– Estoy bien -se dijo a sí misma, intentando tranquilizarse-. Lo superaré. Son sólo seis minutos. Cinco si hablo deprisa. Seguro que puedo hablar durante cinco minutos.
En realidad no consiguió convencerse a sí misma, pero si era capaz de comenzar a hablar, a lo mejor empezaba a sentirse mejor. El discurso le gustaba. Era sincero y conmovedor. La persona encargada de escribirlo había incluido algún comentario simpático sobre su ojo morado. Principalmente porque ni todo el maquillaje del mundo habría servido para ocultarlo.
Apretó los puños, tomó aire y oyó entonces que entraban varias mujeres en el cuarto de baño.
Dani se estaba diciendo a sí misma que había llegado el momento de salir, que no tenía sentido continuar allí, cuando comenzó a oír otra conversación.
– Dios mío, no me puedo creer que Katherine tenga que pasar por una cosa así -oyó decir a una de las mujeres-. Todavía no he podido decidir si es estúpida o es una santa.
– Parece cansada -le contestó otra mujer-. Una hija de Mark. Es increíble, ¿verdad? Y ahora va a presentarse en público con ella. Desde luego, si yo estuviera en su lugar, no lo haría.
– Su marido quiere optar a la presidencia del país. Una mujer tiene que estar dispuesta a muchas cosas para acceder a ese tipo de vida. Como ella. La gente no para de comentar su situación. Supongo que eso tiene que estar matándola.
Lo decía como si le entusiasmara pensar que Katherine estaba sufriendo.
– ¿Crees que antes de casarse le dijo a Mark que no podía tener hijos? -preguntó la otra mujer.
– No lo sé -contestó la primera-. En cualquier caso, seguro que para él fue de lo más decepcionante. Y esos hijos que ha adoptado… Todos tienen algún defecto. Es horrible. Por supuesto, es algo que no se puede decir en público. Todo el mundo tiene que fingir que es maravilloso.
Entonces fue cuando explotó el genio de Dani. Salió del cuarto de baño y se enfrentó a aquellas tres mujeres tan perfectamente vestidas.
– No hace falta fingir -les dijo-. Katherine es una mujer extraordinaria. Algo que ninguna de ustedes puede decir de sí misma, estoy segura.
Las tres se la quedaron mirando estupefactas. Dani se acercó tranquilamente al lavabo, se lavó las manos, se las secó y salió del cuarto de baño. Todavía estaba temblando cuando entró en el salón.
Malditas fueran esas mujeres y sus estúpidos comentados. Dani no sabía quiénes eran, pero esperaba que Katherine no considerara a ninguna de ellas amiga. Eran como serpientes venenosas.
Miró a su alrededor buscando a Katherine, pero no tardaron en acorralarla dos periodistas.
– Sólo será un minuto, por favor -dijo la mujer. Dani intentó apartarse.
– Éste es un acto privado. A menos que hayan comprado entrada, tendrán que marcharse.
Ambos le enseñaron su entrada. Dani ahogó un gemido.
– ¿Fue usted la que provocó o la que preparó el ataque de ayer para favorecer la campaña electoral de su padre? -preguntó el hombre.
– ¿Es cierto que Alex Canfield y usted han dejado de salir juntos porque su padre salía perjudicado en las encuestas? ¿Han renunciado al amor por culpa de la campaña?
Dani apartó a los periodistas y avanzó hacia el interior del salón. Encontró a Katherine hablando con el coordinador del acto.
– Ya sólo quedan entradas de pie -le dijo Katherine mientras se retiraban a una esquina más tranquila-. Gracias a ti, lo hemos vendido todo.
– Querrás decir gracias a que todo el mundo está deseando ser testigo de algo digno de contar a los amigos -repuso Dani con amargura.
Katherine cambió de expresión.
– ¿Qué ha pasado?
Por supuesto, Dani no iba a contarle la conversación que había oído en el cuarto de baño.
– Algunos periodistas han comprado entradas y han intentado abordarme. Sinceramente, no sé cómo soportas todo esto, estar siempre bajo la luz de los focos. Lo odio. No se me da nada bien y no tengo ganas de vivir así.
– Tiene sus compensaciones -respondió Katherine.
Dani estuvo a punto de preguntar cuáles eran. Desde luego, no podía estar refiriéndose al dinero y al poder. Katherine procedía de una familia muy rica. Además, era una persona discreta y reservada, era imposible que le gustara vivir continuamente expuesta al ojo público.
Después, Dani se acordó de cómo miraba Katherine a Mark y tuvo la respuesta. La compensación de Katherine era que podía continuar al lado del hombre al que amaba y que era capaz de hacerle feliz. Para ella todo giraba alrededor de Mark.
Al pensar en su padre, recordó lo que había pasado la noche anterior en el hospital. Allí se había dado cuenta de que los sueños de su padre podrían tener un impacto real en la historia del país y que ella los había puesto en peligro. Por el mero hecho de aparecer, había arriesgado toda la campaña de su padre.
– Dani, ¿qué te pasa? -le preguntó Katherine.
– Lo he estropeado todo -dijo Dani, intentando permanecer tranquila a pesar de la inquietud que bullía en su interior-. Esos chicos no habrían atacado a Bailey si no hubiera sido por mí. Me reconocieron y así fue como empezó todo.
– Ellos son los únicos culpables de lo que hicieron.
Pero la lógica no servía de nada en aquellas circunstancias.
– Podrían haberle hecho mucho daño a Bailey. Querían violarla, Katherine. Seguramente se metieron con nosotras porque me han reconocido. En el caso de que eso hubiera ocurrido, aunque yo no hubiera hecho nada, ¿cómo crees que me habría sentido?
– Pero no pasó nada, las dos estáis bien.
– ¿Durante cuánto tiempo? -preguntó Dani-. ¿Y quién será el siguiente? ¿A quién más le destrozaré de una u otra forma la vida? ¿Y qué me dices de ti? ¿No odias todo lo que represento? ¿No te molesta lo que dice la gente?
– La gente siempre habla -respondió Katherine-, eso no podemos evitarlo.
– Siempre pareces tener respuesta para todo. Siempre sabes lo que tienes que hacer.
– No siempre. Hace muy poco hice algo horrible.
Dani pasó por alto la referencia a su conversación sobre Fiona.
– Eso no tuvo ninguna importancia. Me refiero a las cosas realmente importantes. Te presentas conmigo en público porque tienes que hacerlo. Sonríes y finges que no pasa nada cuando, en realidad, cada vez que me miras se te rompe el corazón.
Katherine sonrió.
– Dani, creo que te estás poniendo un poco dramática. No me estás rompiendo el corazón.
– Te han hecho mucho daño con todo lo que dicen, con todo lo que se especula sobre ti. No tiene que ser fácil.
– Dani, déjalo ya. Le estás dando demasiada importancia a lo que dicen los demás.
– No lo creo. ¿Sabes, Katherine? Necesito marcharme.
– Dentro de cinco minutos tienes que dar un discurso.
Aquello casi le hizo sonreír.
– No ahora. Lo que quiero decir es que tengo que irme de Seattle.
Katherine la miró fijamente.
– No puedes huir.
– Sí, si de esa forma resuelvo los problemas de todo el mundo.
– ¿Y no crees que deberían ser los demás los que te dijeran si quieren o no que les ayudes a resolver sus problemas?
– Ninguno de vosotros va a pedirme que me marche. Sé que nunca lo haríais -quizá Mark fuera capaz de hacerlo, pero ¿qué sentido tenía decírselo?
Marcharse era la única solución posible, pensó Dani. Cuando ella se quitara de en medio, la vida volvería a la normalidad. Podía irse a una ciudad más grande, como Los Ángeles o quizá Nueva York. Allí había miles de restaurantes, así que no le costaría encontrar trabajo.
– Tú eres una luchadora por naturaleza -dijo Katherine con voz queda-. ¿Por qué vas a rendirte ahora?
– Porque creo que sería lo mejor para todo el mundo.