Bueno, no del todo, pensó mientras le acariciaba a Bailey la cabeza. Era maravilloso tener una hermana. Y aquel día lo había pasado estupendamente. Así, poco a poco, iría superando el dolor.
Terminaron el aperitivo y se dirigieron a otra tienda. Allí Bailey encontró un vestido precioso de color verde claro que le quedaba perfecto. Giró ante el espejo.
– Me encanta.
– Pareces una princesa.
– ¿De verdad? -preguntó Bailey con una sonrisa de oreja a oreja.
– Claro que sí
Dani la miró. El vestido era perfecto. Juvenil y en absoluto infantil. El escote era bastante discreto y el corpiño se ajustaba elegantemente a su cuerpo, la falda era de vuelo y se inflaba cada vez que Bailey giraba.
– Creo que es el vestido perfecto para una fiesta -dijo Dani-. ¿Piensas recogerte el pelo?
– Sí. Mi madre me ha dicho que ella sabe hacerme un moño.
Pagaron el vestido, fueron a comprar un par de zapatos a juego y volvieron al coche. Era más tarde de lo que Dani esperaba y ya había oscurecido. Ella llevaba las bolsas en una mano y a Bailey agarrada de la otra mientras se dirigían al coche.
De pronto, tres adolescentes se pararon justo delante de ellas.
– Vaya, mira lo que tenemos aquí -dijo uno de los chicos.
Era el más alto de los tres e iba vestido con unos vaqueros y una camisa de franela con una camiseta debajo. Miró a Dani fijamente.
– A ti te conozco -dijo.
– No, no me conoces de nada -replicó ella y comenzó a rodearlos.
Pero volvieron a colocarse delante de ella, bloqueándole el paso.
Dani se tensó sin estar muy segura de qué hacer a continuación. ¿Qué querían? Parecían chicos normales y corrientes. ¿Querrían quitarle el bolso? ¿Pretenderían llevarse el coche?
Otro de los chicos miró a Dani con el ceño fruncido.
– Tienes razón. He visto una fotografía suya.
– Sí, es la tía ésa que salió en el periódico. La que se acuesta con su hermano -intervino un tercero-. Ya sabes, la hija de ese tipo que se presenta a las elecciones.
– El senador Canfield -dijo Bailey-. Es mi papá. Y ahora dejadnos en paz.
Los tres chicos soltaron un bufido burlón.
– Vaya, J.P., la subnormal tiene unas buenas tetas ¿eh? ¿Sabes lo que es eso, preciosa? ¿Entiendes lo que quiero decir?
Dani estaba cada vez más preocupada por Bailey. Comenzó a avanzar hacia el coche.
– Yo no soy subnormal -dijo Bailey alzando la cabeza-. Soy una persona normal.
– Pues no lo parece -el chico que estaba a la izquierda agarró a Dani del brazo-. ¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Adónde vas?
Dani apartó el brazo con fuerza.
– A mi coche.
– Pues me parece que te equivocas. De momento vas a quedarte aquí.
– ¡Déjala en paz! -gritó Bailey con fiereza-. No te tenemos miedo.
Dani no estaba en absoluto de acuerdo con ella. Estaba muerta de miedo. Al ver de cerca a los chicos, había podido darse cuenta de que tenían las pupilas dilatadas. Genial. Habían consumido alguna droga. Eso significaba que estaría seriamente mermada su capacidad de razonar.
Presionó el botón de las llaves del coche, pero no pasó nada. Seguramente estaba demasiado lejos. Si pudiera llegar hasta él, podría activar la alarma y aquel ruido bastaría para alejar a aquellos tres adolescentes.
Dio un paso adelante. Los chicos continuaban acosándolas. El que respondía al nombre de J.P. se interpuso entre Bailey y ella.
– A la gente como tú no deberían dejarle vivir -dijo con el rostro a sólo unos centímetros del de Bailey-. Deberían ahogarlos nada más nacer. Como a los animales que nacen con algún defecto.
– Eres un cabeza hueca -gritó Bailey, y le empujó.
Dani se volvió para interponerse entre ellos, pero los otros chicos la agarraron del brazo. Ella se retorcía para intentar liberarse, pero no lo consiguió.
J.P. avanzó hacia Bailey y posó las manos en su pecho.
– Vaya, mirad esto. La subnormal tiene buenas curvas -bajó las manos hacia el cinturón de su pantalón-. Vamos a divertirnos un poco. Empezaré yo -miró a Bailey con una sonrisa-. Seguro que todavía eres virgen, ¿verdad? Pues te va a gustar lo que te voy a hacer.
En ese momento, Dani perdió por completo el control. Fue como si de pronto fuera poseída por una furia y una necesidad de proteger a una persona indefensa que superaban todo lo que había experimentado en su vida.
– ¡Apártate de ella! -gritó.
Se liberó de sus captores y comenzó a blandir las bolsas como si fueran armas. Gritaba mientras golpeaba a uno de los chicos con la bolsa en la que llevaba la caja de zapatos y le lanzaba una patada a J.P. que intentaba acercarse a ella. Pero J.P. alzó el brazo, y antes de que ella hubiera podido alcanzarle, le dio un puñetazo en pleno rostro.
El dolor fue como una explosión. El impacto del golpe la lanzó contra un poste y allí volvió a golpearse la cabeza con dureza. Vio una luz brillante, oyó un sonido sordo y vio lo que parecía un coche corriendo hacia ellas.
– ¡Socorro! -dijo con un hilo de voz mientras iba cayendo contra el suelo de cemento-. Necesitamos…
Y de pronto el mundo desapareció.
Capítulo 17
Dani se despertó y se descubrió a sí misma apoyada contra uno de los postes del aparcamiento. Sabía exactamente dónde estaba y lo que había pasado.
– Bailey -gritó.
El hombre que tenía frente a ella sosteniendo una linterna delante de sus ojos sonrió.
– No ha pasado nada -le explicó-. Bailey está bien. Tú eres la única que ha sufrido algún daño. Me temo que se te va a poner el ojo morado.
– Genial -dijo Dani, buscando con la mirada a la adolescente.
Le dolía la cara, y también la cabeza, pero en aquel momento, nada de eso importaba.
Había cerca de una docena de personas a su alrededor. Algunos trabajadores del servicio de urgencias, policías y unos cuantos clientes que lo observaban todo a cierta distancia. Dani continuó buscando con la mirada hasta que vio a Katherine y a una joven a la que no conocía junto a Bailey.
– Bailey está bien -susurró aliviada.
– Claro que está bien. Es una chica fuerte. Su madre dice que se lanzó sobre ti como una leona, dispuesta a atacar a esos chicos.
– Ya se han ido, ¿verdad? -preguntó Dani, deseando que les castigaran por lo que habían intentado hacerle a Bailey.
– Les agarrarán. Tenemos una descripción exacta de los tres. Bailey se ha fijado mucho en ellos.
Katherine desvió la mirada para fijarla en el rostro de Dani. Le dijo algo a Bailey y a la otra mujer y corrió hacia ella.
– ¿Cómo está? -le preguntó al hombre que sostenía la linterna-. Se ha dado un golpe en la cabeza.
– Sí, señora, ya lo sé. Tiene buen aspecto. De momento vamos a llevarla al hospital y le haremos unas cuantas pruebas. Probablemente tenga que pasar allí la noche, pero está evolucionando muy bien. ¿Quiere hablar un momento con ella?
– Sí, por supuesto.
A pesar de que llevaba unos pantalones claros, Katherine se sentó en el suelo y tomó la mano de Dani.
– Dios mío -susurró con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Cómo podré agradecértelo?
Dani contestó sollozante.
– No me des las gracias. Todo esto es culpa mía. Esos estúpidos me reconocieron porque me habían visto en el periódico. Empezaron a meterse conmigo y después se fijaron en Bailey. Entonces la emprendieron contra ella. Si le hubieran hecho algún daño…
Katherine alargó la mano para secarle las lágrimas que ni siquiera había sentido caer.
– Si le hubieran hecho algún daño, no habrían encontrado en la tierra un lugar en el que esconderse. Alex les habría encontrado y habría acabado con ellos.
Hablaba con tanta fiereza que Dani la creía a pies juntillas.
– Tú no tienes la culpa -continuó diciendo Katherine-. Por favor, no pienses eso.