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– No paro de divagar -musitó Dani para sí-. Esto es terrible. Creo que necesito ir al psiquiatra. O un trasplante de cerebro.

Se obligó a llamar al timbre. Cuando lo oyó sonar en el interior de la casa, el corazón se le aceleró de tal forma que pensó que corría el serio peligro de estallar y salir disparada hasta la galaxia más cercana.

La puerta se abrió. Dani intentó prepararse para lo que la esperaba, pero no tuvo tiempo. En el instante en el que vio al hombre que permanecía al otro lado, el aire desapareció de sus pulmones.

– Gracias a Dios -dijo sin poder contenerse-, sólo eres tú.

Alex arqueó las cejas.

– ¿Sólo yo? ¿No te resulto suficientemente intimidante después de nuestro último encuentro? ¿No han servido de nada mis amenazas?

– No, no, no era eso lo que pretendía decir. Me has parecido aterrador. De hecho, creo que me costará dormir durante unas cuantas semanas. Tendré pesadillas con dragones. En serio. Es sólo que, comparada con la posibilidad de encontrarme con tu madre… no quiero ofenderte, pero esto no es nada.

Alex ni siquiera sonrió. ¿Sería porque no tenía ningún sentido del humor o porque no la encontraba graciosa en absoluto? Dani pensó en la posibilidad de preguntárselo, pero decidió no hacerlo. Era preferible evitar situaciones que pudieran aumentar sus nervios. No tenía por qué tentar a la suerte.

Alex continuó mirándola fijamente durante varios segundos. Ella le sonrió.

– Creo que ahora tendrías que invitarme a entrar.

– Pero no quiero hacerlo.

– Seguro que al final termino cayéndote bien.

– Lo dudo.

– Soy una buena persona.

Aunque no parecía muy convencido, al final Alex retrocedió y le permitió acceder al vestíbulo.

La casa era enorme, pero al menos por lo que desde allí se veía, también acogedora. Era la clase de vivienda diseñada para conseguir que la gente se sintiera cómoda en su interior. Era una pena que aquella decoración no estuviera teniendo ningún efecto en ella en aquel momento.

Se volvió hacia Alex, pero antes de que hubiera podido decir nada, entró un adolescente en silla de ruedas en el vestíbulo. Era un chico pálido y delgado, de ojos y pelo oscuros. Con la mano derecha controlaba el mando de la silla de ruedas mientras la izquierda permanecía doblada en su regazo.

– ¿Eres la stripper que he encargado? -le preguntó a Dani al verla-. Llevo una hora esperándote. Esperaba un mejor servicio de tu empresa.

Dani inclinó ligeramente la cabeza mientras intentaba averiguar la mejor manera de manejar aquella pregunta. Al final, se decidió por la verdad.

– En realidad, no tengo cuerpo de stripper -dijo con una sonrisa-. Soy demasiado baja. Siempre me las he imaginado muy altas y con esos enormes tocados de plumas como los que llevan las coristas de Las Vegas.

– El problema es que no dejan conducir con esos tocados.

– Claro que sí, pero siempre que vayas en un descapotable y con la capota bajada.

– No le animes -musitó Alex-. Dani Buchanan, te presento a Ian Canfield, mi hermano. Puede llegar a ser detestable cuando se lo propone.

– Una acusación terrible y completamente falsa.

– Encantada de conocerte -dijo Dani, y le tendió la mano.

Ian acercó la silla y le estrechó la mano.

– Si quisieras, podrías ser una stripper.

– Qué amable por tu parte. Es un cumplido que jamás olvidaré. Mi madre estaría orgullosa de oírlo.

Ian se echó a reír a carcajadas.

– Muy bien, me gustas. Algo que no sucede a menudo. Intenta no olvidar este momento.

Dani también rió.

– Lo haré. Y, por supuesto, lo escribiré con pelos y señales esta noche en mi diario.

Ian suspiró.

– Siempre el mismo problema. Las mujeres me acosan. Es por culpa del tamaño de esta batería. Les vuelve locas la electricidad.

Y sin más, dio media vuelta y se marchó. En cuanto hubo desaparecido, Dani se volvió hacia Alex.

– ¿Lo ves? A la gente le gusto.

– Mi hermano es todavía muy joven y no sabe quién eres.

– ¿Quieres decir que cuando averigüe que soy el demonio en persona dejaré de gustarle?

Alex se la quedó mirando fijamente. No apartaba en ningún momento la mirada de ella.

– Es raro que a Ian le guste alguien.

– Es un hombre muy perspicaz. A mí también me gusta él.

– ¿Crees que voy a dejarme conmover porque muestres compasión por mi hermano?

El buen humor de Dani desapareció y de pronto, deseó ser un tipo alto y musculoso para poder derribar a Alex de un puñetazo.

– No me insultes a mí y no te atrevas tampoco a insultarle a él -se acercó a él y le clavó el dedo en el pecho-. Estoy dispuesta a aceptar que soy una complicación que no esperabas. Puedes proteger a tu familia todo lo que quieras, puedes pensar lo peor de mí, pero no te atrevas a interpretar que lo que ha sido un momento de complicidad y diversión pueda ser otra cosa completamente repugnante.

– ¿Estás dispuesta a enfrentarte a mí? -preguntó Alex, evidentemente impresionado por su carácter.

– Cuando haga falta.

– ¿Y crees que tienes alguna posibilidad de ganar?

– Absolutamente.

Alex no pudo evitar una sonrisa.

– Ya veremos.

Genial. Ella estaba furiosa y él encontraba la situación divertida. Fuera atractivo o no, Dani estaba comenzando a pensar que podría llegar a odiar realmente a ese hombre.

Alex hizo entonces un gesto para invitarla a entrar al salón. Al pasar por delante de él, Dani le mostró su bolso.

– He traído un bolso pequeño para no tener que pasar la vergüenza de que me lo registres antes de marcharme. De esta manera me resultará mucho más difícil robar la cubertería de la familia.

– No sé si habrías pasado ninguna vergüenza.

– Realmente, eres un abogado.

– ¿Y qué se supone que significa eso?

– Que no tienes miedo de decir lo que piensas, que no te importa insultarme y que estás decidido a tratarme como si fuera tan insignificante como una hormiga. Hace falta mucho entrenamiento para una cosa así.

– O, sencillamente, la motivación adecuada.

La habitación estaba decorada en tonos tierra y con un mobiliario elegante y obviamente caro. Los cuadros de las paredes parecían auténticos y las alfombras eran tan gruesas que se podría dormir sobre ellas, pero había juguetes desparramados por todo el salón. Evidentemente, no era una habitación para enseñar, sino una habitación en la que la gente vivía, y a Dani eso le gustó.

Se volvió y vio entonces que en el sofá estaba sentada una mujer con una bata blanca. La mujer se levantó y caminó inmediatamente hacia ellos.

– Cuando usted quiera -dijo.

¿Cuando quisiera qué? Ah, claro.

– ¿La prueba de ADN? Desde luego, no has perdido el tiempo.

– ¿Preferirías que lo hubiera perdido? -preguntó Alex.

En vez de contestar, Dani se volvió hacia la mujer.

– Tómeme la muestra.

Abrió la boca y la técnica del laboratorio metió en ella un palito con un algodón. Segundos después, se dirigió hacia la puerta. Dani la siguió con la mirada.

– A ver si lo adivino -le dijo a Alex-. Has pagado un dinero extra para que el procedimiento sea más rápido de lo habitual.

– Me ha parecido lo más inteligente.

Dani estaba agotada por el torbellino de emociones al que había estado sometida durante todo el día. La situación ya era suficientemente estresante sin necesidad de tener que enfrentarse a Alex.

– Quiero saber la verdad -le dijo-, nada más. Si Mark Canfield no es mi padre, entonces desapareceré y fingiremos que nada de esto ha pasado.