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Mi vida se cerró dos veces antes de su cierre

aunque queda por ver

si la Inmortalidad desvela

un tercer acontecimiento para mí.

Tan enorme, tan imposible de concebir

como los que dos veces sucedieron.

La despedida es lo único que sabemos del cielo

y todo lo que necesitamos del infierno.

… a propósito, me encantaría recibir noticias tuyas.

Tu amiga Emily D.

Apreté la tecla «Enviar», esperando que fuera su dirección de correo privada. Si no lo era, si Fleck vigilaba todos sus movimientos, contaba con la posibilidad de que lo considerara un mensaje inocente de una librería… o, con un poco de suerte, que ella me contestara antes de que él lo interceptara.

Me quedé un rato más en West Hollywood, tomé un café con leche en una terraza, pasé con el coche frente a la casa donde vivíamos Sally y yo, pensando lo raro que era que -a pesar de lo doloroso que había sido para mí su abandono- hacía mucho que había dejado de añorarla…, si es que había llegado a añorarla en algún momento. Desde que nos habíamos separado, no me había llamado ni una sola vez. Había mandado a Alison los cinco mil dólares de mi parte del depósito y los muebles; reenviaba mi correo a mi nueva dirección. Estaba seguro de que había puesto un mensaje en nuestro contestador diciendo: «David Armitage ya no vive aquí». Aunque seguramente no me llamaba nadie, porque había desaparecido del radar de todo el mundo en cuanto mis «problemas» se habían clasificado como terminales, y yo había desaparecido de la ciudad. Pero al pasar frente a nuestra casa, aquella vieja costra volvió a dolerme. De nuevo, repetí aquella silenciosa reflexión tan manida en muchos hombres de mediana edad: «¿En qué estaría pensando?».

Y tampoco entonces supe la respuesta.

Al salir de West Hollywood, fuera de los límites de la ciudad, aceleré y volví hacia la costa. Llegué a Meredith a las seis. Les estaba detrás del mostrador y pareció sorprendido al verme.

– ¿No te gusta tener días libres? -preguntó.

– Es que espero un correo. ¿Te has fijado si…?

– No lo he mirado en todo el día. Tú mismo.

Entré en el pequeño despacho, y encendí el Apple Mac; entré en el Internet Explorer y fui a «Recibir correo». Contuve el aliento y…

Allí estaba: Carta para Emily D… scriptdoc@cs.com.

Abrí el mensaje.

Esperar una hora es largo

si el Amor está más allá

esperar la Eternidad es corto

si el amor recompensa al final.

… creo que conoces al autor, como creo que sabes que esta remitente estará encantada de volver a verte. Pero ¿por qué tienes la dirección de una librería? Estoy muy intrigada. Llámame al móviclass="underline" (917)5553739. Sólo contesto yo, lo que lo convierte en el mejor canal de comunicación, no sé si entiendes. Llama pronto.

Con mis mejores saludos.

La bella de Amherst

Grité a Les:

– ¿Puedo usar tu teléfono?

– Adelante -dijo.

Cerré la puerta. Marqué el número del móvil. Respondió Martha. Y la verdad es que el corazón se me aceleró un poco al oír su voz.

– Hola -dije.

– ¿David? ¿Dónde estás?

– En Books and Company, en Meredith. ¿Sabes dónde está Meredith?

– ¿Subiendo por la Pacific Coast?

– Eso es.

– ¿Te has comprado una librería?

– Es una larga historia.

– Lo imagino. Oye, debería haberte llamado hace dos meses, cuando te echaron encima la caballería. Pero te lo diré ahora: lo que hiciste…, todo eso de que te acusaban…, era una tontería. Yo misma se lo dije a Philip: si me dieran un centavo por cada guión que he leído que tiene una línea prestada de otra parte…

– ¿Serías tan rica como él?

– Nadie es tan rico, exceptuando cinco personas más del planeta. Lo que quería decir es que siento mucho lo que te ha sucedido, sobre todo las difamaciones de ese imbécil de MacAnna. Pero al menos Philip te compensó un poco con lo que te pagó por el guión.

Cuidado con esto.

– Claro -respondí inexpresivamente.

– ¿Así es como pudiste comprar la librería?

– Es una larga historia.

– Ya lo supongo. Por cierto, el guión está muy bien. Es muy ingenioso, muy cotidiano y al mismo tiempo subversivo. Pero cuando nos veamos, voy a intentar convencerte de que no le den a Philip toda la autoría…

Ten mucho cuidado.

– Bueno, ya sabes cómo va… -dije.

– Ya lo sé. Philip me explicó que temías la mala publicidad que podía atraer la película si se asociaba con tu nombre. Pero quiero convencerle para que filtre que tú fuiste el autor original, después de que se estrene…

– Sólo si las críticas son formidables.

– Lo serán, porque esta vez Philip tiene un guión extraordinariamente fuerte. Ya habrás oído que la protagonizan Fonda y Hopper…

– Es el reparto de mis sueños.

– Estoy muy contenta de que me hayas llamado, David. Sobre todo porque después pensé…

– No hicimos nada especialmente ilegal.

– Por desgracia -dijo-. ¿Cómo está tu novia?

– No tengo ni idea. Fue una de las muchas cosas que se esfumaron cuando…

– Lo siento. ¿Y tu hija?

– Estupendamente -dije-, excepto que, desde la trifulca fotografiada con MacAnna, su madre me ha impedido legalmente verla, sostiene que soy un desquiciado.

– ¡Por Dios, David, eso es espantoso!

– Sí, sí lo es.

– Bien, me parece que necesitas un buen almuerzo.

– Estaría bien. Si pasas cerca de Meredith…

– Bueno, estoy en la casa de Malibú esta semana.

– ¿Dónde está Philip?

– Buscando localizaciones en Chicago. El primer día de rodaje es dentro de ocho semanas.

– ¿Todo va bien entre vosotros? -pregunté, intentando mantener el mismo tono informal, despreocupado.

– Durante un tiempo tuvimos un agradable interludio. Pero se ha acabado hace poco. Y ahora… es lo mismo de siempre, supongo.

– Lo siento.

– Comme d'habitude…

– … como dicen en Chicago.

Se rió.

– Oye, si estás libre mañana para almorzar…

Quedamos en la librería a la una.

En cuanto colgué, salí del despacho y le pregunté a Les si podía encontrar a alguien que me sustituyera un par de horas al día siguiente.

– Mañana es miércoles y esto está muerto. Tómate la tarde libre.

– Gracias -dije.

Aquella noche me tomé tres pastillas de diacepam para dormir de un tirón. Antes de sucumbir al sueño, no dejaba de oír a Martha decir: «Pero cuando nos veamos, voy a intentar convencerte de que no le dejes a Philip toda la autoría… Philip me explicó que temías la mala publicidad que podía atraer la película si se asociaba con tu nombre…».

Empezaba a entender la despiadada lógica que Fleck aplicaba para ganar sus miles de millones. Cuando se trataba de estrategias maquiavélicas y del arte de la guerra, era un verdadero artista. Era su único gran talento.

Martha se presentó puntualmente a la una. Y tengo que decir que estaba radiante. Llevaba unos sencillos vaqueros negros, una camiseta negra y una chaqueta vaquera azul. Pero a pesar de la ropa a lo Lou Reed, desprendía algo absolutamente aristocrático, muy de la costa este. Tal vez fuera el pelo castaño recogido en un moño, y el cuello esbelto, junto con los pómulos altos, que me recordaban uno de esos retratos de John Singer Sergent de una mujer de la sociedad bostoniana de 1870. O tal vez eran las gafas de concha anticuadas que se empeñaba en llevar. Era un irónico contraste con la ropa absolutamente juvenil, por no hablar de todo el dinero que ella representaba. Sobre todo porque era la clase de montura que costaba menos de cincuenta dólares, y que en aquel momento tenía una de las varillas pegadas con celo. Yo entendía lo que ejemplificaba aquel pedazo de celo: la insistencia en su autonomía personal, y una inteligencia artera que, tantos meses después, seguía pareciéndome muy atractiva.