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– Como si lo hiciera alguna vez -contesté yo poniendo los ojos en blanco.

Él soltó una carcajada.

– Como venga a casa y me lo encuentre con un tanga…

Le lancé una almohada.

– ¡Cállate!

James agarró la almohada y me la tiró.

– Hasta luego.

– Que tengas un buen día -de pronto me acordé de algo-: Ah, sí, James, mañana ceno con mis hermanas, ¿recuerdas? Para hablar de la fiesta.

– De acuerdo -respondió él mientras se ponía un cortavientos-. Entonces puede que salgamos por ahí. Iremos a algún sitio de ésos donde sirven alitas y ven los deportes. No te preocupes, tesoro, somos mayores ya. Encontraremos algo que hacer

¿Por qué la idea me causaba incertidumbre?

– Ya lo sé. Es sólo…

Se detuvo en la puerta y se dio la vuelta.

– ¿Sí?

– Ten cuidado -dije, sin lograr expresar con esa advertencia lo que realmente quería.

– Siempre lo tengo -me guiñó un ojo y se fue.

Esperé hasta que el sonido de su camioneta se apagó para levantarme. No estaba muy segura de qué iba a hacer con Alex esa mañana, pero de lo que no tenía duda alguna era de que no habría ningún tanga de por medio.

Al final resultó que no tuve que hacer nada con él. Me pasé la mañana en el ordenador buscando empresas de catering y proveedores de carne para asar en horno en la tierra. Adoro Internet. Una vez vi una pegatina en un coche que decía «Internet ya no sirve sólo para ver porno». Estaba totalmente de acuerdo.

También me gustaba disfrutar del silencio en la casa, tanto que se me había olvidado que no estaba sola. Preparé café, navegué un poco por la red, leí mi correo electrónico, chateé durante unos minutos con una amiga del colegio con quien hablaba casi a diario pese a que vivía lejos. Actualicé mi curriculum y pensé en subirlo a un buscador de trabajo, pero no había hecho más que empezar cuando sonó el timbre de la puerta.

Pasaba del mediodía y no me había dado ni cuenta. No esperaba a nadie y por eso me sorprendió doblemente encontrar a mi hermana Claire en la puerta. Llevaba un pantalón clástico de color negro a juego con una camiseta también negra con pequeñas calaveras y unos atrevidos zapatos a rayas negras y rojas. Se había recogido el pelo debajo de un gorro rojo. Parecía más pálida que de costumbre, pero deduje que se había pasado con el maquillaje blanco.

– Qué pasa, tú -dijo, abriéndose paso junto a mí en dirección a la cocina sin esperar a que la invitara-. Me muero de hambre.

La seguí.

– Ya sabes dónde está el frigorífico. Sírvete tú misma.

Eso hizo. Agarró un recipiente con melón cortado en dados y un tenedor. Se comió unos cuantos casi sin respirar y juraría que vi que su rostro recobraba algo de color.

– Siéntate -le señalé la mesa-. ¿Café?

– Beberé agua.

Ya le estaba sirviendo una taza cuando levanté la vista.

– ¿No quieres café?

Claire puso una mueca de desprecio.

– ¿Es que eres dura de oído o qué?

– Como quieras. Agua, entonces -me encogí de hombros-. Sírvete tú misma.

Así lo hizo y después se sentó frente a mí con un suspiro. También se había encontrado una caja de galletas saladas que debían de estar rancias ya, pero se las comió de todas formas.

– Creía que íbamos a cenar mañana las cuatro a las seis -dije.

– Y así es -se limpió las migas del labio, dio un sorbo de agua y suspiró.

– ¿Entonces…? -enarqué una ceja.

– Entonces nada -contestó Claire, encogiéndose de hombros-. Necesitaba salir de casa. Papá está de vacaciones. Al parecer tenía que tomárselas obligatoriamente porque si no las perdería. Así que está por allí.

– Ya. En vez de llevarse a mamá a algún sitio bonito y divertido, ¿qué está haciendo?

Mis palabras eran críticas, pero traté de limarles el tono amargo.

– Se pasa horas en su taller.

Claire no tenía el mismo cuidado. Tampoco se molestó en ocultar su expresión, los labios fruncidos y la nariz arrugada.

Aquello no pintaba bien. Nuestro padre tenía dos pasatiempos en la vida. Jugar a los bolos y construir casas para pájaros. Su equipo iba en cabeza en la liga, y construía réplicas preciosas de edificios famosos para que vivieran los pájaros en ellas. Lamentablemente, ninguna de las dos cosas parecía proporcionarle placer si no iban acompañadas de alcohol.

– No me puedo creer que no se haya cortado un puto dedo nunca -dijo Claire.

– Claire, por Dios. No digas eso.

– Es verdad, porque entonces mamá tendría que servirle todavía más -dijo mi hermana.

Pinchó un cubo de melón con mal humor y se lo comió. Yo alargué la mano para pinchar uno. Estaba dulce y tenía buen sabor. El jugo se me resbaló por la barbilla y nos reímos.

El suave ruido de pisadas sobre el suelo de madera nos hizo volver la cabeza. Alex entró en la cocina. Tenía el pelo revuelto y alborotado. Llevaba un pantalón de pijama de Hello Kitty que le quedaba aún más bajo que los vaqueros e iba descalzo. ¿Desde cuándo me resultaban tan eróticos los pies desnudos de un hombre?

Desapareció tras la puerta del frigorífico mientras revolvía en busca de algo y, al final, emergió con un recipiente de plástico con las sobras del filete y el arroz de la cena. Levantó la tapa y lo metió en el microondas, programó el tiempo y se sirvió una taza de café, todo sin dirigirnos ni una sonrisa.

Era evidente que se la había estado guardando para cuando pudiera gozar de nuestra atención absoluta. Cuando el microondas avisó de que la comida ya estaba caliente, la sacó sin soltar la taza, se dirigió a la mesa y se sentó junto a Claire. Nos miró alternativamente y dio un sorbo de café tras lo que dejó escapar un largo y tenue suspiro de deleite.

– Mmmmmm. Café.

Hay situaciones en las que me he quedado sin saber qué decir, pero no recordaba la última vez que vi a Claire tan impresionada. Las dos nos habíamos quedado mirando boquiabiertas todos sus movimientos. Yo tenía la ventaja de que ya lo conocía, de modo que fui la primera en recobrarme.

– Claire, éste es Alex Kennedy, el amigo de James. Alex, ésta es mi hermana Claire.

– Hola, guapa -dijo Alex dirigiéndole aquella perezosa sonrisa suya al tiempo que la examinaba de pies a cabeza sin ningún pudor. Hasta se inclinó hacia un lado para echarle un ojo a los zapatos.

– Bonitos zapatos -comentó retomando la posición original.

– Bonito pantalón -contestó Claire.

Alex sonrió de oreja a oreja. Lo mismo que Claire. Yo me limité a sacudir la cabeza.

Alex se giró y me miró.

– Buenos días.

– Son casi las tres de la tarde -le dije.

– El jet-lag -contestó él dando un sorbo de café.

Claire se inclinó hacia delante y lo olisqueó un poco.

– ¿Estás seguro de que no es resaca?

– Puede que un poco también. ¿Que tal estaba Jamie esta mañana?

– Se ha ido a trabajar -bebí un sorbo de café, que se me había enfriado.

– ¿James también estuvo bebiendo anoche? -preguntó Claire con cara de sorpresa-. Interesante.

– Alex nos preparó la cena -explique yo-. Había… vino. Y cerveza.

Nunca he prohibido beber en mi casa. Somos todos adultos y sólo porque yo no lo haga no quiere decir que me importe que los demás se tomen una copa de vino o una cerveza con la cena.

– Interesante -fue lo único que dijo mi hermana al respecto.

Le ofreció melón a Alex.

– Toma.

– ¿Que tiene de interesante? -quise saber yo, algo que Alex también había estado a punto de decir.

Claire se encogió de hombros. Alex se rió por lo bajo con aire conspirador. No me hacía ninguna gracia que los dos se aliaran en mi contra, sobre todo porque mientras que Claire podía erróneamente creerse con derecho a juzgarme, Alex no me conocía lo bastante como para tener ese derecho.