– Es inteligente. Es…
Esperé, pero no podía soportar su vacilación.
– ¿Divertido? ¿Amable?
– Sí, supongo que sí.
Suspiré.
– Sois amigos desde cuándo, ¿octavo curso?
– Sí -contestó él, que ya no tenía voz adormilada. Tenía voz de querer adormilarse.
– Entonces deberías poder decirme de él algo más aparte de que es inteligente y un buen tipo. Venga, James. ¿Cómo es Alex?
– Es como el lago.
– Explícame eso.
James cambió de postura, agarrando las sábanas con los pies. El colchón cedió con sus movimientos.
– Alex es… un hombre de personalidad profunda para algunas cosas y superficial cuando menos te lo esperas. Creo que es la mejor manera de describirlo.
Consideré sus palabras un momento.
– Una descripción muy interesante.
James no dijo nada. Escuché su respiración. Noté su aliento en mi rostro. Sentí el calor de su cuerpo a escasos centímetros del mío. No nos estábamos tocando, pero lo sentí incorporarse e inclinarse sobre mí.
– Vale, ¿qué te parece esta otra? Alex parece una persona fácil de conocer.
– ¿Pero no lo es?
James tomó aire. Lo soltó. Tomó aire nuevamente. Un patrón lento y regular, aunque no parecía relajado.
– No. Yo no diría eso.
– Pero tú lo conoces, ¿no es así? Me refiero a que fuisteis muy amigos durante mucho tiempo.
James soltó una carcajada y con ella se esfumó la inquietud que sus respuestas habían despertado en mi interior.
– Sí, supongo que lo fuimos.
Estiré el brazo para acariciarle el pelo. James se acercó a mí. Su mano encontró el punto exacto sobre mi cadera, se acomodó en la curva de mi cuerpo. Me alineé contra él.
Guardamos silencio un rato. Me pegué a su cuerpo, mi pecho contra el suyo. Llevaba puestos únicamente los calzoncillos. Yo llevaba una camiseta de tirantes y las bragas. Había mucha piel en contacto. No iba a ser yo la que se quejara, aunque la noche todavía no había empezado a refrescar y el sudor hacía que nos pegáramos.
Se empalmó y yo sonreí. Esperé y al cabo de un momento su mano emprendió un lento ir y venir por mi costado. El pulso se le había acelerado, lo mismo que a mí.
Ladeé la cabeza. Su boca encontró la mía sin esfuerzo. Nos besamos dulce y lentamente, sin apremio.
– ¿No tenías que levantarte mañana temprano?
James condujo mi mano hacía su creciente erección.
– Ya estoy levantado.
– Ya lo veo -apreté un poco los dedos a su alrededor, tentativamente-. ¿Y qué puedo hacer yo con esto?
– A mí se me ocurren algunas cosas -contestó él, empujando contra mi mano al tiempo que deslizaba los dedos entre el borde de mi camiseta y la cinturilla de mis bragas-. ¿Por qué no me la chupas?
– Qué sutil -dije yo con tono seco, aunque estaba sonriendo en realidad.
– No pretendía ser sutil -masculló James, bajando la cabeza para lamer mi garganta.
Contuve el aliento. Bajé la mano. James gimió. Yo sonreí. Lo empujé hacia atrás lo justo para meterme debajo de él y sacarle la erección de los calzoncillos. No me hacía falta ver para conocer cada curva, cada ondulación de sus músculos. Cerré los dedos alrededor de su verga y me incliné para lamer el sensible glande.
James emitió un suspiro feliz y se tumbó boca arriba. Me puso una mano en la cabeza, no para empujarme ni para meterme prisa, tan sólo para acariciarme el pelo suavemente. Sus dedos tiraban y se enredaban en mi pelo, aunque la sensación de incomodidad era tan leve que no podría describirse como dolor.
Yo chupaba, notando el sabor salado y almizclado. Aun recién salido de la ducha, aquella parte de su anatomía siempre tenía un sabor y un olor particulares, distintos de cualquier otra parte, como el codo o la barbilla. La región de los genitales, el vientre y la cara interna de los muslos conservaban un halo delicioso que sólo podría describir como varonil. Y único. Con los ojos cerrados tal vez me costaría identificarlo por la elevación de su nariz o de sus músculos, no así con aquel olor y sabor.
– Si tuviera que encontrarte en una habitación oscura llena de hombres desnudos, podría hacerlo sin problemas -murmuré pasando a continuación la boca por su pene erecto.
– ¿Fantaseas alguna vez con estar en una habitación llena de hombres desnudos, Anne? -James elevó las caderas para empujar su pene dentro de mi boca. Yo se la sujeté con firmeza por la base para controlar hasta dónde podía meterla.
– No.
James soltó una carcajada breve y entrecortada.
– ¿No? ¿Nunca? ¿No es ésa tu fantasía?
– ¿Qué iba a hacer yo con tanto hombre desnudo?
Él suspiró mientras se la chupaba. Tomé en una mano sus testículos y los acaricié suavemente con el pulgar.
– Podrían… hacerte… cosas…
Utilicé la boca y la mano al mismo tiempo hasta que le arranqué un gemido en voz alta, y después se la froté un rato con la mano, arriba y abajo, para que mi mandíbula pudiera descansar un poco.
– No. Soy chica de dos entradas máximo. James. No me serviría de nada tener a tantos hombres.
Volví a meterme su pene en la boca hasta donde pude. Ésta empezó a palpitar contra mi lengua. El sedoso líquido preseminal se mezcló con mi saliva facilitándome la labor de chupar y lamer.
James me puso la mano en la cadera y tiró de mí con suavidad, hasta que me di la vuelta sin dejar de chupársela y me puse a horcajadas sobre su cara. Me llegó el turno de gemir cuando me sujetó las nalgas y me chupó el clítoris con la lengua. Empezó jugueteando con la punta de la lengua. En aquella posición yo podía controlar la distancia a la que mi cuerpo estaba del suyo, podía sostenerme por encima de sus labios y su lengua, mover la pelvis, frotarme contra su boca. Me encantaba aquella postura.
Mi orgasmo llegó en cuestión de minutos. Me resultaba difícil concentrarme en chupársela cuando él me chupaba a mí. Nos volvimos un poco torpes. Creo que no nos importaba demasiado a ninguno. Los dos nos corrimos casi al mismo tiempo, gimiendo al unísono en medio de la oscuridad. Después, cuando retomé la posición normal en la cama y posé la cabeza en la almohada, me di cuenta de que el aire se había enfriado lo justo para querer taparme.
Tiré de las sábanas para cubrirnos, aunque James ya tenía aquella respiración que indicaba que estaba a punto de empezar a roncar, y que a mí me resultaba a un tiempo entrañable e insoportable, dependiendo de lo cansada que estuviera. Resopló contra la almohada. Yo me puse de espaldas, cansada pero no lo bastante como para dormirme.
– ¿Por qué os peleasteis? -susurré en mitad de la oscuridad.
El sonido de su respiración cambió. Contuvo un poco el aliento. Silencio. James no respondió y, al cabo de unos minutos, ya no volví a preguntar, inmersa ya en mis sueños.
Las cosas cambiaron sin previo aviso, como suele suceder. Me había pasado la mañana haciendo recados, y esa noche me tocaba hacer, muy a mi pesar, de anfitriona con la familia de James al completo. Padres, hijos con sus correspondientes esposos y esposas, sobrinos. Tenía en mente algo sencillo, pollo al horno, ensalada y panecillos recién hechos. Sandía y brownies de postre.
Los brownies me iban a quitar la vida.
La receta parecía bastante simple. Se necesitaba un chocolate bueno, harina, huevos, azúcar y mantequilla. Tenía todos los utensilios para llevar a cabo el trabajo, como habría dicho James totalmente serio. Podía decirse que hasta tenía la habilidad, aunque puede que no el talento. Sin embargo, por alguna razón todo me estaba saliendo mal. El microondas se negaba a derretir el chocolate sin quemarlo. La mantequilla me salpicó y me quemó la piel cuando, puesta sobre aviso gracias al desastre del chocolate, intenté derretirla sobre los quemadores. Un huevo me salió con un puntito rojo de sangre, el otro con una yema doble, lo que habría sido una deliciosa sorpresa si estuviera haciendo una tortilla, pero en ese momento sólo sirvió para desbaratarme la receta.