Tal vez fuera porque Alex tenía talento para contar historias. O tal vez se debiera a que estaba bebido, pero no hasta el límite de babosear, tambalearse y tirarlo todo. Bebía con técnica, como quien juega a los bolos. O al golf. Y James, que no estaba acostumbrado a beber mucho y solía ponerse muy tonto cuando lo hacía, parecía seguir los pasos de Alex. No estaba haciendo tonterías. Aparentemente sólo estaba cachondo.
Busqué una posición cómoda, me eché la manta por encima de los hombros y me tumbé. Puede que no la tuviera como para levantar ladrillos, pero estaba tremendamente erecta. Tracé el borde del glande con la punta de la lengua y a continuación me la metí en la boca milímetro a milímetro en vez de hacerlo de una tacada, acostumbrándome a su tamaño.
Nunca me han parecido atractivos esos penes monstruosos. Grande no siempre es mejor. Me horrorizaban esos miembros enormes, surcados de venas y del tamaño del brazo de un bebé, como los de las películas porno, y verlos me hacían que cerrara las piernas como si me fuera la vida en ella. Nunca me ha atraído la idea de follarme un tronco de árbol, la verdad.
James tenía un pene grueso, más corto que la mayoría de los que había visto, pero perfectamente proporcionado. Puedo metérmelo en la boca hasta la base sin atragantarme. Chupársela es para ambos un regalo y un placer. Me encantan los sonidos que emite cuando lo tomo en mi boca.
Emitió ese sonido en ese momento, un gemido entrecortado apenas audible que no llegaba a un jadeo. Enredó los dedos en mi pelo y tiró sin llegar a empujarme hacía abajo, pero casi.
Habría pasado horas con la boca entre sus piernas, chupando y lamiendo. Pero ése no era momento para la parsimonia. Nada de dilatar el jugueteo. Llevaba empalmado desde que empezó a acariciarme disimuladamente bajo la manta hasta el punto de haber hecho que me corriera delante de su amigo. Empujaba hacia arriba mientras yo se la chupaba. Estaba a punto.
Me eché la manta por encima de la cabeza, escudándome frente a la noche. Le hice el amor con los labios y la lengua, acariciándole el pene con una mano mientras le chupaba la punta. Incluso a oscuras lo conocía. Su forma y su sabor. La forma en que se movía según se acercaba el orgasmo. Ni siquiera a oscuras podría fingir que se la estaba chupando a otro.
¿O sí podría?
Fantasear no tenía nada de malo. Si imaginar que estás en la cama con tu actor o tu cantante favorito te ayuda a correrte, ¿por qué no hacerlo? No le hacía daño a nadie. Sólo resulta un problema cuando la fantasía es la única manera de hallar placer y no una mera forma de potenciarlo.
Yo había vivido fantasías con famosos en más de una ocasión, pero esta vez el rostro que se me apareció en la mente tenía unos enormes ojos grises y el pelo castaño le tapaba las orejas. Tenía también una sonrisa perezosa y olía divinamente. No pensaba en una fantasía inalcanzable. Pensaba en Alex.
– Qué bien -dijo James.
Yo pensé en su sonrisa, en la que le había robado. Me metí la mano entre las piernas, dentro de las bragas y me encontré con una carne húmeda que, aunque satisfecha una vez, distaba mucho de estar saciada. Busque el clítoris con el dedo sin perder el ritmo. El enhiesto botón se movía con facilidad de lo empapado que estaba.
Pensé en su sonrisa. Su aroma. Pensé en los vaqueros caídos. En los pies descalzos. En el torso descubierto.
Mi cuerpo vibraba de placer. Mi mano se movía al ritmo de mi boca. James gemía y empujaba. Mi vientre se tensó y me empezaron a temblar los muslos. Mi clítoris palpitaba. Mi sexo palpitaba como si tuviera vida propia, arrebatado de placer.
Yo chupaba, lamía y succionaba. Estaba a punto de correrme. Él estaba a punto de correrse. El mundo desapareció de mi vista. No existía más que la negrura debajo de la manta, nada más que el olor a sexo, el sonido del sexo, el sabor del sexo.
Su sonrisa. Su carcajada, baja y con un poso de picardía. El guiño ardiente de un cigarrillo en la oscuridad.
James dejó escapar un grito ronco y se empujó una vez más dentro de mi boca. Yo me lo tragué todo, su sabor me inundó. Me corrí por segunda vez esa noche, vigorosamente, con brusquedad, y noté como si algo se quebrara en mi interior. La tumbona crujió cuando los dos nos estremecimos de placer.
Apoyé la mejilla en el muslo de James con los ojos cerrados. Él retiró la manta y el aire frío me bañó el rostro. Entonces me acarició suavemente el pelo.
– Joder -murmuró, arrastrando un poco las palabras-. Cuántas ganas tenía. No te haces idea.
Aguardé un segundo o dos y al cabo nos levantamos, doblamos la manta y nos fuimos a la cama. Me detuve delante de la puerta cerrada de la habitación de invitados mientras James entraba dando tumbos en la nuestra.
Había estado pensando en Alex mientras me corría, algo de lo que debería sentirme culpable, de no ser porque tenía la sensación de que a lo mejor James también había estaba pensando en él.
Amaneció muy deprisa, y eso que yo no había bebido. A pesar de ello James se levantó a la hora de todos los días. Me desperté al oír la ducha y a alguien cantando.
¿James cantando? Me apoyé en un codo y escuché atentamente. Era algo de… ¿Duran Duran? Y no de la gira por la vuelta del grupo a principios de los noventa, sino un clásico de los ochenta. Estaba cantando no sé qué de «plata azul» cuando decidí meterme bajo las mantas en protesta, tratando de volver a dormirme.
No sirvió de nada. A la luz del día, aunque apenas había empezado a clarear, la víspera me parecía más un sueño que algo vivido de verdad. Esperaba sentirme abochornada. O culpable. Lo que me tenía en vilo no era el flirteo que me traía con Alex, porque, al fin y al cabo, ¿quién podía culparme por reaccionar a su magistral ejercicio de seducción? No, lo que me hizo abrir los ojos como platos a pesar de lo mucho que ansiaba volver a dormirme era James.
James cantando canciones de Duran Duran. James bebiendo. James insistiendo en que le hiciera una mamada en un ataque frenético de deseo.
– Buenos días -húmedo de la ducha, se metió en la cama a mi lado para darme un beso-. ¿Qué tal has dormido?
– Bien -me di la vuelta sobre la almohada y lo miré-. ¿Y tú?
– Como un lirón -sonrió de oreja a oreja y me besó otra vez. Después se levantó de un salto y empezó a vestirse.
Yo lo observaba.
– ¿Te encuentras bien?
Él me miró por encima del hombro mientras se enfundaba los vaqueros y la camiseta.
– Sí. ¿Por qué?
– Porque anoche bebiste mucho. Los dos bebisteis mucho.
James agarró unos calcetines y se sentó en la cama a ponérselos.
– Alex soporta bien el alcohol, cariño. Y yo también. No te preocupes.
– No estoy preocupada -me puse de rodillas detrás de él, le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso en la mejilla.
Él me dio unas palmaditas en el brazo y volvió la cabeza para besarme como era debido.
– Hacía mucho que no lo veía, Anne. Sólo nos estamos divirtiendo un poco. Es divertido tenerlo en casa.
Yo no dije ni «sí» ni «no». James se levantó y se echó el pelo hacia atrás con una mano mientras se colocaba la gorra con la otra. Agarró entonces el cinturón de cuero, lo introdujo por las trabillas del vaquero y se lo abrochó con dedos hábiles. Se colgó el móvil de la pinza del cinturón y se metió la cartera en el bolsillo trasero. Las botas, probablemente con las suelas llenas de barro reseco de la obra, estarían junto a la puerta lateral.
– Tengo que irme -dijo-. Te quiero. Que pases un buen día.
Debí de poner cara de perplejidad porque me miró con una sonrisa de oreja a oreja.
– Con Alex. Pensándolo mejor, Anne, no lo pases demasiado bien. No te metas en líos.