Y ella estaba encantada de que lo hiciera.

Bueno, tenía que reconocer que le dolía un poco no haber sido ella la que compartiera esa experiencia con su hija, pero lo superaría.

– Voy a tener un baile en el colegio -anunció Bailey-. Es el mismo día que mi cumpleaños y tengo que comprarme un vestido especial.

– Qué suerte -le dijo Dani-. Ya estoy deseando ver las fotografías.

Bailey se sentó en el suelo y le agarró la mano.

– ¿Me llevarás a comprarme el vestido? Quiero que me ayudes a comprarlo. Por favor, Dani, di que sí.

Aquellas palabras se clavaron en el corazón de Katherine con la precisión y la intensidad de un rayo láser.

Ella quería ir de compras con Bailey. Quería ser ella la que la ayudara a construir esos recuerdos. Aunque su hija y ella nunca habían hablado en concreto de ello, había dado por sentado que acompañaría a Bailey a comprarse el vestido.

Unos celos tan intensos como irracionales le hicieron desear atacar a la persona que consideraba responsable de aquella situación.

– Bailey, me encantaría -contestó Dani, y parecía sincera-. Katherine, ¿a ti te parece bien?

Katherine era consciente de que estaba dejando que la dominaran los celos, de que se estaba comportando como una niña. Recordaba las lecciones que había aprendido de su madre: tenía que mantener siempre la calma, sintiera lo que sintiera por dentro. Actuar siempre de manera correcta, no hacer ninguna inconveniencia.

– Por supuesto. Eres muy amable, Dani. Estoy segura de que Bailey disfrutará mucho contigo.

Le dolía pronunciar aquellas palabras, le dolía sonreír cuando lo que le apetecía era bufar y arañar como una gata acorralada.

Bailey se levantó y las abrazó a las dos.

– ¡Bien! ¡Bien! -comenzó a girar en círculo con las manos en alto y el rostro resplandeciente de placer.

Katherine miró a su hija e intentó encontrar la felicidad del momento. Pero, sencillamente, no pudo.

Cuando Bailey se marchó, Dani suspiró.

– Es genial. La adoro.

– Yo también -contestó Katherine, haciendo lo imposible para evitar que su voz reflejara un tono afilado.

– Gracias por dejarme llevarla de compras.

– De nada. Ahora, ¿de qué estábamos hablando?

Dani cambió de expresión; de pronto, pareció desolada.

– De Alex -musitó-, de que ya no vamos a volver a vernos.

– Ya entiendo -dijo Katherine-. ¿Y qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? ¿Las encuestas?

Aquél debería ser el momento de decirle a Dani que no podía permitir que otras personas dirigieran su vida. Pero antes de que hubiera podido decidir si iba a comportarse como una persona madura o no, Dani le dijo:

– No, mi decisión no tiene nada que ver con las encuestas. Alex también me ha acusado de eso.

– ¿De verdad?

Dani asintió. Sus ojos habían perdido el brillo y reflejaban un intenso dolor.

– Siento lo de las encuestas, pero no ha sido ésa la razón. Él cree que quiero quitarme del medio para facilitar las cosas.

– ¿Y no es así?

– No -Dani tragó saliva-. Creo que… creo que Alex continúa viendo a Fiona. Fiona vino a hablar conmigo y se aseguró de que lo comprendiera.

Katherine podía sentir el dolor de Dani. Lo veía en los ojos que tenía clavados en ella.

– Tú les conoces a los dos, ¿crees que es posible? ¿Crees que es posible que Alex todavía esté saliendo con Fiona?

Era como estar viéndose a sí misma desde fuera, pensó Katherine mientras recorría la habitación con la mirada. Podía verse a sí misma sentada en el sofá, tan perfecta, pensó, con el jersey de cachemir y las perlas. La esposa y madre ideal. Un modelo de mujer cuya vida había cambiado de un día para otro por culpa de aquella joven cuya mera existencia demostraba que su marido podía tener hijos y ella no.

Se dijo a sí misma que Dani no tenía la culpa. Que ella no sabía de la humillación y la vergüenza que había llevado a su vida. Que el hecho de que se llevara bien con Bailey era una suerte. Podía oír la voz de su madre diciéndole que tenía que comportarse siempre como una dama.

¡Y un infierno!, pensó con amargura. Por una vez en su vida, iba a hacer exactamente lo que le apetecía. Lo que tenía ganas de hacer y lo que podía ayudarla a aliviar su dolor.

Miró a Dani y mintió.

– No quiero hacerte daño, pero creo que es bastante posible que Alex y Fiona hayan seguido viéndose.

Capítulo 16

Alex entró en las oficinas de su padre. Sabía que Mark estaba en una reunión y que Katherine había ido para realizar una sesión de fotografías. Encontró a su madre frente a un enorme mapa del país.

– ¿Tienes un momento? -le preguntó.

Su madre se volvió hacia él con una sonrisa.

– Por supuesto. Tengo que estar de pie hasta que el fotógrafo esté listo. No quiere que me estropee el maquillaje ni que me arrugue el traje. No puedo poner ninguna expresión, así que procura no hacerme reír.

Alex sonrió.

– Me están entrando ganas de despeinarte.

– Ya me lo imagino. No sé cómo es posible que dentro de ese hombretón siga escondiéndose un niño travieso.

– Es uno de mis encantos.

– Sí, desde luego -inclinó la cabeza-. ¿Qué te pasa? ¿De qué quieres que hablemos?

Alex cambió inmediatamente de expresión. Cerró la puerta buscando un poco de intimidad y se acercó a su madre.

– ¿Qué dirías si te dijera que quiero dejar la campaña?

Katherine le miró con los ojos abiertos como platos.

– Alex, no -posó la mano en su brazo-. ¿Lo dices en serio? ¿Tanto odias todo esto?